sábado, 29 de septiembre de 2012

Hemingway, Howard y Humphrey: tres hombres, una obra maestra del cine

 Ernest Hemingway escribió Tener y no tener en 1937. Fue su quinta novela. No quedó muy satisfecho con el resultado. Fiesta y Adiós a las armas eran sus predecesoras, entre otras. Nótese la calidad media. Quizá no fuera su mejor novela, pero cualquier escritor medio habría estado encantado de firmar con su nombre. Ganador del Nobel de Literatura por toda su obra y del Premio Pulitzer por El viejo y el mar, es uno de los grandes escritores de la literatura universal, alabado por otros referentes como William Faulkner. Es también una de las cabezas visibles de la famosa Generación Perdida, junto con otros maestros como John Dos Passos (Aventuras de un joven, El gran destino), Scott Fitzgerald ( El gran Gatsby, Suave es la noche) o John Steinbeck (Las uvas de la ira). Hemingway hizo el retrato perfecto de la realidad de su generación en su París era una fiesta.


 Howard Hawks estrenó Tener y no tener en 1944. Justo después del relativo fracaso de Air Force, un año antes. Era su segunda incursión en el cine negro, después de Scarface en el 32. Sentó las bases del género. Si el término polifacético puede asignarse a un nombre dentro del mundo cinematográfico, ese es Howard Hawks. No se entiende el western sin sus "Rios": Rio Rojo, Río Bravo, Río Lobo. Encontramos referentes de la screwball comedy en la particular visión de Blancanieves y los siete enanitos de Bola de fuego - guión de Brackett y Wilder, esto es, joya asegurada - y en la portentosa y prodigiosa diversión que proporciona la eterna La fiera de mi niña. Hawks es el culpable de que John Ford dijera que no sabía que John Wayne supiera actuar de verdad. Si el cine es arte es gracias en gran parte al trabajo y el talento de Howard W. Hawks.

 Humphrey Bogart protagonizó Tener y no tener, de Howard Hawks. Fue su primera colaboración con el director americano. Después del éxito de Casablanca en el 42, Bogart comenzó a coleccionar protagonistas en películas dirigidas por los directores más reputados de la época. Prototipo de antihéroe.
Humphrey Bogart no era un actor. Trascendía de todo aquello. Era una actitud, un carisma, una gabardina, un sombrero, un donaire innato e inimitable. Nadie, y cuando digo nadie es nadie, podrá jamás fumar como lo hacía Humphrey Bogart en una pantalla. No era guapo, no era alto, incluso no pronunciaba de forma correcta. Pero, ¿a quién le importa eso? Era Bogart.

Tener y no tener: origen.
Ernst Hemingway y Howard Hawks eran muy parecidos. Hombres duros, recios, aventureros, mujeriegos. Amigos. Ambos socarrones. En cierta ocasión, en una de sus habituales charlas - y bravuconadas habituales también -, y seguramente con un par de copas de bourbon en el cuerpo, Hawks aseguró al escritor que era capaz de hacer una buena película de su peor historia. Hemingway sacó las uñas, herido en su orgullo y preguntó al director cuál era a su juicio su peor historia. "Ese montón de basura llamado Tener y no tener, por supuesto", respondió Hawks. Hemingway recibió el golpe en silencio y respondió: "No se puede hacer nada con esa historia".

Tener y no tener es la historia de un marinero que se gana la vida llevando a pescar a la gente adinerada y que se ve envuelto en una trama que hace peligrar su vida.

Hawks cogió el punto de partida y lo transformó. Contó con William Faulkner - en el cine clásico, se podía ver a un Nobel de literatura haciendo guiones, hoy, una escritora de películas cutres destinadas a públicos pubescentes y suprahormonados, puede ser ministra de Cultura -  como guionista y empezaron a trabajar. Pronto dieron con el problema. Harry Morgan, el protagonista, era un hombre casado y con tres hijos en la novela. Era fundamental incluir el romance en la película. Retrotraerse hasta el inicio de aquella pareja. Además, contaban con Bogart. El mismísimo Rick Blaine. Sólo faltaba encontrar una partenaire acorde. Hawks tenía la actriz adecuada. Una joven de 18 años, inexperta y bonita. Y trajinable, pensaba el sátiro de Hawks. No seria la primera vez que flirteara - y algo más- con una de sus actrices-. El nombre de esta chica era Lauren Bacall.



El flechazo fuera de cámaras entre Bogart y Bacall se caracterizó por una pasión y una instantaneidad sólo comparable con la desazón que sufrió Hawks. Probablemente no exista ni existirá pareja con más sintonía y más entendimiento en una pantalla que la que formaban los protagonistas de Tener y no tener. Para la posteridad, la frase con la que el personaje de Bacall encandilaba definitivamente a Morgan y también a Bogart: "Si me necesitas... silba".
"¿Alguna vez te ha picado una abeja muerta?" 

Walter Brennan se encargaba de la nota cómica de la película. El eterno secundario. Ese vejete que siempre complementaba de forma brillante cualquier película. El actor con más Oscar (3) de Hollywood. Sus coletillas ayudan a relajar la tensión de la película.

Casablanca 2
La adaptación de Tener y no tener, transcurre en la isla de la Martinica - un lugar exótico -. Un hombre con un pasado incierto se gana la vida como puede. A su pesar, se ve obligado a colaborar con la Resistencia. ¿Les suena? Harry Morgan es una de las posibles identidades que Rick Blaine podría asumir después de despedirse de Renault en aquel aeropuerto brumoso.

Howar Hawks, Ernest Hemingway y Humphrey Bogart. La película estaba avocada al éxito. Pero no al éxito frágil y consumible del dinero, sino al que supone la eternidad. Sólo este tipo de películas lo merecen.

Ya que estoy aprovecho para reivindicar. Esta obra maestra del cine negro no se encuentra editada en España. Como tampoco lo está otra genialidad de Howard Hawks titulada El sueño eterno. Sólo son dos ejemplos de la deplorable cultura cinematográfica que las grandes firmas implantan en este país. Ya está. Sólo era eso. Guardo el altavoz para otra ocasión.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Les Luthiers

¡Y cómo lastiman los celos!
Te seguí, Elena, desesperado e inerme
junto al mar de iridiscente espuma
indefenso hasta el paroxismo.
Tal vez no quisieras verme,
tal vez fuera la bruma
o tal vez fuera tu astigmatismo.
¡Y cómo lastiman los celos!
Caminabas descalza por la arena
y yo caminaba detrás
arrastrando mudo mi condena,
adorándote en silencio desde lejos
y te grité cuando no pude más:
¡cuidado con los cangrejos!
¡Y cómo lastiman los cang... eeh ¡los celos!
No me contestaste, Elena
pero te seguí por la playa con mi pena
alucinado por la magia de tus ojos azabache,
y vacilé al escribir tu nombre en la arena
pues nunca supe bien si Elena es con hache.


Este poema no es de Cervantes, ni de Lope de Vega, ni de Quevedo, ni de Samuel Butler. No, tampoco es obra de Thomas Wyatt. Esta muestra de talento, ingenio y picaresca es obra de Les Luthiers.




El humor inteligente. Normalmente abomino de este concepto. Lo aborrezco. En la mayoría de los casos, el chiste que tiene esa etiqueta se caracteriza por lo siguiente: no hace gracia en absoluto. "No te ríes porque no lo entiendes, a ver si leemos más". Por favor, quítate las gafas esas sin cristales y hablamos en condiciones.

"Usted, usted, que frecuenta el éxito como una costumbre más. Usted, que triunfa con la misma naturalidad en los negocios y en los deportes más exclusivos. Usted, que está habituado a que los hombres lo respeten y las mujeres lo admiren. Usted, ¿nos puede decir cómo hace?"


Les Luthiers corresponde a ese ínfimo porcentaje de humor que podría considerarse como inteligente. Aunque, repito, no me gusta el término. Les Luthiers hacen humor con swing. Tienen clase. No sólo porque siempre vayan con smoking. Pero también hacen música - claro, son luthiers -. Parodian la alta cultura con sus espectáculos desde hace más de 40 años. Y a la vez, la glorifican, respetan y reverencian. Todo ello con una pátina de crítica social, política, histórica. 

En un recital de estos genios argentinos puedes encontrarte desde slapstick puro hasta juegos de palabras de un ingenio magistral, pasando por composiciones musicales asombrosas interpretadas por instrumentos hechos de los materiales más asombrosos. Dice Javier Krahe, según contaba Joaquin Sabina en una entrevista,  que el humor que le gusta es el que no le avergüenza después de soltar la carcajada. Es decir, el humor que te hace pensar. El que te deja poso. Esto es, Les Luthiers.


"De no ser por nuestra acción de gobierno nuestras calles estarían llenas de pornografía, de corrupción, de violencia... de gente."

Un arquitecto, un locutor profesional y redactor publicitario, un químico, un guitarrista profesional, un director de orquesta, un abogado y otro director de orquesta. O lo que es lo mismo: Gerardo Masana, Marcos Mundstock, Carlos Núñez Cortés, Jorge Maronna, Carlos Lopez Puccio, Daniel Rabinovich y Ernesto Acher; Les Luthiers en sus diferentes etapas. Referentes, maestros, genios, imprescindibles.

- "Ahora que cayó el muro de Berlín nosotros nos preguntamos; ¿fue error de los burócratas? ¿error de la doctrina?"
- "Error del arquitecto."

Los he visto en en directo dos veces. Muy pocas. Sin embargo, en las dos ocasiones me ha sucedido un fenómeno curioso. Al sonar los acordes que indican el inicio del show y ver como estos señores mayores vestidos de pingüino saludan al respetable, aparece súbitamente una sonrisa en mi boca. No se va hasta el final. Hasta que se despiden con una reverencia y pierdo la sensibilidad de las palmas de las manos durante algunos días. Creo que lo que me pasa se llama admiración.

Recitales recomendados: 
- Viejos fracasos
- Mastropiero que nunca
- Hacen muchas gracias de nada
- Humor dulce hogar
- Viegésimo aniversario
- El reír de los cantares
- Grandes hitos
- Unen canto con humor
- Bromato de armonio
- Todo por que rías
- El grosso concerto
- Las obras de ayer
- Los Premios Mastropiero
- Lutherapia

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miércoles, 26 de septiembre de 2012

Sobre creer en Dios

Hoy toca fe.

Yo quiero creer. Claro que sí. Me gustaría estar convencido de mi - virtual - fe. Ser un infeliz feliz. No cuestionarme nada. Convertirme en un adicto más al opio. Es decir, poner el piloto automático. Oiga, que yo soy creyente - la religión da igual, desde la maradoniana hasta el budismo, no importa -, a mi me da igual todo lo demás. Dios cuida de mi. Sólo tengo que seguir sus mandatos y como premio, oh, el paraíso. La felicidad eterna. La jubilación ideal. El día de la marmota perfecto. 

He topado mucho con la Iglesia, Sancho. Me atrae el hippismo primigenio exento de porros que, según los libros, promulgaba Jesús. El de Nazaret. El sacrificio en la cruz, la bondad (aunque roce el absurdo), lo que hacía con el agua, no cagarse en su padre nunca pese a las putadas, haber inspirado La vida de Brian. Todo correcto. Repito (he dicho pito escribiendo sobre el cristianismo, bueno, sigo) me gustaría creer. De hecho, acepto los regalos de los Reyes Magos - ¿qué dices de los padres? -con total tranquilidad. Sólo me falta algo para terminar de creer.
La devoción es fundamental. Existen dos motivos tipo para profesar amor y, sobre todo fidelidad, uno es la admiración. Ese lo podemos dar casi por hecho. El mensaje y la recompensa del cristianismo me seducen. Quizá, lo que haga que mi admiración no llegue a su máximo esplendor sea la obcecación perenne de Dios por elegir como sus representantes en las distintas delegaciones del mundo a tipejos que roban, hacen ostentación de lo que roban, satanizan todo lo que no sea normal, hacen cosas indebidas con niños y dan hostias. Mal, Dios. Un asesor no vendría mal. ¿Que si no estoy generalizando mucho? Cierto, algunos curas/sacerdotes/lo que sean me son simpáticos. Concretamente dos. Robert de Niro en Sleepers y Sean Connery en El nombre de la rosa. Así a bote pronto, estos dos.

"No sólo Dios no existe, sino que a ver cómo encuentras un electricista en domingo."

Hemos hablado de la admiración. Otro motivo clave para sentir devoción por cualquier cosa es el temor. Los hijos de puta que han basado su poder en el miedo conseguían que los pueblos, incluso estando oprimidos y privados de libertad, respetaran al líder. Por temor a represalias. Creo en ti porque si no lo hago, me cortas el cuello o me fusilas, según tengas el día. Muchos creen en Dios por miedo a las represalias divinas. Lo de Noé y el arca. Dios es vengativo, dicen los libros. Y eso que no fue a un colegio público teniendo gafas. Misterios insondables. Dios es el típico de "no me vaciles, que te...". Ahora bien, yo no temo a Dios. No temo su ira. Sé que puedo buscar otras religiones si el cristianismo no me convence - como Woody Allen en Hannah y sus hermanas, recomendación patrocinada por este blog -. Expongo ahora la anécdota que hizo que llegara a esta conclusión. Esto era lo que quería comentar desde un principio, pero siempre me pierdo en los preámbulos.

Año 2008. Ciudad del Vaticano, Roma, Italia, Europa,etcétera. 
Me hallaba en la tienda de souvenirs de la Iglesia de San Pedro. El Santiago Bernabéu del cristianismo. Antes de llegar allí, hice una cola de cerca de una hora para entrar al museo del Vaticano. Creo que así se llamaba. En la  acera donde hacíamos cola: personas mutiladas, deformes... una galería de los horrores en plena calle. Como cualquiera avenida principal de cualquier gran ciudad, pero a lo grande. Lógico, pensé. Los cristianos son seres bondadosos y dadivosos, seguro que dan mucho dinero a estas pobres criaturas. Tampoco lo comprobé. Si que presencie una escena propia de alguna película de Chaplin. Un hombre ignora a un pedigüeño. De pronto, se le cae el periódico que llevaba bajo el brazo. Se agacha a recogerlo, y empiezan a caerse monedas y monedas, incluso algún billete de sus bolsillos. Por más que recogía, más caía. El pobre hombre que le había mendigado segundos antes, no daba crédito. Era la viva imagen de un cocodrilo que ve como el antílope se acerca al río. Finalmente, el hombre recogió todo su dinero y con un leve scusi, se marchó. Yo no sabía si aplaudir o qué hacer.

Entré en el museo del Vaticano. Aquello es el infierno del que sufra síndrome de Stendhal. En un patio, como si fuera una papelera, algo rutinario, la escultura de Laocoonte y sus hijos. Este es el nivel. Arte egipcio, etrusco, qué sé yo. Todo el arte imaginable. Imaginable y robable, sobre todo robable. Me gustaría que enseñaran las facturas y los albaranes de todo lo que hay allí. pero igualmente es una maravilla. Después de todo el recorrido, visité la Iglesia de San Pedro. Y llegué a la tienda de souvenirs del principio de esta historia. Unas monjitas de pelo cano atendían a los clientes. Volvía a la mañana siguiente y tenía que hacer un regalo más. Mi abuela. No es que fuera especialmente religiosa, pero supuse que no haría ascos a un bonito rosario de plata de a saber qué santo. Opté por el procedimiento estándar. Llamé la atención de un monja alta y estirada a la par que arrugada y le hice el universal gesto de ¿cuánto vale? frotando el dedo índice con el pulgar. No recuerdo el precio que me dijo, pero sí que no tenía lo suficiente. Estaba en un aprieto serio. De repente, mi cerebro se nubló y mi mirada se dirigió al techo de aquella estancia. No había cámaras de seguridad. Ya se sabe, Dios lo ve todo. ¿Quién mejor para vigilar? Y así se evitan pagar un sueldo más. El caso es que yo nunca he robado nada. Por torpeza, no por honradez. Pero en aquel momento, y en una situación propia de un córner, todas las monjas de detrás del mostrador se fueron a la otra punta de la habitación para atender a unos ruidosos japoneses. Era mi momento. En un acto furtivo y lamentable, metí la mano en uno de los expositores y me hice con el deseado rosario. El crimen perfecto.

Sin embargo, reparé al instante en un detalle importante. Ya no había vuelta atrás. No podía volver y dejarlo. Así que me planteé lo siguiente: ¿me castigará Dios? He de confesar - nunca mejor dicho - que no pensé en las repercusiones divinas. En unas horas debía coger un avión, lo más normal, sería que Dios hiciera algo para castigar mi osadía. Penalizar mi abuso flagrante sobre aquellas pobres monjitas. Lo pensé muy seriamente. Puede que mi aerofobia legendaria también influyera. Ilustro: si estoy en un vuelo, y veo que se encienden las luces del cuarto de baño, empiezo a arrepentirme de mis tropelías vitales y a decir ¿por qué yo?, ¿por qué yo?.

Ahí estaba yo. En el asiento de aquel avión. Temiendo la ira de Dios. Esperaba algo espectacular. Alguna rana que lloviera. Pero nada. Mis sudores a cada cosa anormal que sucediera durante el vuelo. Mis 500 "azafata, ¿qué ha sido eso?". Estándar. Dios no me castigó.

Si yo soy Dios, y un individuo medio me roba en mi propia casa. No una casa cualquiera, sino la oficial. La buena. Yo cojo a ese tío y separó las aguas y le dejó en medio justo antes de volver a ponerlas en su lugar.

Según mi experiencia personal, Dios o no existe  o no está a lo que tiene que estar. Si es el segundo supuesto, lo tengo claro. Elecciones. Propongo a Groucho.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Historias de Roma, por Woody Allen

Pantalla en negro, empiezan a sonar las primeras notas de "Volare" (la de Domenico Modugno), letras blancas reflejan el written and directed by Woody Allen, la sala casi vacía. Hace algo más de un año que no nos vemos. Demasiado. Así que ahora toca Roma. Lo que tú digas, Woody.


Esto no es una crítica de cine. Aunque lo pudiera parecer. Soy moralmente incapaz de criticar al señor Woody Allen. Su obra me ha hecho reír, preludiar lágrimas, reflexionar. Me identifico más con un anciano judío de Brooklyn que con la mayoría de los congéneres con los que me relaciono diariamente.

No soy comunista porque no me gusta compartir el baño

Llego tarde a la sala. Como siempre. Sospecho que mi compañía no quiere ver To Rome with love porque me dice que no quiere ver esa película. Agradezco al cielo que no haya ninguna comedia española (o americana)  facilona y que resalte. La película arranca con pequeñas postales de insultante belleza romana. A decir verdad, no llega a la minuciosidad y a la excelencia que caracterizan los primeros minutos de Midnight in Paris. Pero ello no influye para que la sensibilidad del director unida a la esencia misma de la ciudad ofrezca como resultado un espléndido retrato de la la cittá eterna.

Cuatro historias. Ninguna conexión entre ellas. Roma es espectadora de excepción de las debilidades del ser humano. Woody no innova. Homenajea a las comedias italianas de los 60 - véase Los complejos, dirigida por Dino Risi, entre otros -.

La primera trama es un absurdo en sí mismo. Comedido. Inteligente. Con poso. Pero muy surrealista. Woody Allen, Judy Davis y Allison Pill - la de The Newsroom o la adorabilidad hecha mujer, como vean - protagonizan esta historia que va sobre el talento desaprovechado, el comunismo y una ducha. El director vuelve a ponerse delante de las cámaras. La última vez fue en 2006. Woody Allen en estado puro. Lo que odian sus detractores y lo que amamos sus admiradores. Algunas de sus habituales y brillantes réplicas en la película hacen patente que no se ha ido. Sigue ahí pese a que el hipsterismo más radical persiste en su idea de denostarlo y jubilarlo antes de tiempo. "No me psicoanalices, todos lo han intentado y ninguno lo ha conseguido", dice su personaje en un momento de la película.

- Estás casada con un hombre brillante. Tengo un coeficiente de 150-160.
- Lo estás pensando en euros, en dólares es muchos menos

Decía Picasso que los buenos artistas copian y los artistas roban. En este caso, para su segunda historia, Woody Allen roba y reconstruye el argumento principal de Bésame, tonto, de Billy Wilder. Un matrionio joven - actores desconocidos para el gran público - que se ve envuelto en una delirante situación cuando llegan a la gran ciudad. El público masculino agradecerá eternamente la existencia del personaje de Penélope Cruz. Tanto al encargado/a de vestuario como a la generosidad de la naturaleza. Protagoniza algunos de los mejores momentos de la película.

Roberto Benigni protagoniza la tercera historia. El hombre que siempre cae bien. El alter ego italiano - y menos productivo de lo deseado - de Woody Allen. Es una fábula sobre los absurdos límites a los que llegan los medios de comunicación hoy día. Pura y vergonzosa realidad. Si pasan a la vez por una calle concurrida cualquier ex-concursante del último reality y Fernando Savater, Savater llegará a su destino puntualmente y sin agobios.

El típico triángulo romántico-intelectual alleniano cierra el cuarteto. Alec Baldwin - con un personaje que infringe impunemente las reglas de la cinematografía -, Ellen Page y Jesse Eisenberg son los elegidos para criticar la élite intelectualoide - esa que usa términos como mainstream y que se aprenden un verso de cada poeta  para hacerse los interesantes - y sus pulsiones románticas mundanas. Como las de todos. El personaje de la otrora Juno es hija (¡o nieta!) de la Mary Wilkie interpretada en Manhattan por Diane Keaton. Un calco del personaje en pleno siglo XXI y en el Trastevere, en lugar del Upper East Side.

- Eres un tiburón del panorama musical.
- A lo único que me han comparado dentro del mundo marino es a una medusa amorfa

¿Son tramas y personajes nuevos? Prácticamente, no. ¿Es recomendable? Por supuesto. Los maestros como Woody Allen no se repiten. Tienen estilo. Hitchcock tenía estilo, John Ford tenía estilo, Hemingway tenía estilo, Louis Armstrong tenía estilo. Es un sello inconfundible. Amor u odio. No hay punto medio. Yo elijo amor. Y admiración. Y devoción. Woody Allen sólo hay uno. Y que dure.

Hasta el año que viene, Woody.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Zacarías

Zacarías es conductor de autobús. El número 24 es el suyo. Década y media de dedicación. Le gusta su trabajo tanto como a alguien le puede gustar ser conductor de autobús. Es un hombre afable. De los que abren la puerta para que las señoras y señoritas pasen. Siempre lo hace. Lo tiene interiorizado. Además es agradable en el trato. La típica persona que siempre te gustaría encontrarte en un ascensor. Siempre sabe que decir para distender el ambiente. Zacarías es buena persona. No hay duda.

Un martes a las 12.30 Zacarías llegó a la parada del 24. Comenzaba su turno. Camisa azul de manga corta, pantalón negro con la raya perfectamente perfilada, bien engominado, una sonrisa en la boca.

Empezaba su jornada laboral y mientras Zacarías esperaba que su compañero llegara con el autobús, se puso a entonar la melodía publicitaria de moda. Al poco tiempo, llegaba el 24. Zacarías cogió el relevo y abrió las puertas. Una decena de personas subieron ¿a bordo?. Una señora de edad venerable fue la última.
Sonrió a Zacarías, hubo un intercambio de buenos días y abrió su bolso buscando su abono de transporte. La empresa parecía complicada. El abono se había escondido. Pero Zacarías no perdió la sonrisa en ningún momento. A los dos minutos, la señora espetó un "por fin" entre risas y procedió a pasarla tarjeta por la banda magnética. Pero algo fallaba, el sonido que la máquina devolvía no era el correcto. Un intento, dos, tres. Zacarías se hizo cargo de la situación. Le indicó a la señora que cejara en su empeño y le aconsejó como tenía que pasar el abono de forma correcta.

- Señora, suavidad. ¿Está usted casada? ¿Hace mucho? 50 años, qué maravilla. Recuerde usted la primera caricia de su marido. Esa ternura. Ahora pase el abono. ¿Ve usted? De nada, señora. Un placer.

Zacarías cerró las puertas del 24 y comenzó la ruta. De pronto, problema. Atasco descomunal tras sólo 200 metros de recorrido. El centro de la ciudad ruge. Entre sonidos de claxon y gritos de conductores desaforados a Zacarías comienza a guiñar un ojo de forma no intencionada. El agobio crece. El tamaño y la situación de su autobús provoca que los demás conductores acribillen a Zcarías. Al que hace 10, Zacarías, el que 3 minutos antes hablaba de la suavidad y la ternura, sacó la cabeza por la ventana y soltó una ristra de insultos e improperios que ,por desgracia, no fueron cronometrados por alguien del Libro Guiness. Hablaríamos de récord absoluto. El afable Zacarías gritó cosas que harían escandalizarse al mismísimo Nicky Santoro.

La jungla de asfalto - más allá de una obra maestra del cine negro - trastorna y disloca. Hasta a alguien como el bueno de Zacarías. 

viernes, 14 de septiembre de 2012

Por ahí sí que no

La sección Cultura del diario El País lleva realizando en las últimas semanas una votación en internet para elegir la mejor película de la historia. Ya hice referencia a esta situación en una entrada anterior, aunque de forma más genérica. En dicha reflexión, defendía el derecho de todo cinéfilo a tener sus películas predilectas sin dejarse llevar por la aclamación popular. ¡No faltaba más! Ahora bien, hay casos y casos.

En esta votación llevada a cabo por El País, al llegar las semifinales, se han presentado particulares "cara a cara" entre grandes películas del siglo XX. La primera eliminatoria se saldó con victoria de El Padrino sobre El gran dictador. Todo correcto. Conforme. Esperable. Previsible. Justo. No polémico. Sigamos.

Es el resultado de la segunda semifinal lo que hizo se despertara mi lado gafapasta. Blade runner es mejor que Casablanca para el común de los mortales que votaron. Oiga usted, no.

Y no tengo ningún problema con Blade runner. Más bien al contrario. Es una pelicula que me fascina profundamente. El rostro de Sean Young enamoraría a una roca. Harrison Ford interpreta al mejor personaje de su carrera - muy a su pesar y para regocijo de Ridley Scott - dando vida a un Rick Deckard que recuerda a los grandes detectives que protagonizaban las totémicas novelas de los maestros Hammett y Chandler. Realmente toda la película tiene ese tono negro mezclado con distopía futurista y reminiscencias del mito de Prometeo y Nietzsche. Película apasionante y sobre todo, villano apasionante.
Monólogo épico en 3,2...


Decía Hitchcock algo así como que una película debe ser considerada en tanto la importancia del villano. Esta película cumple la regla fielmente. Roy Batty (Rutger Hauer) absorbe por completo el peso de la película llegando el punto de provocar la empatía en el espectador. Es un malo, sí. Pero, ¿quién no puede comprender sus acciones y sus razones? Mención aparte merece su discurso final. Si han visto la película, sabrán de lo que hablo y de las sensaciones que produce. Para más épica, el discurso fue improvisado por el propio actor. No figuraba en el guión original.

Proclamado públicamente mi amor por esta película, voy a contradecirme. No es posible que en un mundo civilizado se considere que Blade runner es mejor que Casablanca.

 Casablanca es LA PELÍCULA. Seguramente las haya con mejor puesta en escena o con.... Bueno, no puedo. En más de 100 años de cine no se ha hecho una película tan redonda, tan rotunda y, sobre todo, con tanto encanto. La concatenación de frases míticas que se da en esta película no resiste comparación con ninguna otra. La secuencia del aeropuerto, las gabardinas, los sombreros, la bruma, las lágrimas de Bergman, la fingida indiferencia de Bogart al mentir, "siempre nos quedará París" los dos nuevos amigos caminando por la pista, la Marsellesa de fondo.

Que no, hombre. Que no. Que Blade runner no es mejor que Casablanca. Que no.

Aclaración: el aquí firmante aconseja que, en caso de no haberse visto, se vean estas cuatro películas de forma inmediata. Por una cuestión de salud cultural.


martes, 11 de septiembre de 2012

Y tontas

Existen muchos tipos de listas. Las de la compra, las de propósitos de año nuevo que nunca se cumplen, las de las veces que pudiste, no quisiste y dejas la huella de tu cráneo en la pared cada vez que te acuerdas, las de las frases más ingeniosas que luego pierden su vigor por su uso indiscriminado, las de políticos y banqueros que no desentonarían como villanos de Batman. Muchas listas.

Hay un tipo concreto de lista que siempre trae mucha polémica: las listas de mejores películas de la historia del cine. Así, sin grandes pretensiones. Una cosa fácil de dirimir.

La subjetividad. Esta es la principal pega para realizar una lista fiable sobre el arte. Sobre todo si hablamos de la calidad y no de los millones que recauda una película o los premios que recibe. Por lo tanto, una película es mejor o peor según la percepción de cada uno. No existe una regla universal. Aunque bien es cierto que, salvo casos de un hipsterismo rayano en el absurdo, es difícil que un individuo civilizado no admita las bondades y virtudes de obras maestras como El Padrino (la trilogía, sí, las tres), El Apartamento, Ciudadano Kane o La ventana indiscreta.

Esa cosa tan relativa que son las conversaciones cinéfilas muchas veces se convierte en un concurso por demostrar la mayor erudición. En las más de las ocasiones, son dos pedantes - en muchos casos yo soy uno de esos, aunque sea de forma mecánica - que tienen como meta imponerse el uno al otro como si de dos carneros en celo se tratara. Enlazando con las listas, se tiende a denostar aquellas que resumen los gustos de un gran grupo. Porque al final se trata de eso en esencia. Las listas de mejores películas de la historia del cine son elecciones personales. Y así deben considerarse. Desterrar el "esta es sin duda la mejor película jamás hecha" en favor del "es una de mis películas favoritas por tal motivo". No a la ponderación sin espacio al debate.

¿Es un crimen pensar que Centauros del desierto es la magnum opus de John Ford, y no El hombre tranquilo? ¿Y al contrario?
En Centauros del desierto no salen centauros
¿Acaso El crepúsculo de los dioses, Perdición o Con faldas a lo loco no son películas que hacen amar el cine de igual forma?
Jack Lemmon/Josephine y Tony Curtis/Daphne
¿No incluir en tus favoritas kubrickenses a La naranja mecánica es punible? ¿E idolatrarla?

¿Hay que golpear con saña asesina al que opine que Vicky Cristina Barcelona es una gran película de Woody Allen? Sí, en ese caso, sí. Sin duda. Y sin remordimientos. La cabeza bien alta siempre.
¿Por qué, Woody?

lunes, 10 de septiembre de 2012

Jeven (2/4)

El pueblo no parecía tener gran actividad. Más bien era una pequeña aldea. Tampoco era bonito a simple vista. Me pareció del montón. Pero de un montón como desgastado y viejo, de ropa que se lleva a las iglesias. El adjetivo que mejor definía a Jeven como pueblo era olvidable. Cada minuto allí me desesperaba profundamente.

Una carretera, semi empedrada, semi alquitranada, dividía el pueblo en dos. En el lado derecho, cinco casas inusualmente antiestéticas, de colores marrones y añiles. Al final, y lindando con el cartel de "está usted saliendo de Jeven", una biblioteca. A decir verdad, la biblioteca no encajaba dentro del conjunto del pueblo. Cualquier capital de gran país podría presumir de ella. Un edificio de dos plantas. Rotundo, se podría decir. Nunca fui demasiado preciso describiendo pero, si esa biblioteca daba alguna sensación, era de serenidad. Una extraña y dulce serenidad que sentí al verla por primera vez. Quizá por el contraste. Sí, definitivamente fue por el contraste.

En el lado izquierdo, tres casas alineadas de forma extrañamente zigzagueante - y de igual feísmo que sus vecinas de enfrente - con un taller mecánico entre la primera y la segunda. Precisamente allí me dirigí con Matías, el conductor del autobús, al entrar a Jeven.

Hablemos de Matías, el conductor. Era un hombre. Eso estaba claro. Fornido en exceso, con una gorra bien calada y reforzando todos los clichés habidos y por haber, llevaba un palillo entre los dientes. Su vellosidad rozaba el absurdo. Sí, Matías era el eslabón perdido. No los hombre como Matías. El propio Matías.

El buen Matías y yo dejamos el autobús a la entrada del pueblo y llegamos al taller. "Hermanos    x" se podía leer en el toldo azul que precedía a la entrada del taller. Parecía que algunas letras se había borrado con el paso de los años. Antes de entrar, el robusto Matías y yo oímos un ruido muy de taller. Un ruido metálico, como de arreglar un carburador. Si soy honesto, no tenía ni idea de las actividades que se llevan a cabo en un taller. Ni siquiera tengo carnet de conducir. Mi filantropía me lo impide. Es más, yo no dejaría conducir a un coche a alguien como yo. Si la torpeza fuera arte, yo sería Da Vinci.

Decía que llegamos a aquel ruidoso taller. Nada más entrar, nos sorprendió la absurda escena que allí se estaba llevando a cabo. A nuestra derecha, justo al lado de la puerta principal, dos hombres de corta estatura hacían rodar una rueda - lógico - de un lado a otro mientras, lo que supuse era un cliente, intentaba en vano recuperarla. Uno de los mecánicos, de pelo ensortijado, propinaba golpes en la cabeza al cliente con lo que parecía un martillo chillón cuando éste llegaba a su posición para recuperar la rueda. El absurdo no acababa ahí. El otro mecánico intentaba dar explicación al cliente mientras le pasaba la rueda a su compañero diciendo: "Ya le he dicho que su rueda de repuesto está demasiado nueva, esto es un taller, ¡de algo tenemos que vivir!"

Yo no daba crédito. Matías tampoco.

Cuando repararon en nuestra presencia, los dos mecánicos, el cliente - que no paraba de vociferar - y la rueda, pararon en seco. Como si nada pasara, el mecánico que daba explicaciones, se dirigió a nosotros:

- ¡Oh, clientes!. Vayan ustedes a la oficina y allí les atenderá nuestro hermano. Tengan cuidado, es un gruñon.

El sonido de dos cachiporrazos inició de nuevo el absurdo y continuaron con la rutina. Matías y yo dejamos atrás aquella surrealista visión y fuimos a la oficina.

domingo, 9 de septiembre de 2012

La fascinante historia del origen de la mitológica frase "Tócala otra vez, Sam" y su importancia real en la película protagonizada por Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, Casablanca.

Nunca se dice esa frase en la película. No. Nunca. Compruébalo, en serio. Yo no gano nada con esto.

Aquí Sam con unos amigos

La importancia de llamarse Arturo

El nombre te marca. De una forma u otra, lo hace. Si tu espíritu es débil, incluso te define. Hay algunos nombres que tienen una época asignada. Un estereotipo fijo. Todos sabemos que la civilización comenzara a derrumbarse cuando existan abuelas con tatuajes de Justin Bieber y orejas multiperforadas que se llamen Jessica o Lorena. Son nombres muy de chica joven entre 15 y 25 años aproximadamente. En lo que a mi respecta, cuando llegan a esa edad límite, desaparecen. Se oye un ¡plop! y lo que queda de ellas es humo.

Otro nombre con una función muy marcada es Adolfo. Creo que fue en Manolito Gafotas donde leí que era nombre de señor mayor. Amén a eso. Incluso me atrevería añadir que los Adolfos van siempre convenientemente trajeados y que o ejercen la abogacía o regentan un comercio de corbatas.

Yo me llamo Arturo. Me gusta el nombre. Da unicidad. Sobre todo si no vives en Madrid capital o cualquiera de sus provincias, allí es un Paco o un Pepe. Como todo, llamarse Arturo tiene sus pros y sus contras. Empezaré con las contras.

El principal problema de llamarse Arturo se encuentra en la niñez. Sí amigos, no nos engañemos. Decimos que los niños no leen lo suficiente, pero lo cierto es que tienen una capacidad sorprendente para encontrar rimas a los nombres poco frecuentes. Todo con una curiosa pátina de hijoputismo. Son algo así como pequeños e imberbes Quevedos pensando en Góngora todo el rato.

Eso es lo peor de llamarse Arturo. Ahora voy con las cosas buenas.

En primer lugar no existe incertidumbre ante el insulto. Esto es algo positivo porque no se producen vacilaciones. Pongamos un ejemplo. Una calle muy concurrida, en Valladolid. Gran trasiego de gente y, de repente, se alza una voz que grita: ¡Carlos, cabrón! (póngase Carlos, Paco, Antonio, cualquiera del estilo nos vale). Nadie repara nunca en el drama humano que viven esas decenas de Carlos que montan en cólera por un insulto que muy posiblemente no estuviera destinado a ellos. Ese es el problema de los nombres comunes. Ahora bien, si yo voy por la calle, en Sevilla, y oigo ¡Arturo, cabrón! entonces no habría problema. Sería cuestión de localizar al vociferador y emular la célebre secuencia que protagonizan John Wayne y Victor McLaglen en El hombre tranquilo. Todo muy directo y sin trabas.
Aprovecho el factor sorpresa y pongo esta foto


Y sin duda, las leyendas artúricas también ayudan mucho de forma positiva. Aunque Disney ha hecho mucho daño, ¿acaso no es el sueño de todo hombre tener el nombre de un rey legendario que mata dragones con un espadón y que está siempre con Ginebra?

Jeven (1/4)

Siempre que la vida se cansa de darme hostias y me deja unos segundos para que respire y vuelva al ring, me acuerdo de aquel lugar.

Hace algunos años me dedicaba a realizar reportajes de dudoso gusto y aún más dudoso acabado para una revista local de infausto recuerdo. Infausto porque vendí mi alma al diablo de la indecencia y el mal gusto por un salario que estaba cerca de ser una miseria, pero aún le faltaba.
La revista era un contenedor: deporte, música, sociedad, telebasura, espectáculos, telebasura, cultura y telebasura. Todo aderezado de un amarillismo que haría protestar al mismísimo Hearst. Pero por falta de gusto y ética.
Como muestra un botón, el día que conocí aquel lugar que cambió mi vida, el señor director me llamó a su oficina. Me dijo que estaba contento con mi último reportaje y me encargó otro que, según sus palabras, sacaría lo mejor de mí mismo. Por un segundo pensé en lo improbable. Después de 5 años ignorando mi nombre, ¿tendría la bondad de hacerme un encargo que no me hiciera sentir estúpido?

No.

El señor Makkias, de ascendencia finlandesa pero vulgaridad universal, se superó a sí mismo y me ofreció un trabajo que parecía urdido por un bromista. Pero iba en serio. Me costó aceptarlo, pero así era.

El trabajo consistía en desplazarme a un pueblo, que se encontraba a más de 100 kilómetros, para entrevistar a una señora de 70 años que aseguraba y perjuraba que durante sus sueños septuagenarios, preveía el próximo expulsado del reality show de moda en televisión. El señor Makkias no soltó ni una mueca. Sus ojos repugnantemente claros me miraban con gesto serio y adusto mientras iba soltando semejante pamplina. No se trataba de ninguna broma. Así que asentí, pregunté la dirección, acepté el dinero para dietas, cogí la grabadora, le dije a mi dignidad profesional que sería la última vez y salí de la redacción camino de la estación de autobuses.

El día que conocí aquel lugar que cambió mi vida, me encontraba a las 11 de la mañana esperando un autobús que me llevaría hasta Grandona (nombre del pueblo, no de la anciana señora). Nunca había oído hablar de ese pueblo. Ni tampoco de las habilidades adivinatorias de sus habitantes. De hecho, me gustaría volver atrás en el tiempo para poder ver la cara de tonto que supongo debía tener mientras aporreaba el teclado de mi ordenador redactando las preguntas que iba a hacerle a la señora de los poderes.

El autobús llegaba tarde. Lógico. Sólo esperaba yo su llegada. Así que después de 45 minutos de espera, emprendimos el viaje.

El camino transcurría tedioso. En algún momento sucumbí y me dormí. Me desperté sobresaltado por un frenazo en seco. Me desperecé de la forma más grosera jamás imaginable y me asomé por la ventana mientras preguntaba en un alarde de originalidad:

- ¿Qué ha pasado?

- Algo del motor, creo. Tendremos que parar en este pueblo. Respondió la modélicamente hombruna voz del conductor.
- Pero, oiga. Yo tengo un trabajo que hacer. ¿Grandona queda muy lejos? Pregunté.
- Si te das prisa y andas rápido, estás allí en 5 horas, muchacho. De esta forma, el conductor sentenció que tenía que esperar en el pueblo hasta que la avería se reparara. "Lástima de señora", no pensé.

Bajé del autobús y vi que nos habíamos quedado parados justo enfrente de la entrada del pueblo. Un cartel  - con algunos árboles y un lago dibujados - de considerables proporciones rezaba un nombre: JEVEN

sábado, 8 de septiembre de 2012

No todo va a ser Lubitsch

Esta mañana estuve en el cine. Fui a ver Los mercenarios 2. Ilustro.

Antes de empezar a hablar de esta película voy a indicar mis gustos cinematográficos en varios puntos:
- El mejor cine que se ha hecho corresponde a la etapa que comienza a principios de los 30 y finaliza en los últimos 60. Directores, guionistas, actores... no se puede repetir.
- Billy Wilder y Woody Allen trascienden la condición de directores de cine convirtiéndose en gurús. 
- Algunos de mis directores favoritos, aparte de los arriba citados: Fritz Lang, John Ford, Ernst Lubitsch, Howard Hawks, Orson Welles...
- Mis 5 actores favoritos: Humphrey Bogart, Cary Grant, Marlon Brando, Jack Lemmon, James Stewart.
- Mis 5 actrices favoritas: Gene Tierney, Shirley McLaine, Diane Keaton, Maureen O'Hara, Joan Bennett. Realmente cualquiera que no sea Sofia Coppola.
- Si me dicen "no me gusta el cine en blanco y negro, es muy aburrido" lo que oigo es "me como las gambas con cáscara".
- Como a Groucho, no me gustan las películas en las que el pecho del héroe es mayor que el de la heroína.
- Me gustan las comedias que tiene chistes que se caracterizan porque después de reírme no me avergüenza haberlo hecho.
- El Apartamento es la mejor película que jamás se ha hecho.
- La Rosa púrpura del Cairo es mi película favorita.

Dicho lo cual. Hablo ahora de la película que he visto esta mañana.

Me ha gustado. Cada que aparecía uno de estos titanes del cine de acción y decía su particular latiguillo me entusiasmaba cada vez más. No podía evitarlo. Rocky/Rambo, McLane, Terminator, Ivan Drago, Guile - de Street Fighter -, Chuck Norris... Todos juntos disparando como si lo fueran a prohibir, rememorando glorias pasadas y demostrando que una parte importante del cine es entretenimiento. Y en este último punto quiero centrarme.
Cuando un individuo compra una entrada para ver Los mercenarios 2, realmente, ¿qué pretende ver?. ¿Declamaciones en un balcón? ¿Dos judíos filosofando por Greenwich Village? ¿Evolución de unos personajes que buscan su sitio en el mundo? ¿Actores vocalizando?
De los comentarios a la salida del cine me quedo con el que transcribiré a continuación:
- Vaya basura, deberíamos haber entrado en Abraham Lincoln: Cazador de vampiros.
¡Ojito con el nivel!

Aunque bien es cierto que cuando las hondonadas de hostias brillan por su ausencia, los diálogos pausados son demoledores.Para el sentido común del espectador.Para muestra un botón. En un momento de la película, uno de los mercenarios explica los motivos por los que dejó el ejército. Uno se podía esperar cualquier cosa. Sin embargo, nunca ves venir que la razón principal para abandonar el ejército sea que un sargento mate a tu perro. Sobre todo cuando se entiende que el guión lo ha escrito una persona con el graduado escolar. Pero esto es sólo un pequeño borrón.

Como diría el sabio, la película es lo que es. Un All-Star del cine de las explosiones y los puñetazos. Sin más pretensiones. No las hay. No las pueden dar. Pero, por favor, si hasta Chuck Norris se autoparodia. ¿Qué más queremos? Stallone nunca más volverá a sonreír como un ser humano. Admitámoslo.

Detractores concretos de Los mercenarios 2, os conozco. Sí, conozco vuestro rollo. Sois los que decís que El Padrino III es la peor de la trilogía sin siquiera haberla visto. Los que habláis de películas de Kurosawa y Fellini mirando la Wikipedia. Diletantes diplomados.

Creo que ya está. Sólo era eso.

El hombre que espera

Supe de esta historia hace algunos años, cuando era joven y despreocupado. En aquellos oscuros años yo estudiaba inglés en el centro de cierta ciudad andaluza, pongamos que hablo de Sevilla. Siempre llegaba tarde a clase. Tenía clases a las 18.00 y siempre llegaba 5 minutos tarde. Lo que al principio era informalidad debida a diversos factores, luego se convirtió en norma. Siempre pasaba a en punto sobre la misma esquina, la giraba, callejeaba un par de minutos a ritmo de etíope y me plantaba en el lugar de estudio. Había dos elementos que siempre estaban presentes en ese trayecto. Uno era el sudor por la prisa. El otro era un señor de avanzada edad. Bien vestido, con una gabardina por si llovía. Un sombrero bien calado color verde caoba y una mirada pendiente del infinito. Tardé bastante tiempo en reparar en que ese señor siempre estaba en esa esquina a las 18.00. Cuando salía de las clases, a eso de las 19.30, el hombre ya no estaba. No le presté mucha atención en su momento. Hasta que un día, el hombre no estaba en la esquina.

Cinco años pasando por esa esquina, 3 días a la semana. El hombre siempre estaba allí. Pero ese día, la esquina estaba huérfana. Al pasar vi mucho revuelo por esa zona. Los dueños de los establecimientos cercanos habían salido para hablar. Algo pasaba.

- ¡Tantos años! Qué lástima de hombre.
- Hace 50 años ya. Yo siempre le ofrecía un bocadillo por si quería comer algo. Pero no decía nada.
- Verdad, siempre ahí quieto. Mirando al frente.

Oí de soslayo algunas frases sueltas y fui para clase. Estuve un buen rato dándole vueltas al asunto.

Al llegar a casa, alguien comentó que había muerto Jeremías. Pensé que era algún familiar del pueblo. Por pura probabilidad matemática. Sin embargo, tuve un espasmo y pregunté.

¿No sería un hombre que estaba todas las tardes en el centro, parado en una esquina?

Fue algo espontáneo. No sé porque lo hice. Lo que más me extraño fue que yo hablara dentro de mi casa. Estaba inmerso en esa época estúpido-rebelde que todo el mundo pasa en la adolescencia.Yo era como el admirador de Nietzsche en Pequeña Miss Sunshine, pero con pelo corto y sin acento de Nebraska.
La respuesta me impactó aún más.

- Sí. Estaba ya mayor. Pero niño, ¿tú le conocías?

El hombre se llamaba Jeremías. O eso pensaban todos. Apellido irrelevante. Profesión irrelevante.

Jeremías tenía 82 años y murió de un infarto en su propia casa. Le encontraron dos días después del ataque. Una casa normal. Limpia. Ordenada.  Había algunos cuadros de cierto gusto, estanterías llenas de libros, el reconocimiento a toda una vida de trabajo en forma de diploma. A los vecinos les constaba que Jeremías tenía familia. Tenía varios hijos que le visitaban a menudo. Estaba jubilado. Fue ferroviario durante 35 años.Pero había algo dentro de esa vida completamente rutinaria de hombre mayor que le hacía especial.


Jeremías se casó. Vivió durante 14 años con su mujer. Se separaron. A todo el vecindario le sorprendió el divorcio, Jeremías era atento con su mujer, no tenía ningún vicio. Se le solía ver cada noche leyendo un libro en la terraza. Aunque había algo que siempre extrañó a todos los que le conocían. Todos los días, a las 17.00, salía de su casa a las afueras para dirigirse a algún sitio. Nadie lo supo nunca. Tardaba una hora en volver de hacer lo que fuera que hiciese. Su mujer supuso en un primer momento que probablemente le gustaba dar paseos por la ciudad. No le dio más importancia, pero resulta que 14 años de paseos ininterrumpidos, diarios y carentes de explicación por parte de Jeremías comenzaron a intrigar y preocupar a su mujer.

Jeremías no daba ninguna explicación. Siempre decía que tenía cosas que hacer a esa hora. La explicación, obviamente, no satisfizo a su mujer y pidió el divorcio.

Hasta aquí la parte de la historia de Jeremías que es completamente monótona y anodina. Lo normal es pensar que Jeremías le era infiel a su mujer y cada tarde, cada día durante 14 años, iba a encontrarse con su amante. Lo curioso reside en que esta misteriosa práctica, según los vecinos más ancianos de la zona donde Jeremías se paraba cada día, duró 56 años. Lo que sí es cierto es que ese hombre esperaba. Durante 56 años Jeremías - de apellido irrelevante, de profesión irrelevante - esperaba en una esquina concreta a su novia de la juventud.

Con 26 años, Jeremías tenía pareja y se querían, supongo. Es algo que suele pasar. Es lo previsible. Un día, Jeremías esperaba a su novia en la esquina que estaba justo enfrente de la panadería en la que ella trabajaba.  Probablemente habrían planeado ir al cine, a ver el último estreno de Hollywood por ejemplo. O quizá simplemente él tenía la caballerosa costumbre de esperar a su novia a la salida del trabajo y acompañarla a casa cada tarde. No lo sé. Tampoco importa mucho.

Ella cruzó la calle. Un coche acelerado. Un guardia urbano distraído. Un instante.

La espera de Jeremías se prolongó. Continuó su vida, se casó, tuvo hijos. Pero nunca perdió la esperanza. Todos los días durante casi 60 años, Jeremías se ponía su vieja gabardina, su sombrero roto y caminaba hacia esa misma esquina. Ese hombre esperaba cada día, en la misma esquina, a las 18.00, a que su novia saliera de trabajar y cruzara la calle para encontrarse con él. En esos minutos de espera, probablemente sintiera que aún era joven y tenía mucho tiempo aún para ser feliz. Quizá sintiera durante ese breve lapso aquel amor que se fue. Qué sé yo.

Esto es todo lo que sé sobre la historia del hombre que espera.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Historia de Billy Wilder, Cary Grant y un gramófono

Cary Grant y Billy Wilder. Billy Wilder y Cary Grant. Uno es el galán clásico norteamericano por excelencia.   El otro es el director más brillante y caústico que Hollywood jamás vio. Decía William Holden que tenía cuchillas en el cerebro. Ese era Billy Wilder.

No se entiende el cine sin estos dos nombres como tampoco se entiende el hippismo sin opiáceos.
Cary Grant con un admirador

 Por separado han hecho gran parte de las películas que figuran en las favoritas de todo aquel aficionado al cine que no diga que Quentin Tarantino es dios. Este es un tema bastante espinoso. Algún día se hablará en este blog sobre ese extraño fenómeno que yo suelo llamar "el síndrome de esas personas que suelen ver Jungla de Cristal, Armageddon, Men in Black o sucedáneos, un día ven Pulp Fiction o Reservoir Dogs y comienzan a predicar la palabra de Quentin".

Hablaba de Billy Wilder y Cary Grant. La providencia quiso que en ese turbio y a la vez prodigioso sistema de facturación de obras maestras que era el Hollywod clásico, el camino de estos dos hombres nunca se cruzará. Wilder dirigió a Ray Milland, Humphrey Bogart, James Stewart o Jack Lemmon, mientras que el inolvidable seductor del hoyuelo cincelado se puso a las órdenes de Hitchcock, Hawks, McCarey o Capra.

Sus caminos nunca se cruzaron. Pero no fue por ninguna enemistad. Más bien era al contrario. Eran bastante amigos, se caían bien. Era difícil que alguien no adorara y envidiara - de forma coordinada - al protagonista de Con la muerte en los talones. Precisamente por ese atractivo y ese carisma en pantalla, Wilder siempre quiso contar con Grant para varias de sus películas. Primero en su etapa de guionista, en la brillante y ácida Ninotchka, dirigida por Lubitsch. Negativa por respuesta. Fue Melvyn Douglas el encargado de hacer reír por primera vez en pantalla a Greta Garbo.

 N.B. No uso el coloquialismo "la Garbo" porque no tuve el trato suficiente.

La siguiente intentona del mejor escritor de películas de la Historia del Cine fue años más tarde, antes de empezar el rodaje de Ariane. No hubo mejor suerte que en la anterior ocasión. Gary Cooper fue el sustituto elegido por Wilder, con la consiguiente modificación en el guión . El galán inicial pensado para Cary Grant recibió una pátina de otoñalidad. Wilder fracasó otra vez en su empeño.

Sin embargo, la relación, hay que insistir, era bastante cordial. De hecho, el actor telefoneó a Wilder tras el estreno de Con faldas y a lo loco para felicitarle por la brillante actuación de Tony Curtis. La imitación del ladies man que simboliza Grant realizada por Curtis así lo merecía.

Billy Wilder, de profesión, genio del cine
´Tan cordial era la relación que una noche Billy Wilder invitó a Cary Grant y a su señora esposa a cenar a su casa. En la escena, Grant era el tipo perfecto. El prototipo de hombre al que las mujeres aman y los hombres envidian y admiran. Ese tipo de hombre. El reverso de Cañita Brava. Pero, hete aquí una cruda realidad. Cuando no estaba delante de una pantalla el titán conocido como Cary Grant, era simplemente Archibald Alexander Leach. Uno de nosotros (léase esta frase con cierto tono fantasmagórico, como del juego de mesa Atmosfear), en definitiva.

En el año en que tuvo lugar la cena, la esposa de Cary, perdón, de Archibald era Barbara Hutton, una de las cinco que tuvo el actor británico. También compartió piso durante más de una década con Randolph Scott. Todo indica a que Cary Grant, aparte de uno de los mejores intérpretes jamás vistos en pantalla, también, como se diría en términos futbolísticos "le pegaba con las dos piernas". Como Brando, como Clift, como Dietrich.

Pero no nos desviemos (ninguna connotación aquí), hablábamos de la humanidad del mito de Grant. Era un hombre como otro cualquiera, con sus virtudes y sus defectos. Uno de éstos últimos se manifestó de forma sonrojante en la anteriormente citada cena en casa del director vienés - y señora - y fue relatado por un ya anciano Billy a Cameron Crowe en una de mis Biblias particulares: Conversaciones con Billy Wilder. 

Cary Grant era muy tacaño. Excesivamente tacaño. Patológicamente casi. Terminada la cena, las dos parejas pasaron al cuarto de estar. Wilder puso música. Empezó a sonar Carmina Burana, haciendo retumbar la casa y provocando la curiosidad de Grant.

- ¿Cuánto cuesta tu altavoz? ¿Cuánto cuesta tu gramófono?

Sabedor de la absurda tacañería del actor y con su habitual sorna y picardía, Wilder respondió:

- Ciento once dólares.

Cary Grant, la estrella más destacada del universo de las grandes productoras norteamericanas, el ídolo, el hombre más envidiado, el millonario, bramó dirigiéndose a su mujer:

- ¡Bárbara! ¡Este aparato! Estamos locos, estamos locos. Nosotros ¡hemos pagado doscientos quince!

Nadie es perfecto.