jueves, 21 de noviembre de 2013

Blue Jasmine: para otro director una buena película, para Woody Allen una película menor.

Blue Jasmine es una película de Woody Allen. Eso ya implica que, mejor o peor, superará con mucho en inteligencia, brillantez, profundidady talento a la hora de contar una historia al 90% de la cartelera actual. Eso es tan cierto como que Dios es o bien cruel o bien incompetente.

La trama gira en torno a una snob perteneciente a la alta sociedad neoyorquina que se ve obligada a mudarse a vivir con su mundana y pobretona hermana debido a que los tejemanejes y corruptelas de su marido han quedado al descubierto y éste ha dado con sus huesos en la cárcel. Tiene bastante de un Tranvía llamado Deseo. Cierto es. Pero sobre todo es la filmación con toques humorísticos de la historia contada por Bob Dylan en Like a rolling stone. La película promete si la presento así. Pero decepciona. Antes de exponer mis motivos, contextualizo.

No he hablado nunca con Woody Allen. No me lo he cruzado en ningún punto del globo terráqueo. Salvo que escuche NEOFM - algo que es improbable hasta el paroxismo, pero quién sabe - dudo que conozca mi existencia. Pero le considero como de la familia. Le admiro, le respeto, le venero, le quiero. Su cine y su filosofía me han instruido más que cualquier profesor, que cualquier libro. Me la suda que yazca con su hija (no es exactamente su hija dado que nunca la adoptó e incluso no compartió en ningún momento domicilio fijo con Mia Farrow; me estoy yendo del tema). Admiro al artista. La persona es un señor canijo de 77 años que vive en Nueva York, está casado, tiene dos hijas y le apasiona ver deporte por televisión que no me interesa en absoluto. Precisamente porque mi forma de concebir la realidad está de forma irremediable influido por su cine y su forma de pensar no puede decir que Blue Jasmine es una buena película. Rectifico. Es una buena película. Interesante, sagaz, ácida, actual. Recomendable. Pero no es una buena película si su director es Woody Allen.

Sin mencionar Annie Hall, Manhattan o Match Point se me ocurren 15 películas mejores en cuyos créditos aparece el Written and Directed by Woody Allen. ¿Cuáles?  Todas las estrenadas durante los 80 - exceptuando Recuerdos y September -, cualquiera de la década de los 90 a partir de Maridos y mujeres. Hecho. Y van más de 15. Resulta evidente que esta afirmación resulta injusta para un director que va a película por año desde 1982. Todos tienen derecho a tener un bajón, dirán algunos. Pero, dejando aparte la gran interpretación de Cate Blanchett y la de algún secundario que resalta, me molesta muy mucho que la unión de dos mentes inimitables y dos talentos inalcanzables como los de Louis C.K. y Woody haya dado como resultado un personaje tan olvidable como el interpretado por el pelirrojo y orondo creador de esa maravilla televisiva que es Louie.

Dicho lo cual, reitero mi devoción. Si Blue Jasmine sólo hubiera durado el tiempo de sus créditos de inicio habría salido del cine con una sonrisa amplia y emocionada. Ese poder tiene este señor sobre mí. El año que viene seguro habrá reválida. Y seguro que será una buena película.

Si no rueda en Barcelona, Woody Allen es incapaz de hacer una mala película.


lunes, 4 de noviembre de 2013

Come fruta

En 1963 Hitchcock dirigió Los pájaros. Los protagonistas se ven amenazados por multitud de criaturas del aire que, pareciendo haber contraído una promesa, se empeñan en martirizarlos. Algo parecido ocurre en Tiburón, de Steven Spielberg. Un escualo sobrealimentado empieza a degustar por sistema a individuos de una pequeña localidad costera. Como si le debieran dinero. 

No me gusta ser exagerado, pero a mí me pasó algo parecido. No me intentó picotear un pájaro o masticar un tiburón, mi enemigo era vegetal. Como ocurría en las películas arriba mencionadas, sin ningún motivo aparente, algo mostró un inusitado odio hacia mí. Hablamos de una manzana.

Hay que comer fruta, niños. Es sana, es necesaria, es rica en vitaminas. Si no, puede pasaros lo que me ocurrió a mí. Hace algunos años sostuve una fuerte política referente a la no ingestión de fruta. La rebeldía, puede ser. Mi señora madre decidió poner fin a esta situación. Sin prácticamente recurrir a la violencia volví a comer fruta. Sobre todo manzanas. Nunca pensé en la comida como un desafío hasta aquel día. En la mesa no había una manzana. Al menos no de este planeta. El paso del tiempo y mi tendencia a la grandilocuencia da como resultado que recuerde una calabaza con la piel de una manzana. Si hubiera comido esa manzana y fuera un oso pardo (por ejemplo) podría haber hibernado durante todo el invierno y al despertar tendría sed pero no hambre. Era una manzana con problemas de peso. La solución definitiva al hambre en África. Una hipérbole frutal.

Ante aquella pantagruélica visión opté por reemplazarla por otra. Entre un par de esforzados y valientes voluntarios y yo pudimos retornar aquel mazacote carmesí al frigorífico. Yo iluso pensaba que aquella manzana sería disgustada por otro miembro de la familia y me olvidé de ella. Craso error. Desde ese día hasta dos semanas después aquella manzana siempre estaba en el mismo plato, justo detrás del plato de comida. Amenazadora, pendenciera. No había forma de escapar de ella.

Cierto día, sin ser fin de semana en ningún caso, decidí enfrentarme a mi némesis. Aquella manzana era mi águila y yo su Prometeo. Da igual cómo de profundo o enrevesado fuera el escondite en el que yo colocara la manzana. Al día siguiente ella estaba allí, en la cocina, esperándome. Llegué a pensar, por una cuestión de tamaño, que era la madre de todas las manzanas. Podía ser. Todo encajaba. Que su misión fuera torturarme por el genocidio implacable que estaba llevando a cabo con su prole. Opté por ponerle fin a esta situación. Me propuse comer aquella manzana maldita. Empecé a comer un martes 8 de mayo de 2008.

A día de hoy, me faltan dos mordiscos.