martes, 25 de diciembre de 2012

Amarás a Quentin sobre todas las cosas

El cinéfilo se hace. Los hay que tienen la suerte de contar con familiares o allegados que son aficionados a esto de ver películas que o bien  hacen grandes y certeras recomendaciones fílmicas o bien acompañan esas recomendaciones con préstamos de películas de su propia colección personal. Por otra parte, tenemos a los curiosos. Los que se buscan la vida e investigan por su cuenta en busca de más películas de ese director que les ha fascinado. Luego enlazan con otro director y así sucesivamente, dándose cuenta, con el tiempo, de la terrible maldición del amante del cine - del arte -,  esa terrible realidad: "nunca, jamás de los jamases,  verás todo lo que quieres ver".

Hablemos del segundo caso. Suele haber un punto de inflexíón en la vida de ese cinéfilo to be. El autodidacta no ve con 12 años películas de Murnau. No. Salvo una bizarra casualidad, no suele ocurrir. Lo lógico es comenzar viendo películas tipo Disney (Pixar desde hace algunos años), pasar por grandes blockbusters como Los Cazafantasmas (1984). La rutina habitual. De pronto, comienza a percatarse de los múltiples homenajes fílmicos que se realizan en Los Simpson. Hasta que un día, se topa con Él.

Él se llama Quentin. Se apellida Tarantino. El contacto con su cine tiene lugar a una edad temprana. Con el criterio aún en pañales. El joven cinéfilo se acerca naif y despreocupado. Reservoir Dogs (1992),  lee con curiosidad. A ver de qué va. Música sugerente, sus oídos se ensanchan como los del Grinch cuando oye los primeros villancicos. Una cafetería. Unos tipos vestidos con traje negro, camisa blanca y corbata. Uno de ellos va con un chándal que define la estética del ciudadano medio que lava su coche los domingos en los 90. Hablan mientras desayunan. Hablan de canciones. De pollas y de Madonna. ¡Hablan de pollas! Los ojos del joven cinéfilo no pueden mirar a otra parte. Están viendo algo diferente en aquella pantalla. Se ríe con las ocurrencias fuera de tono de esos personajes. Se siente adulto. Nunca vería esa película con su padre. Deja atrás una etapa. Empieza a abrazar el tarantinismo.

La misma escena. No hay que avanzar más. Aquellos acaban el desayuno y se levantan. Pero ya no se les oye. La radio toma la iniciativa. Comienza un progresivo fundido a negro. Se sobreimpresiona en naranja (¿casualidad?) el A film by Quentin Tarantino. Suena Little green bag. Y ocurre lo mágico. A paso ralentizado, aquellos trajeados comienzan a andar. La música es perfecta. Esa pequeña escena sirve como presentación de los actores que intervienen en el film, pero es algo más. Es parte del rito. Tarantino va abrumando al joven cinéfilo. Dejándole sin aliento. Pero no se queda ahí. Sigue su tarea, minando, derrotando al espectador con su, nunca lo suficientemente elogiada, selección musical. Y llega la escena de la oreja. De nuevo la música. En este caso Stuck in the middle with you. El baile. La acción sádica. Michael Madsen. Estos casi 120 segundos reflejan el potencial desmedido, brillante y ciertamente lunático de Quentin Tarantino. El imán de su cine. No quieres mirar, pero acabas mirando. En esas está el joven cinéfilo que ya por estos momentos de la película es un miembro más de los Tarantinianos del Cuarto Camino.

Después, Pulp Fiction (1994). Mission accomplished. Este joven cinéfilo defenderá a su nuevo líder ante todo y ante a todos. El amor y la razón, ya saben. El mejor director es Tarantino. Las mejores películas son las de Tarantino. ¿Pero has visto el montaje de Pulp Fiction? ¡Tarantino es Dios!

Yo estuve allí. Viví la experiencia. Sufrí la abducción. Pero me liberé. E incluso una vez que mis ojos se acostumbraron al fulgor de la diversidad cinematográfica, comencé a amar a otros creadores de cine. Esto no quiere decir que abandonar el Club de Fans Amamos a Quentin signifique forzosamente denostarlo. O minusvalorarlo. Más bien al contrario. Conforme uno visiona cine, de todos los tipos, géneros y épocas, comienza a adivinar y descubrir los resortes de Tarantino. Qué cine le gusta, cuáles son sus referentes. Al fin y al cabo, Tarantino no ha inventado la Coca-cola. Es uno de nosotros. Tiene sus héroes y sus debilidades. Pero también tiene talento. Mucho talento. E inteligencia. De ahí su éxito, exacerbado para muchos. Justo para otros.

Pasada esa primera fase de idolatría irredenta, e iniciada la etapa de la curiosidad empedernida, el espectador novel se percata de que el montaje de Pulp Fiction es tremendamente parecido al de Atraco perfecto (1955). ¿La mutilación de Reservoir Dogs? Recuerda mucho a una escena de Django (1966). Y así sucesivamente, el afán indagativo va retomando el rol principal. Si es inteligente, sabrá que no son plagios sino homenajes sinceros. De este modo, se pasa del empecinamiento absurdo a la universalidad más maravillosa. Este cinéfilo por formar comienza a darse cuenta de que lo fantástico de esta afición no es tener un ídolo destacado. Lo fantástico es disfrutar con ese director/actor predilecto, pero también gozar con otro estilo completamente opuesto pero igualmente brillante. Todo vuelve a su cauce.

Quentin Tarantino no es el mejor director de todos los tiempos. No es el mejor director de la época moderna. No es el mejor director actual. Sí es uno de los directores más exitosos, personales y talentosos de los últimos veinte años. Sí es uno de esos pocos creadores - escasos, absurdamente escasos - que son reconocibles desde el minuto 1.

Sí es un gran enamorado del cine que con sus películas devuelve lo que aprendió.





sábado, 22 de diciembre de 2012

Y Matt Groening lo volvió a hacer: Seymour, el amigo fiel

Matt Groening es el creador de Los Simpson. La serie de TV más carismática e icónica de la historia. Su grandeza reside en que no existe ningún aspecto trascendental de la existencia del hombre occidental contemporáneo que no sea brillantemente satirizado por estos individuos amarillos. Homer J. Simpson es un filósofo atípico. Como lo era Groucho Marx.

Diez años después del estreno del primer capítulo de Los Simpson, Groening creó otra serie de TV. También de animación. La tituló Futurama. La historia de un repartidor de pizzas neoyorquino que, en la noche del 31 de diciembre de 1999, cae accidentalmente dentro de una cámara criogénica - ¿a quién no le ha pasado? - y despierta mil años después, en pleno siglo XXXI. En esta serie encontramos robots soeces, jamaicanos campeones olímpicos de limbo, una revisión del éxito ochentero de Coz pero añadiendo el concepto  "cíclope", etcétera.

Como ocurre con Los Simpson, Futurama es una serie profundamente gamberra en su visión de su particular mundo - y universo -, así como absurda en ocasiones.Encuentra su contrapunto con breves momentos nostálgicos, incluso tiernos en ocasiones, que epatan profundamente al espectador. Como muestra un botón. En este caso, la secuencia de un episodio concreto que es lo más emotivo que estos ojos, que se ha de comer la tierra, han visto en un producto televisivo.

El capítulo en cuestión se titula Ladrido jurásico. Cuenta el hallazgo, por parte de Fry - protagonista de la serie -, del fósil de su perro en el siglo XX, Seymour. A lo largo del capítulo se estudia la posibilidad de resucitar a Seymour gracias a una máquina de clonación. También se suceden diversas muestras de celos hechos chips y cables en la chapa de Bender - el robot humanoide que bebe, fuma y lo otro; en definitiva, la chispa del show -, que aportan el tono de chanza que todo capítulo de la serie requiere.

Finalmente, Fry opta por no hacer uso de la prodigiosa máquina pensando que probablemente Seymour le habría olvidado. Se despide de su amigo, en lo que parece el final del capítulo, pero nada más lejos. Falta el punto de vista del propio Seymour. Y aquí es cuando surge la magia. Una serie de animación, que en ocasiones hace gala de un sentido del humor sólo catalogable como demoledor, se transforma en un dulce y triste poema. Un canto a la lealtad.

La secuencia en cuestión nos muestra a Seymour esperando a Fry tras su accidentada criogenización. No hace falta más. Ni menos. Todo es preciso. Un minuto de sensibilidad y emoción, musicado por la maravillosa e idónea hasta el paroxismo, I will wait for you, de Connie Francis. Un perro que espera a su amo. A su amigo. Le espera en la puerta de la pizzeria en la que trabaja. La del señor Panucci. Haga frío o calor. Allí espera. Fry estaba equivocado. Los amigos de verdad nunca olvidan.

Ya puede ser usted el fundador de Enemigos de los perros S.A. o ser un habitual de los restaurantes chinos más inhóspitos. Si no experimenta un escalofrío en los últimos 67 segundos de este episodio, si no siente como una lágrima se hace hueco a golpes; enhorabuena: es usted un dolmen.

martes, 18 de diciembre de 2012

La pesadilla de Diógenes

Llegó a su casa después de estar todo el día fuera. Tenía cierta prisa cuando entró por la puerta. No porque quisiera llegar a casa cuanto antes, después de un día agotador. No. Esa mañana había tenido una acalorada discusión con un amigo sobre el final de Dejad paso al mañana, de Leo McCarey. ¿A quién no le ha pasado alguna vez? Son tantas las veces que la película se repone en TV que resulta difícil no debatir una y otra vez.

Él sostuvo un dato demoledor,pero estéril para refutar el argumento de su contrario. Mejor dicho, sostenía un buen concepto, pero carecía de la base necesaria para terminar de derrotar la postura del otro. Había perdido una batalla. Pero no la guerra. Justo mientras lamía sus heridas, recordó que obraba en su poder un libro sobre McCarey en el que encontraría la clave del enigma. La solución final. El gol en la prórroga, de penalty injusto  dos metros fuera del área, en el último minuto.

Iba dejando sus bártulos por el pasillo. Tenía prisa por tomar ese libro, leer lo que ignoró aquella mañana y decirse lacónicamente: ¡cómo pude olvidarlo!. Por fin llegó a la habitación. O al menos allí estaba cuando salió por la mañana. Pero algo no cuadraba. Se sentía extraño. Los hay que no son profetas en su tierra, pero los que no reconocen su propio cuarto, su santuario, su cementerio de elefantes diario; no existe mayor apátrida.

Buscó con denuedo por las estanterías. Pero sólo encontró uniformidad, orden, limpieza, pulcritud. Sabía que el libro se encontraba en la tercera balda empezando por abajo. La que se encontraba justo entre la balda de las películas y la de los tebeos. Pero nada. La desolación se apoderó de él. Alguien, un alma despiadada y fría como el corazón de un poderoso, había ordenado su caos equilibrado. El horror absoluto. El pavor más exasperante. La injusticia menos justa. La pesadilla de Diógenes.

viernes, 14 de diciembre de 2012

El efecto pez abisal

El Melanocetus johnsonii es un bicho extremadamente horrendo. Un morador de las profundidades abisales. Ergo, un pez abisal (Aplausos). Esta criatura se caracteriza por una fina protuberancia que nace en su nariz y cuya punta se ilumina, de tal modo que sirve de reclamo para los infortunados peces que al percibir una luz en medio de la oscuridad se aproximan, encontrando así su fin. Ya saben aquello de "la curiosidad mató al pez abisal".
Melanocetus, aquí unos amigos; amigos, el Melanocetus

El arte es muy Melanocetus johnsonii en ocasiones. Un reclamo llamativo que luego acaba de forma desafortunada.

 Hay casos en la música de individuos que comenzaron su carrera de forma estruendosa pero al final se quedaron en tierra de nadie. Muchas historias al respecto. Como la leyenda del visionario que quiso publicar un recopilatorio de Europe con más de una canción. En este caso el síndrome Melanocetus johnsonii es sinónimo de suerte y falta de talento para refrendar el éxito.

Yo pregunto: alguien conoce una novela de Herman Melville, que no sea Moby Dick? Sin mirar en ningún buscador de internet, claro. ¿Nadie? No me extraña. Yo tampoco sé ninguna. Esta es otra de las variantes de este fenómeno: la literatura abisal. El exceso de talento opaca el resto de la obra. Moby Dick es una novela tan brillante (que sí, que más de 1000 páginas, que sí) que las otras novelas de su autor parecen olvidables. También contamos con casos opuestos, claro. Robert L. Stevenson publicó La Isla del Tesoro y tres años después, El extraño caso del Dr Jekyll y Mr Hyde.

The Simpsons meet The Sopranos
Lost y Los Simpson son dos series de TV abisales. La primera tiene tres temporadas vertiginosas que abruman al espectador a base de recursos espectaculares - véase osos en islas tropicales, humos eléctricos -, sin embargo, la bajada de nivel en las tres siguientes es palpable. Llegando a un final ciertamente estrambótico que no dio el cierre ansiado por los seguidores. Difícil empresa, por otra parte. Hablemos de Los Simpson. No hay ningún aspecto de la vida del hombre occidental actual que no sea satirizado, desgranado y criticado por Homer y cía. Dicho de otra forma, no me fío de esas personas que dicen que no le encuentran la gracia en la serie. Porque es imposible, a no ser que tu alma esté hueca. El hipsterismo llega a niveles ridículos en ocasiones. Sin embargo, Los Simpson es una serie abisal por contraste. Sus doce primeras temporadas son genialidad en dosis de 20 minutos. Más geniales si cabe si realizamos la comparación con sus predecesoras. En Los Simpson sobran demasiadas temporadas.

En el cine nos encontramos con un fenómeno parecido. Minutos deslumbrantes que luego desembocan en hastío. Amagar para no dar.  Engatusar para desilusionar. Prometer para olvidar. Mucho lirili y poco larala.

Las películas abisales existen. Pero aquí no mencionaré trayectorias abisales. Sino casos concretos. Dos películas con inicios francamente brillantes pero que se diluyen.


Caso 1: Up (2009)
La historia de amor - muda - que tiene lugar en los primeros compases de esta película es emocionante, gloriosa, hermosa y necesaria. Si ese fragmento de la película fuera un cortometraje independiente, sería El Apartamento de los cortometrajes. Si las películas de animación son sólo para niños, que los adultos se queden con sus mediocridades en carne y hueso.

Una vida entera en pocos minutos. Una narración prodigiosa, plena de sensibilidad. Imagino a los creadores de esta secuencia como unos funambulistas.  Sería muy sencillo caer en lo fácil. Buscar la lágrima con recursos burdos y desgastados. Pero no. Hay un equilibrio perfecto. Perfecto es un buen adjetivo para definir esta maravilla del cine contemporáneo. Y no quiero ni hablar de la melodía que acompaña estos minutos porque no quiero emocionarme otra vez.

Lo que precede a esta secuencia está bien. Es buena película, ojo. Cualquier homenaje a Spencer Tracy es necesario. Pero nunca logra alcanzar el nivel de esos minutos mudos. Es imposible. También es injusto exigirlo. Up es una película muy recomendable. Pero también es abisal.

Caso 2 : Granujas de medio pelo (2000)
Woody Allen había firmado con Dreamworks ese año. Por lo tanto, debía suavizar sus conceptos. Adaptarlos para todos los públicos. ¿Consecuencia? Cierta mediocridad en comparación con sus magníficos 90 - exceptuando Alice (1990) y Sombras y niebla (1991). Desmontando a Harry (1997) es un buen ejemplo de un Allen desatado pero genial. Con Dreamworks, vimos una versión más light de su talento pero con momentos impagables por supuesto. Small Times Crooks - en inglés - es una película sobre un pobre diablo, más listillo que listo, que se rodea de un grupo variopinto de delincuentes como él para perpetrar un atraco. La idea es simple: abrir una tienda de galletas en el local contiguo a un banco para excavar un túnel en el sótano y así llegar los billetes. Es un homenaje sincero y maravilloso a Rufufú (1958), de Monicelli. La película dura 95 minutos, de los cuales 30, son comedia en estado de gracia.

En un descanso de la esperpéntica excavación, los lumbreras, que son cuatro, discuten sobre cómo repartir el botín con la mujer del personaje de Allen.

- ¿Qué tal si nosotros cobramos 1/4 y ella, digamos, 1/3?
- ¡Entonces ella cobraría más que nosotros!
- ¿Cómo lo sabes?
- Además, ¿de dónde sacas 4/4 y 1/3? ¿No sabes sumar?
- Mira, yo en quebrados no me meto.

Media hora que navega entre los "qué bueno" y los "puto Woody, ¡ha vuelto a hacerlo!" Luego llega otra película diferente sobre los nuevos ricos y el snobismo ilustrado. Con Hugh Grant. Con un mensaje latente de gran interés, pero pobre en la factura si tenemos en cuenta el primer tercio de la película.

Otro día hablaremos de las mujeres abisales.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Jasón sin argonautas

Caminaba yo por el acerado de una calle poco transitada un jueves tarde. En pleno centro de una ciudad que rima con Sevilla y es, efectivamente,Sevilla. Horario de invierno. Frío polar. Regresaba a mi hogar después de adquirir un ejemplar de una novela. De Hammett, Dashiell. Fui a lo seguro y compré el libro en una tienda de libros. Me gusta arriesgar. Pero hay momentos y momentos. Los libros, en las tiendas de libros. Estoy de acuerdo. Lógico, coherente, directo. Como debe ser.

Enfilaba el final de aquella calle poco transitada. De pronto, sin previo aviso salieron de un portal cuatro individuos de intimidatoria apariencia y chillona expresión. Todos encapuchados. Por el frío, pensé en primer momento. Pero no. Eran de ese tipo de personas pack. Sólo operan en grupo. Si se encuentran solos ante el peligro, primero palidecen, luego se tambalean y finalmente acaban perdiendo la verticalidad. Es un fenómeno físico comprobado y testado por las más brillantes mentes. O no.

El pack de encapuchados reparó en mi presencia. Empezaron a proferir gritos hacia alguien. Miré hacia atrás. Nadie. Era mi guerra. No estaba particularmente preparado, porque era jueves. Pero quería llegar a casa. Tenía que pasar entre aquellos individuos para lograrlo. Sobre la marcha, dí con el plan perfecto. Arriesgado tal vez. Pero era algo sólido.

Proyecté en mi mente L'arena de Ennio Morricone y me aproximé al portal donde los pandilleros aguardaban para hacer quién sabe qué. Pisaba con aplomo. Quería que vieran que mi apostura no se veía alterada en ningún momento. Pero mi plan falló. Intentar acelerar al pasar por su lado para evitarles y salir a la calle contigua no fue una buena idea. El escuadrón de la capucha cerró filas, haciendo imposible el paso. Noté que algunas persianas se alzaban y algunas ventanas se abrían. Oí algún "pobre muchacho, tan joven".
Tenía que recurrir al plan B.

Abrí la bolsa que llevaba en mi mano derecha. Soy mucho de llevar las bolsas en la mano derecha, pero no es momento de airear mis parafilias. Una vez abierta la bolsa introduje la mano izquierda en su interior y agarré la novela de Dashiell Hammett sacándola al exterior. Toda esta operación transcurrió en décimas de segundos. Menos incluso. "Atrás, insensatos", exclamé. "Tengo un libro". Alcé el ejemplar y los encapuchados comenzaron a retroceder. Algunos se taparon los ojos. Como si una luz les cegase. Otros silbaban en un tono muy de reptil endémico del Amazonas. Conforme les acercaba el libro, los encapuchados retrocedían mientras hacían poses que recordaban al Nosferatu de Murnau. Finalmente acabaron volviendo a la oscuridad - portal 15, creo recordar - de la que procedían.

Guardé el libro y me fui. Sin apenas darle importancia a mi hazaña, pese al vitoreo general de los vecinos.

domingo, 9 de diciembre de 2012

En la casa: El demiurgo perverso

El cine es entretenimiento. La mayoría de las películas cumplen este objetivo: las hay que son un buen entretenimiento y las hay que son todo lo contrario. Pero entretienen de igual modo. El entretenimiento es fundamental para entender el cine. Pero yo prefiero las películas que empiezan cuando acaba la proyección.

Uno de estos casos es En la casa.

El otro día fui a ver esta película. Una película francesa. Una película francesa en la que no había disparos ni explosiones espectaculares. Una película francesa en la que no había disparos ni explosiones espectaculares y que estaba en versión original subtitulada. Supongo que algunos virtuales lectores habrán huido despavoridos al leer esto. Normal por otra parte. Prosigo.

El profesor de Literatura de un lycée francés está hastiado por el escaso nivel narrativo de sus alumnos. Ninguna de las redacciones que corrige le satisface. De pronto, un oasis. Un tal Claude García, que se sienta   en la última fila, aparece entre las hojas amontonadas. Su redacción es prodigiosa. No es vulgar como el resto. Hay precisión, hay claridad de ideas, hay crítica, hay cinismo. Hay talento.

Este es el arranque de esta desasosegante película. No tenía referencias previas antes de sentarme la butaca.  Leí en algún sitio que era una comedia. Por los precedentes recientes del género en Francia (Salir del armario, Bienvenidos al Norte, Intocable) supuse que valdría el precio de la entrada. No era una comedia.

En los primeros compases de la película sí lo parece. Pero nada más lejos. Desde el minuto 1 hasta el 105, la película juega contigo. Te mece a su gusto. Te ríes cuando está estipulado. En tu rostro surge el asombro según está prevista en el guión. Nada falla. La línea entre realidad y ficción nunca fue tan exigua. Y todo aderezado por momentos pavorosos y mucha turbulencia.

¿Dramedia? Posiblemente. Es innegable pensar en Woody Allen cuando hablamos de esta película. La crítica al hipsterismo ilustrado - aún siendo anecdótica en la trama - tiene momentos brillantes a lo largo del metraje. El mundo del arte recibe por todas partes. Incluso nos encontramos con planos deliberadamente homenaje al director neoyorquino. Por algunas frases y algunos estilismos, el profesor de literatura y su mujer parecen Alvy Singer y Annie Hall veinte años después. Pareja de clase media, con inquietudes y altas nociones culturales y cierto grado excéntrico. Rectifico: peculiar. Excéntrico es un adjetivo propio de adinerados.

En la casa encontramos la vieja historia del maestro que ve en su alumno la posibilidad de cumplir los sueños que él no pudo alcanzar por falta de talento. La lucha entre el talento y la moral. ¿Debe el arte tener cortapisas? Instructor e instruido. El doctor Frankestein y su monstruo. Por momentos, el joven protagonista estremece a su antojo con una simple mirada en la sombra.

También encontramos mucho de La ventana indiscreta. Tanto de forma explícita en algún plano de la película, como de forma residual en el argumento. 

Si buscan la moralidad en el cine, no es su película. Esta es una película de ficción dentro de la cual existe un relato que no sabemos con precisión si es realidad o no. El espectador decide qué es verdad y qué no lo es.

¿Preparados para ser manipulados?

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Señor, ¿por qué me has abandonado?

Uno de los pasatiempos más entretenidos - y ciertamente sádicos - de ir en autobús es observar las carreras desesperadas y desaforadas de los virtuales usuarios, que no son reales porque el autobús se ha ido antes de que les diera tiempo siquiera a llegar. Cabe indicar que el goce es plenamente satisfactorio si el visionado de este hecho se produce mientras estás sentado. Es decir, si te encuentras parapetado entre un robusto señor que supera las 500 arrobas y una ancianita que se encuentra extrañamente cerca de ti, es complicado disfrutar de nada en esta vida.

Era un viaje de vuelta. Era tarde. De hecho, era lunes. Cualquier hora es tarde un lunes. Pasé el abono transportes por el lector electrónico y me senté. El autobús no arrancaba, la gente entraba a espuertas. Los muy bajitos no podían ver el techo del vehículo. Yo, sentado, recuerdo. Empezaron las primeras carreras. Los primeros tropiezos, los primeros gritos de "oiga, oiga", los primeros especímenes a destacar. No nos engañemos, hay gente que corre de forma muy estrafalaria. Los rare runners. Voy más allá, algunas personas que en su rutina son perfectamente respetables, cuando se va el autobús y les urge el viaje, comienzan a correr de tal forma que pierden toda dignidad posible. Y el autobús también.

El conductor miraba su reloj. Era un tipo recio, adusto. Miraba a cada pasajero que subía con gesto severo. Retador incluso. Si se llamara Matías - por ejemplo - la gente que le conoce le diría a la gente que no le conoce: "Oye, cuidado con Matías". No sería nada disparatado que llevara escondido en su asiento un Peacemaker. Por si acaso. Nunca se sabe.

El conductor al que llamo Matías - como también podría llamarle Malaquías o Clodoveo - miró su reloj por última vez. Era el momento de continuar el trayecto. Cerró las puertas y el motor comenzó a sonar. De pronto, en la lejanía, una figura se acercaba misteriosa. Se acercaba muy rápido. Una rapidez bizarra. Era una monja. ¿Han visto ustedes alguna vez a una sierva de Dios en pleno sprint? Yo no. A la monja parecía no importarle nada más en este mundo que alcanzar ese autobús. Tendrá una promesa con la Virgen del Carmen, pensé yo. Aquella carrera no era normal para un futbolista de primer nivel siquiera.

El autobús ya había recorrido unos cinco metros. La monja lo había logrado. Aminoró su marcha cuando vio que un semáforo en rojo le facilitaba las cosas. Se acercó a la puerta de entrada y dio dos golpecitos. El conductor al que llamo Matías pero podría ser cualquier otro nombre, giró la cabeza y la fulminó con la mirada. Un "no te montas porque ya he comenzado el trayecto y punto, aquí mando yo" de manual. Todos los pasajeros observábamos la escena impávidos. Paralizados. Homero habría escrito algún poema épico de verdad con esa conversación sin palabras. La monja replicó. Frunció el ceño. Todos los allí presentes entendimos su mensaje: "pero no ves que soy una monja y acabo de hacer de hacer una carrera que, prácticamente, es plusmarca católica". El conductor al que llamo Matías pero podría ser cualquier otro nombre volvió a girar la cabeza. Miró al frente, vio que el semáforo se tornaba en verde y volvió a mirar a la monja. De nuevo ni un sonido salió de su boca. Sólo arqueó las cejas burlonamente, como diciendo "¿dónde está tu Dios ahora, hermana?. Arrancó y dejó a la monja a cinco metros de la parada, con una expresión que reflejaba el título de esto que leen.

En aquel autobús no regía la ley de ningún dios. Se hacía lo que decía el conductor al que llamo Matías pero podría ser cualquier otro nombre.

sábado, 1 de diciembre de 2012

La vida de Pi o el breve regreso del cine de historias

Antes de comenzar a reflexionar sobre esta película, un aviso a navegantes:

No es un biopic del que fuera presidente de la Primera República española. Tampoco es una retrospectiva sobre la labor profesional de Filemón Pi. No.


Esta es una película sobre la necesidad urgente (pleonasmo) del hombre de creer. Más allá, es una película sobre la fe. Pero no subyace un fondo fundamentalista, ni mucho menos. Se habla de religiones, sí, pero no desde un punto de vista rígido y agrietado. Lo que yo creo sobre la fe está reflejado en este blog con anterioridad. Hablemos de la película.



En la promoción se menciona que los productores de Avatar han participado en la producción de la película. Este apunte ayuda a que las salas se llenen. Es una promesa de grandes efectos especiales, 3-D... Esto nos espera. Las carteleras se completarán progresivamente de videoclips de 100-120 minutos con frases. La muerte del cine, sin duda. Sin embargo, La vida de Pi se manifiesta como una pequeña gran esperanza para los románticos. Los efectos especiales son grandiosos. Pero no conforman el por qué de la historia. Son el cómo. De hecho, alguien tendría que ponerle un piso al encargado de la fotografía de esta película. Urgentemente además. Qué maestría. Sospecho profundamente que Monet estaría orgulloso de algunos planos de La vida de Pi.



Cuando me senté en la butaca del cine tenía mis dudas. Días atrás, me embelesó el tráiler. Nada más verlo, y exclamé: ¡Rudyard Kipling! Cuando se encendieron las luces de la sala, refuté que en parte, estaba en lo cierto. Es muy difícil no pensar en Mowgli al ver esta película. Por cierto, el protagonista debuta brillantemente como intérprete. Y de náufrago casi todo el metraje. También sale un tigre. Y muchos, muchos suricatos. O perros de las praderas. O Timón, el amigo de Pumba.


La vida de Pi es un buen ejemplo de cómo debería adaptarse elcine a los tiempos modernos. Primero la historia. Luego ver cómo se puede contar a través de los medios disponibles. Pero la historia primero. Un mal director puede hacer una gran película con un buen guión. Ni Wilder, ni Ford, ni Hitchcock se libraron de rodar bazofias basadas en guiones pésimos. El cine es un arte que se fundamenta en contar historias. Parece que la industria lo ha olvidado.



Presten especial atención a los últimos diez minutos de la película. Luego reflexionen. 





Vean esta película si son creyentes, vean esta película si no son creyentes pero les gustaría serlo, vean esta película si no son creyentes y ni ganas tienen de serlo. No la vean si esperan bailes al final tipo Bollywood. Esto no es Slumdog Millionaire.

Vean esta película si les gusta el cine, no las películas.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Frenchip

Dos borrachos en la calle. A las 4 de la mañana. Hace mucho frío. Vociferan. Vociferan mucho.

Muy borrachos. Apenas se tienen en pie mientras se gritan con un odio desaforado. Algo ha ocurrido. Algo gravísimo. Se oyen golpes en la valla que rodea un pequeño jardín. Los vecinos se asoman curiosos. Algunos quieren silencio porque son las 4 de la mañana. Otros, como les han despertado con gritos a las 4 de la mañana, quieren sangre.

Las exhortaciones de los borrachos son apenas inteligibles. Pero sí muy audibles. Parece que uno le reprocha al otro que no ha sido generoso con él al no invitarle a una cerveza más. El reprochado no está de acuerdo. Piensa durante unos segundos la respuesta ingeniosa que derrumbe los argumentos de su oponente, pero no la encuentra. Decide aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid para preocuparse del estado de los familiares finados del otro borracho. No hay entendimiento.

Round two. El que reprocha falta de generosidad en el otro, tras recibir el agravio, se quita la chaqueta. Expectación. Los vecinos cotillas comienzan a agitarse en sus ventanas. El borracho despojado se arremanga sólo un brazo. El bueno. El de los uppercuts contundentes. Se acerca a su rival y, mientras le espeta con voz rasgada que - según su criterio - es un homosexual de gran tamaño, emprende un movimiento rápido y repleto de rabia con su puño hacia el rostro del otro. Curiosamente, el puño ejecutor pertenecía al brazo cuya manga está extendida. Quizá fuera una estrategia. No hay éxito en la empresa. El puñetazo se queda corto. ¡Agua! El agresor no logra completar con éxito su misión y cae al suelo.

Tras este intento fallido de agresión, el otro borracho vuelve a recurrir a la descalificación. En este caso, la señora madre del borracho recibe la injuria. Algo sobre una profesión ejercida en una esquina. Sin embargo, conforme avanza la disputa entre los dos borrachos, su estado de embriaguez - de ambos - va menguando. Exponencialmente. Cada vez están más serenos.

La disputa llega a un punto muerto ante la desilusión del respetable. Los borrachos han perdido esa chispa del inicio. Ya no conectan con su público como antes. Ahora hablan, de forma realmente inaudible. Sin dar voces. ¿Qué se dirán? ¿Qué harán ahora? ¿Tendremos que esperar hasta el próximo capítulo? De pronto, ante el júbilo de los asomados, uno de ellos echa el brazo por encima del otro. Por fin algo de acción, pensaron todos. Pero, en lugar de una llave de judo se encuentran con un par de inocentes palmadas que uno propina amistosamente a otro. Se acabó la disputa.

Justo antes de doblar la esquina y romper el corazón definitivamente a los que durante sus buenos cinco minutos han seguido sus venturas y desventuras, uno de los - ya no - borrachos le dice al otro:

- ¿Mañana dónde siempre?

sábado, 24 de noviembre de 2012

Marilyn también iba al baño

Marilyn Monroe - Norma Jeane Mortenson - es un icono.

Algunas personas nacen con estrella. Tienen don. Algo inherente a su ser. Algo que les hace destacar por encima de la mediocridad. No se puede explicar científicamente. Es un lo tienes o no lo tienes.

Marilyn lo tenía. Todos querían que les cantara el "Happy birthday". Wanna be loved by her.

Ciertos manchafolios doctos e ilustrados en la materia aseguran que sólo era una cara bonita . Como tantas otras. Una afortunada que supo valerse de su físico para labrarse una trayectoria. Pues mire usted. Sí y no.

Su exuberancia física era - es - irrebatible. Como dato curioso, leí el otro día que usaba la talla 42. No hace falta que les hable de lo repugnante de los cánones de belleza actuales, ¿no? Decía que su físico era un activo importante en sus primeros años. Como ocurría, ocurre y ocurrirá con tantas y tantas pseudo actrices. Pero con Marilyn era diferente. Una actriz no participa en películas del calado de Con faldas y a lo loco, Eva al desnudo, La jungla de asfalto o La tentación vive arriba sólo por un rostro agraciado.

También es verdad que la rubia actriz no era el adalid de la responsabilidad y la seriedad. Trabajando con Billy Wilder, sufrió un toque de atención por sus repetidas impuntualidades. La respuesta de Marilyn fue sonrojante. Dijo que no conocía bien el camino al estudio dónde se grababa la película. Respuesta lógica y comprensible si no fuera porque llevaba trabajando en esa productora - y esos estudios - más de cinco años.

Pese a la demostración de falta de rigor profesional de la Monroe durante el rodaje de La tentación vive arriba (1955), Billy Wilder volvió a contar con ella para Con faldas y a loco (1959). Marilyn volvió a dar quebraderos de cabeza. No se sabía sus líneas. Seguía llegando tarde con asiduidad. Pero su interpretación fue uno de los motivos fundamentales que colocaron a esta película como una obra cumbre del cine. Un imprescindible. De forma sardónica - como siempre - Wilder comentó que tenía una tía en Viena que llegaría puntual cada mañana y se sabría los diálogos, incluso del revés. Pero, apostillaba, ¿quién coño iría a verla?

Pues eso. Marilyn Monroe era única y absolutamente irrepetible. Su vida amorosa ocupó miles de páginas de la prensa rosa durante los 50 y 60. Sin duda, el más peculiar de sus romances fue el que mantuvo con el genial dramaturgo Arthur Miller. Su matrimonio duró seis años, desde 1956 hasta 1962. Plusmarca personal de la actriz. ¿De qué hablaban en las sobremesas? Vaya usted a saber.

El glamour era una constante en la vida de Marilyn Monroe. Un rasgo definitorio e innato - conste que yo ignoro la definición de "glamour", sólo sé que Marilyn lo tenía -. Ella sabía que era un modelo a seguir para muchas mujeres de la época. Rectifico.Sabía que era envidiada por muchas mujeres de la época y admirada por otras.

En los primeros tiempos de su noviazgo con Miller, la pareja acudió a almorzar a la casa familiar del escritor. Marilyn iba a conocer a su suegra. Se me ocurren, a bote pronto, unos 325 comentarios reprobatorios que la señora madre de Arthur Miller habría espetado a su hijo sobre lo poco recomendable que era esa chica para él. Pero lo cierto es que cuando surgieron los ¿con leche o solo?, la señora Miller estaba encantada con su nuera. El encanto de la estrella del celuloide flotaba en el salón comedor del humilde apartamento situado en Brooklyn en el cual el brillante escritor norteamericano tomó la inspiración para Muerte de un viajante.

Sin embargo, incluso la gente que sale en las películas tiene urgencias fisiológicas. Marilyn preguntó dónde estaba el cuarto de baño y allí se encaminó. Cabe indicar que el apartamento de la señora Miller era francamente humilde. Las paredes eran de papel. Así que Marilyn optó por abrir los grifos para ahogar cualquier sonido que se pudiera filtrar hacia el salón. Algo lógico. Terminada la operación, Marilyn cerró los grifos, tiró de la cisterna -supongo - y volvió al salón. La tarde transcurrió con total normalidad, con pastas y galletitas mediante me atrevo a aventurar.

A los pocos días, Arthur Miller volvió a visitar a su santa madre. Esta vez sin la compañía de Marilyn.

- ¿Qué te pareció Marilyn?, - preguntó Arthur - ¿maravillosa, verdad?
- Es encantadora, querido, - respondió dulcemente la anciana señora Miller - ¡pero mea como un caballo!

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Bucle

Un día - puede que fuera miércoles - caminaba por la calle, ensimismado en mis pamplinas. Que son muchas y diversas.Mientras esperaba que un semáforo pasara del rojo al verde, reparé en la pared que se encontraba a mi espalda. Muchos anuncios y publicidades se daban de codazos. Me fijé en uno. Decía lo siguiente:

Vendo lavavajiyas en buen estado.

Justo debajo figuraba un número de teléfono para los interesados. Esbocé una mueca de sonrisa al leer la falta de ortografía y seguí mi camino. Mejor dicho,seguí caminando. El semáforo se puso en verde.

A los cuatro días -ni uno más, ni uno menos -, volví a esperar en la misma calle. Mismo semáforo. Misma pared. ¿Mismo anuncio? A decir verdad, un individuo estaba inclinado hacia el trozo de papel, bolígrafo en mano.Tras una operación que duró unos 10-15 segundos, se echó hacia atrás para comprobar su obra y se fue ufano. Me acerqué y comprobé que se habían realizado modificaciones. La "y" había sido reemplazada por una "ll". Pero el retoque no quedó ahí. También tachó la segunda "v" para colocar chapuceramente una "b".

Y esta anécdota, queridos amigos, me parece una de las metáforas más explicativas de la política española.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Pagliacci, el payaso

"Un hombre va al médico. Dice que su vida parece dura y cruel. Dice que se siente solo en un mundo amenazador en el que lo que le espera es vago e incierto. El doctor dice: El tratamiento es sencillo. El gran payaso Pagliacci ha venido a la ciudad. Vaya a verlo esta noche. Con eso se animará.

El hombre empieza a llorar. Dice: Pero doctor... yo soy Pagliacci".

Watchmen. Alan Moore.

Espacio abierto para la reflexión.

martes, 6 de noviembre de 2012

El gato

No me gustan los gatos. No me fío. Se pasan el día maquinando. Te examinan. Son cautelosos. Sigilosos. Nunca sabes por dónde pueden aparecer. De ahí los cascabeles. Son inteligentes. Por tanto, tienden a la maldad. Tampoco me gustan los saltamontes, pero esa es otra historia.

Un verano de hace algunos años, me encontraba pasando unos días en una casa en un pueblo costero. Dicha casa pertenecía a una urbanización inaugurada hacía poco tiempo. La ventana de mi habitación daba a un descampado. Al fondo, se divisaba la playa.

Cierta noche me desvelé. El calor. Fui a la planta baja para beber agua. Lo hice. Subí. Silencio absoluto. Eran las 3 de la mañana. Sólo el ruido del crujir de los escalones. Todos dormían. Llegué a la habitación y me senté en la cama. Pensando en mis cosas. Sí. Posiblemente. Y justo antes de recuperar la horizontalidad, me asomé a la ventana. No esperaba ver nada. Sólo estaba el descampado. Además, aquella noche había bastante niebla. Apenas se veía nada. Salvo un gato.

Un gato grande, blanco. Posado sobre sus patas traseras. Justo enfrente de la casa. En la acera. Había niebla pero el gato era bastante visible. Podía ver su postura. Y su cara. Miraba hacia mi ventana. Me miraba a mi. No había duda. 

El gato seguía mirándome. Muy fijo. No parpadeaba. Lo que parecía algo azaroso, una mera casualidad, se tornó en algo desconcertante con el transcurrir de los minutos.

 Pasaron algunos coches, con pasajeros absurdos y alcoholizados. Hacían mucho ruido. Algunos vecinos salieron a protestar. Pero el gato ni se inmutó. Allí seguía. Firme y erguido y con su mirada enfocándome. De pronto, escuché un ruido dentro de la casa. Un pequeño espasmo recorrió mi cuerpo. Miré en derredor. Nada. Todos seguían durmiendo. Sería sugestión. Volví la mirada hacía la calle. El gato seguía allí. Clavando sus ojos en los míos. 

Aquello empezó a trastocar mis nervios. El gato seguía en sus trece. Y yo también. Me propuse no volver a la cama hasta que aquel gato se fuera. Miré el reloj. Habían pasado sólo 10 minutos desde que subí las escaleras. El gato se mantenía frío. Relajado, incluso. Aseguraría que confiado en sus posibilidades. Mi estado de desconcierto primario tornó en cierta animadversión hacia el felino animal. Estaba seguro de que aquel gato se había propuesto amargarme la existencia.

Me enfadé. 40 minutos de batalla de miradas después, me enfadé. Comencé a musitar palabras cargadas de odio hacia el gato. Mi mirada se encrudeció todo lo que una mirada se puede encrudecer a, casi, las 4 de la mañana. De repente, me dí cuenta de lo que estaba haciendo. Era absurdo. Pero si era un simple gato.  ¿Rivalizaba con un gato? Por favor. 

Además, ya había encontrado el sueño. Mis párpados eran de tungsteno reforzado. Así que lo hice. Me tumbé y cerré los ojos. Cuando aparté la mirada del gato, éste seguía observándome. De pronto, una ráfaga de aire frío entró por la ventana. En mi batalla gatuna, había abierto la ventana para ver mejor a mi oponente. Oponente, pensé mientras cerraba la ventana, qué tonto soy. Si es un gato... Justo al cerrar la ventana y echar la persiana, vi como el gato se alejaba. Pero antes de marchar, hizo algo que recordaré siempre.

Sonrió.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Lo malo si breve...

Después de ver la última entrega de James Bond - Skyfall -, justo a la salida del cine, oí una frase aislada de la conversación entre dos espectadores que comentaban la película. "Se cargan la película con lo poco que sale Bardem". De aquí saco en claro dos cuestiones:

1) Efectivamente, la creación de Bardem es espléndida y resulta un villano a la altura de Bond. Sin caer en lo paródico de tantos otros. Por supuesto, voy a obviar su, digamos, arriesgado corte de pelo. Y sí, sale poco en pantalla.

2) Ese buen hombre desconocía esa máxima del cine que consiste en que cuanto menos tiempo aparezca un malo en pantalla, más rotundidad tendrá.

A continuación, expongo tres ejemplos recientes en los que esta teoría se demuestra y un cuarto ejemplo que supone la excepción (un saludo al Langui).

Año 1991. El silencio de los corderos. Hannibal Lecter.
Anthony Hopkins da vida al único caníbal sibarita del que hay constancia fílmica. No es precisamente el malo principal de la película - dudoso honor que corresponde al bizarro Buffalo Bill -, pero sin duda roba toda la atención del espectador. Rostro imperturbable, ni un parpadeo y esa calma que aterroriza. Disfruta con la misma pasión de la música clásica que de la más pura casquería. Preguntado por cómo compuso tan brillante personaje, Hopkins comentó que para formar la voz y la actitud del doctor Lecter se valió de referentes tan variopintos como Katharine Hepburn, Truman Capote y Hal 900 (el ordenador inteligente de 2001, de Kubrick). Hannibal Lecter sólo aparece poco más de 15 minutos en pantalla.

"Me comí su hígado acompañado de habas y un buen Chianti"

Año 1995. Seven. John Doe. Este párrafo contiene detalles fundamentales del argumento.
Durante 117 de los 127 minutos que dura este magnífico thriller lluvioso, Morgan Freeman y Brad Pitt persiguen sin descanso a un psycho killer que asesina de forma fría y calculada según los pecados capitales. A falta de dos crímenes por cometer (envidia e ira), el asesino se entrega en comisaría. Se hace llamar John Doe (traducible como Don Nadie, Menganito...) y es interpretado por Kevin Spacey ante el asombro general. Su nombre no consta en los créditos por petición propia. En sólo 10 minutos en escena, Doe/Spacey logra estremecer con pasmosa tranquilidad al hablar de los motivos de sus escalofriantes asesinatos. Sólo 10 minutos. El final es de antología de la época contemporánea.

"Parece que la envidia es mi pecado"

Año 2008. El caballero oscuro. Joker o el Joker.
Dentro de esta obra maestra del cine de superhéroes, destaca sobremanera la presencia de la némesis de Batman: Joker. (Hablamos de cine, no de camisetas serigrafiadas)

N.B. Si están interesados en la mitología del hombre murciélago y su relación con el villano basado en El hombre que ríe, de Victor Hugo, no dejen de leer el cómic La broma asesina.

Cuando se estrena una película protagonizada por un icono cultural, véase Batman, no son pocos los grandes sabios que se aprestan a despellejar todo lo que encuentran a su paso. Así pasó con Joker. El referente previo de Jack Nicholson en Batman (1989, Tim Burton) había calado hondo. Incluso el propio actor de perenne y aviesa sonrisa comentaba que sólo él podía interpretar ese papel. Entonces llegó el estreno. Y el silencio. Y luego los aplausos en las salas de cine. Y después la rendida admiración de todo aquel al que le guste esto de las películas. El Joker de Heath Ledger es uno de los mejores villanos de la Historia del Cine. Alrededor de 20-25 minutos de anarquía y locura desaforada detrás de un maquillaje de clown. Uno incluso se posiciona por momentos a favor de ese asesino cruel.  Magnético, bestial, despiadado, genial.

"Ahora le veo la gracia, estoy siempre sonriendo"

La excepción confirmadora de esta regla la encontramos en la única película que dirigió el grandérrimo actor Charles Laughton: La noche del cazador (1955). Un cuento infantil de tono tenebroso y lúgubre. Decía Hitchcock - no precisamente el mejor amigo de Laughton - que una película es tan buena como su villano. Entonces hablamos de una obra maestra. Robert Mitchum daba vida a Harry Powell, el siniestro reverendo que lleva tatuadas las palabras odio y amor en sus nudillos. Es el protagonista absoluto de la película.  El dueño. El jefe. Sólo Robert Mitchum con su honda voz es capaz de atemorizar y provocar escalofríos cantando "Leaning on the everlasting arms". Película insustituible, Mitchum insustituible.

"Recordad que por sus frutos los conoceréis"







miércoles, 31 de octubre de 2012

Halloween: recomendaciones de la casa

Hoy, 31 de octubre, se celebra la fiesta de los difuntos. Y como Halloween no es sólo Pesadilla antes de Navidad, desde este blojjj se sugiere el siguiente menú:

- Media tarde:

La leyenda de Sleepy Hollow (1949): Un mediometraje made in Disney sobre este relato de terror romántico de Washington Irving. Por cierto, lean el relato original. Y también Cuentos de la Alhambra, del mismo autor. El mediometraje en cuestión consta de dos historias no relacionadas entre sí. La primera es protagonizada por un sapo. La segunda es la adaptación más fiel de la historia del jinete sin cabeza. Olviden policias atractivos, brujas, finales transparentes y demás parafernalia. El Ichabod Crane que creó Irving era feo como un hombre puede ser feo. Y era profesor de escuela. Olviden también los estereotipos Disney. Aunque haya canciones. Es una película de dibujos animados pero no es infantiloide en exceso como tantas otras. Como no lo es la historia en la cual se basa. Naturalmente está suavizada para el público infantil, pero del mismo modo es extraordinaria. La ven primero y ya me contarán. No les aseguro que les guste la historia del sapo, conste. Aunque a mi me parece excelsa en su registro.

- Tarde-noche: 

Arsénico por compasión (1944): Screwball comedy en su máximo exponente. Frank Capra dirige, Cary Grant actúa. Un famoso crítico teatral recién casado hace una - cree él - fugaz visita a sus encantadoras tías antes de irse de luna de miel con su, también encantadora, recién desposada mujercita. Lo que descubre al llegar a casa de sus tías le hará retrasar su viaje de novios. Un cementerio, caridad, dos adorables y maquiavélicas señoras,un Teddy Roosevelt que vive en Brooklyn, un reloj de cuco, un Frankestein inintencionado, un doctor chapucero, un sótano con sorpresa y un Cary Grant que se desquicia por momentos conforme avanza el film. No diga histrionismo - no confundir con jimcarreyismo -, diga Cary Grant en Arsénico por compasión. Comedia negra brillante, divertida y frenética. Imprescindible. Más en Halloween.

- Noche: 

El cuervo (Edgar Allan Poe): Poema mágico escrito por el escritor norteamericano más importante desde Mark Twain. Se aconseja leer esta pequeña joya de la literatura con la menos luz posible. Es más, sería oportuno emplear para tal propósito un casco de minero. El ambiente tétrico y decadente que desarrolla Poe envuelve al lector, sobre todo en la primera lectura, de forma que nunca verá de la misma forma al pájaro que da título al poema. La angustia del narrador empapa, cala hasta los huesos. Su pena, su dolor. Y el cuervo que revolotea y se posa a su antojo en el busto de Palas. Quizá Edgar Allan Poe no contara unos chistes de caerse al suelo, pero sublimó la creación de atmósferas de pesadilla. Y sin Danny Elfman como apoyo. Por supuesto, acompáñese esta lectura con el visionado del especial Halloween de Los Simpson que referencia este poema.

                  "Nunca más"

Dentro de este género, la casa también recomienda los relatos Maése Pérez, el organista y El monte de las ánimas, de Gustavo Adolfo Bécquer. Es más, lean Rimas y leyendas al completo. Ya me lo agradecerán. Más allá, lean todo Bécquer. Y todo Poe. Lean. En general.

Hasta aquí el menú de hoy. También pueden disfrazarse de cosas y pedir caramelos por las casas.

martes, 30 de octubre de 2012

Fritz Lang: mejorando a Renoir

Fritz Lang es el gran olvidado cuando se habla de los más grandes directores de la historia del cine. En esa terna no fallan nombres como Hitchcock - el maestro del suspense (pronúnciese en francés) -, Wilder - el más brillante y prolífico escritor de obras maestras -, Hawks - brillante en todos los géneros habidos - o Ford - el western como obra de arte-.

Peter Lorre en su debut cinematográfico
Fritz Lang no sólo no desmerece a estos gigantes del cine sino que les iguala. En el cine mudo o en el sonoro. Dos etapas bien diferenciadas. Igualmente brillantes. La primera en su Alemania natal. Entre otros logros, creó a uno de los villanos más terribles del cine: El Doctor Mabuse, sentó las bases de la ciencia ficción como género cinematográfico con Metrópolis, sirvió de inspiración para el director de oronda silueta con Spione, rodó una fábula sobre el amor y la muerte: Las tres luces o permitió a Peter Lorre ser inmortal con su villano de M, el vampiro de Düsseldorf - el silbido más aterrador jamás oído -.

Con el auge del nazismo, Lang se instaló en Hollywood y siguió a lo suyo: hacer obras de arte e influir en jóvenes aspirantes a director, véase Billy Wilder.

Jean Renoir era hijo de artista. Su padre, Pierre-Auguste es uno de los inmortales de la pintura. El impresionismo llegó a sus cotas más altas con su obra. Su hijo también fue artista. Pero prefirió la claqueta a la paleta de colores. Incomprendido como todos los artistas, Jean Renoir no recibió la importancia merecida hasta la llegada de la nouvelle vague. Como tantos otros. La regla del juego es una de esas películas que recompensan eternamente.

La relación entre Renoir y Lang se basa en la admiración. La del alemán por el hijo del genial pintor.

Perversidad (1945)
En 1931, Jean Renoir realizó su segunda película: La chienne (La golfa), basándose en la novela de Georges de la Fouchardiere. La historia de un infeliz cajero con infulas de pintor que es engañado y ridiculizado por una cruel fémina y su amante. Magnífica película. En 1945, y ya asentado y respetado en la industria norteamericana, Fritz Lang se propone rehacer la película de Renoir. Cambia el título: Scarlet Street. Aunque en este caso, y sin que sirva de precedente, prefiero el título en español: Perversidad. Pero Lang, continúo,  no quiere hacer un drama al uso. Emplea la misma trama pero oscurece el tono. Cine negro en su máximo esplendor. Para los papeles protagonistas se rodea de ambrosía actoral: Edward G. Robinson y Joan Bennett. La escena que cierra la película es escalofriante e inolvidable. En todos los sentidos. Mención especial a la femme fatale que compone Bennett. La maldad con curvas y melena lujuriosa. Tal sintonía tenían ambos actores que era su segunda intervención conjunta - y seguida - en un film de Lang. La primera tuvo lugar el año anterior, 1944: La mujer del cuadro. En dos años, dos imprescindibles del cine negro.

Años más tarde, en 1954, Fritz Lang volvió a las andadas y realizó su versión de La bestia humana, de Emile Zola. Dieciséis años antes, Renoir había hecho lo propio. Para su película, Lang volvió a repetir pareja de actores. En este caso, los elegidos eran Glenn Ford y Gloria Grahame, que un año antes protagonizaron la inapelable y perdidamente magistral Los sobornados. De nuevo una gran película, de nuevo eternidad.

Fritz Lang no conocía el término mediocridad.

lunes, 22 de octubre de 2012

La consulta del dentista y el cura

Esta tarde tocaba dentista. No es mi ideal de diversión pero tampoco es una tortura china. De hecho, siento cierta lástima por los estomatólogos. Es uno de los trabajos más desagradables que se me ocurren. Hay cada boca por ahí que es de museo. De lo desagradable. Si bien no es nada en comparación con los podólogos. Esos señores son héroes. Reflexionemos durante un instante. Si la boca que es una parte de la anatomía medianamente accesible y visible, muchas veces es un desastre, ¿qué barbaridades no se encontrarán esos mártires en los pies de sus clientes?

 Otra cosa de los dentistas es el sadismo que la creencia popular le asigna. Si usted, estimado lector, experimenta cierta fobia hacia los profesionales dentales, le aconsejo que si ve La pequeña tienda de los horrores, (1986, Frank Oz) cierre los ojos cuando vea aparecer a Steve Martin con un antinatural cabello azabache y montado en una moto. Son sólo unos tres minutos. Pero esto no va sobre dentistas.


18.30. Llego a la consulta del dentista. La revisión de todos los años. Pase usted a la sala de espera, me dijo  una mujer todo de blanco, cofia incluida. Obediente, pasé a aquella habitación. Estaba solo. De fondo, todos los boleros de Antonio Machín y Armando Manzanero hechos melodías para flauta. Eché un vistazo y al no encontrar ni un mísero ensayo sobre astrofísica en ninguno de los revisteros, procedí a informarme de las venturas y desventuras de la familia real, de las relaciones amorosas entre individuos de dudoso pelaje; lo que es el entretenimiento patrio. Calculo que así estuve unos Diez Minutos, cuando, de Pronto, se abrió la puerta de la sala y alguien dijo Hola. Un cura. No sé si obispo. Más bien era un siervo de Dios raso. Se sentó y se puso a leer un libro forrado en su parte exterior por hojas de periódico. De ABC, concretamente.  Quiero pensar que el cura forró el libro porque estaba leyendo algo sacrílego. Esto es, cualquier cosa que no sea la Biblia. El pájaro espino quizá. Pero lo dudo profundamente. Era un cura vetusto, provecto, decrépito.   No menos de 80 años de man in black.

Al rato - 5 minutos - llegó una madre con su hija. La niña tendría unos 14 años. Pelo largo, rubio. Con algunos colores insondables para mi en forma de mechas. Uniforme de colegiala. Nabokov, que nos conocemos. Mascaba chicle con tal fruición que lamenté que no hubiera en aquella sala de espera alguien del Guiness para certificar el récord.

De repente, suena un móvil. No era el mío. Eso dejaba tres sospechosos: el cura, la madre y la hija. El tono de llamada respondía a un éxito discotequero actual, cercano a lo denunciable. "Ella no sigue modas", según he descubierto tras arduas y dolorosas invetigaciones. Descarté al cura. Madre e hija se miraron. Acto seguido prorrumpieron en carcajadas. Aquello me extrañó. Mis ojos pasaron directamente al cura, antes descartado. Ante mi cara de asombro y las carcajadas materno-filiales, el anciano y venerable cura metió la mano en su bolso, sacó el móvil y la melodía cesó.

Tras asistir a esa dantesca escena, llegó mi turno y pasé a la consulta. Ojalá hubiera sonado el teléfono de la niña con Tocata y fuga de Bach en re menor.

Ojalá.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Breve kármico

El karma es una energía que se desprende de los actos de los individuos. Dependiendo de la naturaleza de esos actos, serán las reencarnaciones del individuo.

O eso creen budistas e hinduistas, entre otros.

Ya que me preguntáis, os diré que yo, por lo general - y según he comentado por aquí en alguna ocasión - no creo mucho. Soy partidario de esta frase de Woody Allen en Desmontando a Harry (1997) : "Si me dan a escoger entre dios y el aire acondicionado, me quedo con el aire".

Pero - siempre un pero - tuve una experiencia el otro día que me hizo meditar. Salía de la ducha y cogí una toalla. Es una práctica habitual. Como un ritual. Es salir de la ducha y coger una toalla. Instantáneo. Da buen resultado. Entonces procedí al secado. Todo estándar. Sin sobresaltos ni incidencias reseñables. De pronto, un perro en la calle comenzó a ladrar con insistencia. Yo seguía a lo mío - la cabeza creo recordar -, cuando de pronto, oí un gimoteo muy leve. Un gimoteo con tendencia al lamento. Supuse que venía de la calle, como los ladridos. Pero yo vivo en un 4º. Y el gemido venía de algún lugar cercano a mí. No presté atención y continué con mi labor. Más ladridos. Y otro gemido. Esta vez más nítido. Sí, era yo.

Me desligo totalmente de la acción emprendida por mi subconsciente.

Posibles explicaciones ante el suceso:

1) Efectivamente, existen las reencarnaciones y fui un perro. Por eso mi otrora mente perruna respondía a un compañero en apuros.
2) Tengo mucho tiempo libre y soy muy tonto.

domingo, 14 de octubre de 2012

John Cazale: el actor perfecto

Un buen día - o malo, no sé si llovió - los hermanos Lumière se inspiraron en el kinetoscopio de Edison para crear el cinematógrafo. Por tanto, pusieron las bases técnicas de lo que conoceríamos más adelante como cine.

Han pasado más de 100 años. Miles de actores y actrices se han puesto delante de las cámaras para dar vida a infinidad de personajes. Desde el mudo hasta la horrorosa etapa actual del 3-D. Algunos de estos actores son iconos de la cultura popular. Dioses mundanos. Pero todos tienen un talón de Aquiles. Un fracaso en su trayectoria. Un borrón, como todo buen escribano. Ejemplifico:

Buster Keaton es un genio. Nadie pondrá nunca cara de absolutamente nada de forma tan brillante como él. El moderno Sherlock Holmes, Siete ocasiones o El maquinista de la General son auténticas exhibiciones de talento. Pero en su ocaso perpetró abominaciones - fruto del incomprensible desprecio que le profesaba el público de la época -como L'incantevole nemica.

Marlon Brando es el mejor actor de la historia del cine. El Marco Antonio orador de Julio César, el visceral Stanley Kowalski de Un tranvía llamado deseo, el mil millones de veces  imitado Vito Corleone de El Padrino o el totémico Coronel Kurtz de Apocalypse Now son sólo algunos de los inmortales personajes a los que dio vida Brando. No obstante, su peculiar personalidad hizo que de tanto en cuando accediera a trabajar en películas tipo La isla del doctor Moreau.

Robert de Niro. El mejor de su generación. Vito Corleone (joven), Travis Bickle, Jimmy Conway, Jake LaMotta, Sam "Ace" Rothstein. No se entiende el cine moderno - que se lo digan a Scorsese - sin su trabajo. Aunque en España se admire más a Ricard Solans que al propio de Niro. Sin embargo, a partir de mediados de los 90, comenzó a interesarse más por los dólares que por los guiones. Ahí está la saga de "Los padres de..." Y así hasta hoy.

Todos los grandes de la interpretación tienen sus momentos Guadiana. ¿Todos? No. La excepción que confirma la regla tiene nombre y apellido: John Cazale.

Sólo cinco películas en su corta filmografía. Cinco imprescindibles del cine de los últimos 40 años. Cinco interpretaciones memorables. Cinco es un número muy corto. El cáncer se llevó a este magnífico actor a los 42 años. Desde este blog se recomienda encarecidamente, casi con la rodilla tocando el suelo, el visionado del documental Descubriendo a John Cazale.

Cazale era un actor modesto. No destacaba a simple vista. Un individuo gris dirían algunos. Hacía teatro y se presentaba a todos los castings habidos. En una de esas interminables esperas, arrugando cada vez más el papel de las frases mientras fruncía el ceño para recordarlas, trabó amistad con un tal Al Pacino. Ambos fueron seleccionados para dar vida a dos de los personajes principales de El Padrino. El aspecto apocado y simplón de Cazale provocó que Coppola no tuviera dudas al otorgarle el papel de Fredo Corleone. Su debut en el cine. El débil de la familia. Su papel en esta primera parte se centra en poner las bases de lo que pasará en la segunda.

Fredo Corleone es el segundo de los hijos del jefe de la familia Corleone. Es desgarbado, torpe, poco agraciado. John Cazale supo darle al personaje ese punto de ternura que daba a todas sus creaciones. Patetismo no, pero casi. Su inteligencia le permitía conservar cierta dignidad en sus actos, para luego perderla en la siguiente frase y empezar de nuevo. Su personaje era muy complejo. El hijo acomplejado de un maestro del crimen organizado.

La siguiente película de John Cazale fue La conversación (1974), también de Coppola. En esta ocasión, subió un peldaño más. A efectos prácticos, era el protagonista junto a Gene Hackman de este brillante thriller de espías con ansia de poder.

En el mismo año, volvió a dar vida a Fredo Corleone. Su importancia en la película es trascendental. Protagoniza cuatro momentos no sólo capitales para la trama, sino también para el cine como arte. El baile de fin de año en Cuba ("I knew it was you, Fredo. You broke my heart"), la discusión con Michael en la casa junto al lago - esa tumbona, esa pose - ("You're nothing to me now"), el rezo en la barca justo antes de que Al Neri cumpla las órdenes de su amo y la  pragmática y escalofriante escena final en forma de flashback. John Cazale es uno de los grandes culpables de que la saga de los Corleone sea legendaria. 

En el 75, volvió a compartir encuadre con su amigo Al Pacino. Tarde de perros, de Sidney Lumet. Una de atracadores de bancos que caen bien. Sin duda, uno de sus papeles más peculiares. Como también lo era la rocambolesca y, en su fondo, bizarra historia que la película narraba. Todo dispuesto para el lucimiento de Pacino. Aunque con la inestimable ayuda de Salvatore Naturile/Cazale. En el segundo plano destacaba como nadie. Si la vida no fuera tan cruda quizá habría llegado al nivel de secundarios como Walter Brennan.

- ¿A qué país te gustaría ir? 

- Wyoming. 


- Sal, Wyoming no es un país.

Tres años más tarde, y ya gravemente enfermo, rodó su última película: El cazador. Uno de los relatos más crudos y explícitos sobre las guerras y sus efectos en primer plano. Cazale formaba parte del elenco protagonista con Robert de Niro, Christopher Walken, John Savage y la que fue su pareja hasta el final, Meryl Streep.

John Cazale es el actor perfecto estadísticamente. Cinco películas, cinco nominaciones a Mejor Película. Quién sabe cuál habría sido su techo si esa enfermedad no se hubiera interpuesto. Compartir pantalla con De Niro, Brando, Hackman, Pacino, Caan, Keaton, Streep Strasberg o Walker y destacar no es nada fácil. En un mundo de egos superlativos, Cazale ponía algo de cordura, coherencia y sensibilidad. Y talento, mucho talento.

"Todo lo que yo quería hacer era trabajar con John por el resto de mi vida." Al Pacino.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Error de cálculo

Un país cualquiera. Una ciudad cualquiera. Una cárcel cualquiera. Una sala cualquiera, de una cárcel cualquiera, etcétera.

En la sala en cuya puerta figura la palabra "Apoyo", se reúne la doctora Alegría con sus pacientes. Sanguinarios todos. Pero pacientes al fin y al cabo. En esas sesiones, la doctora Alegría trata de aliviar las conciencias de esos pobres diablos. Que cuenten lo que les atormenta. Que se arrepientan de sus actos. A las sesiones de la doctora Alegría no van carteristas. Deberían ir políticos y banqueros, pero: 1) esos no pisan la cárcel y 2) seamos serios, esa gente no se arrepiente de nada.

El trabajo de la doctora Alegría era complejo. En la sala de apoyo, siempre había dos guardias convenientemente armados. Por si acaso. Los reclusos tratados por la doctora eran hombres rudos. Sí, tatuados todos. De los que dirías a primera vista que no leen a Chéjov.

Un día, un nuevo paciente se unió a las sesiones. No era como los demás. Su nombre era Isaías Peláez. 1'65  de hombre con bigote. Muy engominado. Con una podredumbre dental preocupante. Sus facciones no eran ásperas. Más bien se acercaban a la afabilidad. No cumplía en absoluto los clichés de violento convicto. Sin embargo, cuando la doctora Alegría invitó amablemente a Isaías a que tomara asiento y comenzó a leer su expediente, su ceño se frunció primero, para soltar un leve espasmo de desaprobación después.

Isaías Peláez había llevado a cabo un brutal asesinato. La víctima era un vecino suyo: G. D. El dueño de la tienda de bicicletas del barrio. Un hombre guasón, por lo que contaban las vecinas embutidas en una bata y con algunos rulos en su cabeza al calor de los focos de una cámara de televisión. Un buen hombre.

- Hola, Isaías. Soy la doctora Alegría. Estamos aquí para ayudarte. No te sientas incómodo, por favor.

Isaías Peláez asintió.

- En estas sesiones intentamos expulsar nuestros demonios. Encontrar la paz dentro de nosotros.

Isaías asintió de nuevo, en esta ocasión con una media sonrisilla que asomaba debajo de su bigote.

- En la primera sesión, el paciente cuenta por qué está aquí. En qué ha fallado. De qué se arrepiente. (Silencio, por favor)

- Muy bien, dijo por fin Isaías con una voz extrañamente aflautada. Os voy a contar mi historia.

- Te escuchamos, Isaías.

- Yo tengo un problema dental. Es evidente. No piso un dentista porque no me da la gana y se acabó. Yo asumo las consecuencias. No pasa nada. Pero a mí que no me toquen lo que no me tienen que tocar. ¿Estamos?

- Tranquilo, Isaías. Respira hondo. Eso es. Ahora sigue con tu historia.

- Yo no me meto con nadie. Soy pacífico. Sí, ya sé que desmembrar a un vecino no es una práctica pacífica. Pero tengo mis motivos. El de la tienda de bicicletas estaba siempre de broma. Se reía de todo el mundo. Un chistoso insoportable. Cada vez que pasaba por su tienda, me soltaba algún comentario inoportuno sobre mis dientes. Todos se reían. Pero yo en el momento me bloqueo y ya en mi casa se me ocurren las respuestas indicadas. Así que siempre me dejaba en ridículo. El muy imbécil.

Un día, le llegó una bicicleta que, por lo visto, era única. Sólo había 10 más en todo el mundo. ¡Casi 10.000 euros! Ahí encontré mi oportunidad. Vi el cielo abierto. Por fin, podría vengarme de tantos años de bromas hirientes. Se quedaría con cara de tonto.

El plan era el siguiente: ir a la tienda del soplapollas... de este hombre, perdón, e interesarme por la bicicleta. Como soy muy ahorrador, no tengo familia que mantener y la gente es muy cotilla, el dueño de la tienda no pondría en duda mi interés. Y mucho menos por falta de dinero. Así que me dejaría probar la bicicleta justo antes de firmar el contrato de compra. Cosa que yo nunca habría hecho, por supuesto.

Cogería la bicicleta para dar una vuelta a la manzana y justo cuando doblara la esquina, el basurero pasaría para hacer su ronda. Lo tenía todo cronometrado. En ese momento, me vería sorprendido por el camión, saltaría y, trágicamente, la bicicleta quedaría reducida a fosfatina. Y que se jodiera... aguantara, perdón. 

¿Broma un poco pasada de rosca? Sí. Pero tenía mis motivos.

Llegó el día de llevar a cabo el plan. Llegué a la tienda. Aguanté la enésima broma,las enésimas risas de fondo y le comenté mi interés por la bicicleta en cuestión.

Todo iba sobre ruedas - dos concretamente -, el plan se desarrollaba de la forma prevista. Él sacó la bicicleta. Y mientras yo la examinaba, le pregunté fingiendo curiosidad si era posible probarla antes de firmar el acuerdo de compra. Sin problema, me dijo. Todo fue mal a partir de ese momento. Cinco minutos después, estaba muerto.

- Pero, ¿qué pasó Isaías? - inquirió curiosa la doctora Alegría.

- Estaba tan contento por lo bien que iba el plan que hice la cosa más estúpida.

- ¿Qué hiciste?

- Firmé.

lunes, 8 de octubre de 2012

No acepto pulpo

El otro día revisé La parada de los monstruos - aunque me gusta más el título original: Freaks. Obra maestra incontestable de Tod Browning sobre la condición humana, la crueldad más abyecta y la dictadura de las apariencias. Todo ambientado en un circo. Magistral. No es una película fácil. Pero sí necesaria. Para los despistados, David Lynch firmó su mejor película- ex aequo con Una historia verdadera - con la misma temática. Hablo de El hombre elefante, claro. Pues resulta que revisé La parada de los monstruos y sucedió lo siguiente.
La parada de los monstruos. Tod Browning, 1932.

Nada más aparecer la impresión del THE END, procedí a bichear. Bichear es un verbo que, según creo no está aceptado por la RAE. No lo entiendo. Es un verbo muy funcional. Bicheé - investigué - sobre esta película. Críticas, opiniones, curiosidades. Es una práctica muy aconsejable. Se confirman teorías, se resuelven dudas. En una de las páginas que me ofrecía caballeroso el buscador, ví un ranking de películas de terror. A ver con qué me encontraba. Poca sorpresa: El resplandor, Psicosis, Alien, el octavo pasajero. Las habituales. Sin embargo, reparé en un título inquietante: El ciempiés humano. Leí la sinopsis a duras penas pero fui casi incapaz de ver siquiera el tráiler. No pondré aquí el argumento de esta película. Por respeto a la sensibilidad de los - dos, quizá tres, cuatro me parece una masa informe - lectores de este blog, o lo que sea. Sólo diré que el título es bastante explícito e indicativo. 

De vez en cuando reflexiono. Tampoco nada serio. A nivel amateur. En este caso, fue sobre el arte actual. La pregunta es: ¿todo vale en el arte? Es decir, que el populacho admire una obra - cualquiera - y tenga cierta repercusión, ¿la convierte en eso tan etéreo que conocemos como arte?

NO

En Malibú, vivirá algún tipo - con coleta, boina y perilla en forma de flecha hacia abajo - que residirá en una gran mansión, con 15 perros y una mujer recauchutada hasta el paroxismo cuya fortuna provenga de haber vendido un retrete plateado a algún museo dirigido por un demente. Y se llamará artista. Eso no es arte. Eso es mamarrachismo por una parte y estupidez supina por otra. Por cierto, es fácil reconocer a los artistas. Son aquellos que no se llaman a sí mismos artistas. Dalí y Picasso son la excepción que confirma la regla.

Obra de arte
La concepción actual del arte pasa por ser ininteligible. Cuanto menos se comprenda, más una obra de arte es. El hipsterismo ilustrado llegó, vio, se acomodó su flequillo imposible y se quedó. Lo que en un principio pasaba por ser un rechazo al convencionalismo en el arte ahora es un pastiche demencial. Un niño puede tropezar con varios cubos de pintura en un descuido del gotelero de turno que está en su casa y realizar una obra que "desafía las normas convencionales y crea un nuevo mundo de sensaciones". 

"No lo entiendes. Este concepto trasciende de la mundana realidad. Tienes que leer más Kierkegaard."
Lo clásico es aburrido. Lo extravagante es apasionante. Escandalizar y luego preguntar. Me gusta comer chinchetas, dijo el moderno.

¡WARNING! No deba extraerse de esta nimia reflexión que lo nuevo sea necesariamente malo. No sólo esto no es así, sino que es absolutamente necesario. Renovar, innovar, airear. Pero con límites. Los que marca el sentido común. No pido mucho. Sólo eso.

Llámalo reflexión, llámalo calentón. Tampoco...