sábado, 18 de octubre de 2014

Sevilla y el apartheid cultural

Puede ser perfectamente que Sevilla sea la mejor ciudad del Sistema Solar. Y no es chauvinismo exacerbado sino más bien objetividad analítica. Hasta sus defectos son bonitos. ¿Qué sería de la vida sin las imperfecciones encantadoras, amigos? Sin embargo, culturalmente (ámbito humorístico-teatral especialmente) hay un reproche que debe hacerse. Hace unos días Álvaro Carmona, excelso y finísimo hacedor de humor, respondía en una red social a la pregunta de un admirador.

- "¿Cuándo vendrás a Sevilla?"
- "Lamentablemente nunca sale nada en Sevilla"

Da para reflexión. ¿Qué pasa en Sevilla? La observación de Carmona no es huérfana. En cierta ocasión reciente tuve la oportunidad de hablar brevemente con Pepe Colubi, ese mago de la cerdería más elevada que a la vez puede disertar sobre Earth Wind & Fire o Sly & The Family Stone. El caso es que después de conseguir que me firmara un libro suyo, conseguido gratis previamente de forma inverosímil sin mediar ilegalidad pero sí desfachatez, le pregunté si había fecha para algún especial de Ilustres Ignorantes - el mejor programa de la televisión actual sin género de dudas - en Sevilla. La respuesta era prima hermana de la de Álvaro Carmona. pero al ser en vivo, la argumentó. Al parecer, los teatros con capacidad suficiente para albergar un espectáculo de esta calidad lo rechazan. Lo mismo sucede al parecer con Faemino y Cansado. Lope de Vega y  FIBES, principalmente, pensé yo. Y no puede ser.

No puede ser que Arturo Fernández sí y que Faemino no. No puede ser que Los Morancos por supuesto y Carmona o Colubi nunca. La vida cultural de una ciudad es capital para su desarrollo. La cuarta capital de España no puede sufrir un apartheid cultural de este tipo. ¿Hay miedo a lo políticamente incorrecto? Directamente parece que hay miedo a lo que no sea "tiene un arte que no se puede aguantá".

Afortundamanete hay oasis dentro de este horror: los maestros Les Luthiers o el inclasificable Miguel Noguera, por citar dos ejemplos. Aún así, si abrimos el plano el panorama es devastador.

Lo rancio y sus antípodas pueden y deben ser compatibles. Pluralidad necesaria.

lunes, 29 de septiembre de 2014

No me gustas, Mia Farrow

Todos tenemos algún amigo que nos cae profundamente mal. Es algo científico. Quizá la nomenclatura "amigo" sea desproporcionada. Todos tenemos un conocido, ya sea amigo de amigo o cualquier otro subtipo, con el cual tenemos un contacto habitual por motivos indeterminados que nos cae profundamente mal. "Otra vez él/ella", piensas al entablar contacto visual en cada ocasión. Las malditas convenciones sociales te obligan a ser amable y cortés, pero es superior a tus fuerzas. Quizá sea el modo en el que se comporta, la ropa que lleva, una frase que usa como coletilla pretendiendo causar hilaridad y fracasando estrepitosamente cada vez. O incluso puede ser la cara que tiene que no hay quien la aguante. Son muchos factores los que pueden intervenir. A mí me pasa con Mia Farrow. 

Aquellos seres humanos vivos que me conocen saben de mis sentimientos por Woody Allen. Cuando la admiración se transfigura en devoción. Pero no es este el espacio en el que voy a hablar - otra vez - de esta figura trascendental en la cultura del siglo XXI. Voy a hablar de su relación con la señora Mia Farrow.

Ocurre que Woody Allen es mi director de cine favorito, por lo tanto he visto todas sus películas, de lo que se puede deducir que he visto las 13 películas en las que apareció Mia Farrow. Pues bien, me apasiona Woody Allen, pero no aguanto a Mia Farrow. No es nada específico, ni probablemente personal. Es que no me gusta su cara. No me gusta su cara cuando era joven, ahora que parece una bibliotecaria solterona con no menos de 10 gatos me produce una particular fatiga. No puedo negar que su particular batalla personal con mi amigo Woody condicione en parte este sentimiento. Respecto a este espinoso asunto me veo en la obligación de realizar dos puntualizaciones:

1) Contrariamente a lo que se cree, Soon-Yi Previn, la actual mujer de Woody, no era legalmente su hija. Era la hija adoptada de su pareja, la señora Mia Farrow. Más allá, Allen y Farrow nunca compartieron residencia. Por lo tanto, si bien podemos coincidir en que no está bonito cepillarte a la hija de 22 años de tu novia, definitivamente debemos desterrar el concepto incesto propiamente dicho. ¿Traición? Hombre, pues sí, pero, ¿quién empezó?

2) En el año 87 (recordemos que la infidelidad salió a la luz en el 92) nació Ronan, único hijo biológico de la pareja. Pongan en google "Ronan Farrow Frank Sinatra" y saquen sus propias conclusiones.

 Sigamos. No trago a esta señora, pero la vida es tan así que resulta que la etapa favorita de mi director favorito está protagonizada por completo por ella. Es una situación compleja, espinosa; una jodienda. Es como si si quisieras mucho a tu novia pero no pudieras obviar que tiene la oreja derecha del tamaño de la de un señorde Ciudad Real de 81 años. Algo no termina de cuadrar. Esto es algo muy personal, lo sé, pero no deja de ser una faena.

Como apuntaba antes, esta actriz protagonizó buena parte de la filmografía del director de gafas. Desde Comedia sexual de una noche de verano (1982) hasta Maridos y mujeres (1992). Son 10 años, son 13 películas. Y siempre su cara. Hablamos de una etapa en la que hay películas fundamentales para entender su universo, algunas de ellas obras de arte sin paliativos. Pero es que sale su cara y no lo puedo remediar; me cae mal. En ningún caso pongo pega alguna a los personajes que interpreta o cómo los interpreta, cuidado con eso.

Es decir, es convincente como nexo aparentemente sólido que se aja en Hanna y sus hermanas, francamente divertida en Broadway Danny Rose o emocional y reveladora en September, por citar sólo algunos ejemplos. Pero es superior a mis fuerzas. Afortunadamente para mí y para el común de personas con gusto cinematográfico, la carera de Woody prosiguió magnífica después de la separación, escándalo con Soon-Yi incluído, con brillanteces como Balas sobre Broadway, Desmontando a Harry o Poderosa Afrodita, entre otras. También hubo medianías, pero todo hater que se precie debe afrontar que una medianía de Woody Allen es una buena película para la gran mayoría de directores. El caso es que la vida siguió igual, excepto para la señora Farrow que decidió instalarse en un semi retiro exceptuando su participación en grandes películas de nuestro tiempocomo Arthur y los Minimoys. Progresivamente fue albergando más odio hacia su ex pareja y envenenando a su progenie en contra del nuevo novio de su hermana con lamentables resultados futuros como la inventada y bochornosa acusación de abuso sexual de sus hijas hacia Woody. Un amor de mujer.

Este es el impedimento al que me enfrento cada vez que revisito cualquier película de Woody Allen. El impedimento es su rostro. Es un drama importante que se sublima de forma bizarra, casi kafkiana. Una pesadilla muy real, un horror continuado y tortuoso. Una putada,en definitiva.  Una de mis 10 películas favoritas de todos los tiempos es La Rosa Púrpura del Cairo. Sí, dirigida por Woody Allen. ¿Cómo? Ah, sí, por supuesto pertenece a esa etapa comprendida entre 1982 y 1992. Claro que sí, amigos, la protagonista es Mia Farrow.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Matemáticas y Shakira: Historia de un desencuentro

No seré yo el que critique la presencia de las matemáticas en la educación básica. Porque, seamos serios, ¿a quién no le ha solventado alguna vez la papeleta en la vida real saber realizar correctamente una raíz cuadrada? ¿Quién no resuelve sistemas de ecuaciones complejos cuando el aburrimiento llega  y dice Hola, qué tal? A pesar de la utilidad aplastante de la propiedad conmutativa en la vida amorosa o del mínimo común multiplo en general, nunca fui un gran amante de los números. Podríamos decir incluso que durante mi época estudiantil elemental era un conocido de vista de las matemáticas. Un "vamos a llevarnos bien" de libro. No con pocas dificultades fui aprobando la asignatura a lo largo de aquellos años. Pero, efectivamente, con casi nula vocación. La asignatura para mí era un Elche-Córdoba; aburrida, complicada de ver, fatigosa. Hasta que llegaron los logaritmos. No diré que me gustaba hacer logaritmos porque entraríamos en una filia muy bizarra, pero se me daban sorpresivamente bien. Los solventaba con facilidad. Había cierta satisfacción absurda en ello. La chispa comenzaba a surgir, pero algo pasó. Un factor externo y repentino puso fin este breve espejismo de amor y números.

La historia que voy a narrar a continuación tiene un protagonista accidental que puede que lea esto y haga que se sienta mal de algún modo, así que optaremos por mencionarle como Constantinopla. Bien, el caso es que Constantinopla y servidor formamos pareja eventual para realizar un trabajo de estadística. No recuerdo el tema exacto. Para realizar dicho trabajo Constantinopla puso a mi disposición su hogar, así que fui. Una habitación, dos sillas, un ordenador. Todo conforme. Justo antes de empezar a entrar en materia, decidimos amenizar el rabajo con música, concretamente con el éxito del momento: Hips don't lie, Shakira feat Wyclef. Sí, amigos. El pasado siempre vuelve. Son muchos los comentarios al respecto que se me ocurren, pero para flagelarse en público siempre hay tiempo. Comenzó a sonar la canción, comenzamos a elaborar el trabajo. Una vez finalizó el último acorde comprobé con gozo que volvía a empezar. Cuando llegó al triplete de reproducciones asimilé que Constantinopla había fijado el bucle como sistema. Seguimos trabajando un rato más, pero la canción comenzaba a hacerse áspera al oído. Una vez afianzada en ese estado, empezó a sonar en mi cabeza como un atasco en hora punta. Después como una actuación particularmente desafinada de Yoko Ono. Un rato más tarde como una cabra que se atraganta (quizá estas dos últimas referencias sean el mismo sonido) de forma violenta. Y así...

TRES HORAS. 180 minutos tardamos en realizar el trabajo. 180 minutos de dolor, de odio que se acumulaba, de rencor. Aquello pasó factura. Desde entonces mi relación con las matemática y Shakira no es la misma. Y no quiero ser cruel con Wyclef, pero si bien no le deseo la muerte, tampoco sería desproporcionado que estuviera siempre con gripe.

jueves, 21 de agosto de 2014

Tratado de cómo acabar con un buen malo

Hablemos de villanos. De los cinematográficos. De Ana Botella podemos hablar otro día. En su momento analizamos aquí que la fugacidad en pantalla de la némesis favorecía a la película como conjunto, siempre que que el malévolo personaje tuviera empaque por sí mismo y que el actor estuviera a la - diabólica - altura. Hoy hablamos del fin de trayecto, del hasta aquí hemos llegado, del "es que me obligas a que te mate". Y es que tan importante es el listado de fechorías y el cúmulo de frases categóricas acumuladas por el malo de turno como la manera en que aparece por última vez. Porque sí, admitamos que hay villanos que ya sea por un carisma arrollador o por una odiabilidad fuera de lo común merecen un final acorde a su malignidad. En algunos casos sí, en otros todo lo contrario. Huelga decir que la cascada de spoilers que viene es importante.

Los Guardianes de la Galaxia es un claro ejemplo de final acorde al villano. Final mejorable en epicidad para un villano muy mejorable en epicidad. Ronan no sólo parece más propio de la saga Blade sino que nunca muestra ápice alguno de identidad propia y, por supuesto, está muy lejos de igualar siquiera estar cerca del magnífico quinteto protagonista. Su final no podría ser adjetivado como fú, ni mucho menos como fá. Hay cierta coherencia. No así ocurre en El caballero oscuro: La leyenda renace. No era fácil ser villano principal de una película de Batman después del estratosférico Joker de Heath Ledger. Cuando los rumores apuntaron a Bane muchos se rasgaron las vestiduras. No les culpo. El bochornoso antecedente del personaje en la aún más bochornosa Batman y Robin (Joel Schumacher, ni perdono ni olvido) era motivo suficiente para pensar en la catástrofe. Pero, oh sorpresa, no fue así en absoluto. Tom Hardy dio vida a un Bane sacado del cómic original, compendio de músculo sobrehumano e intelecto portentoso que causó una grata impresión y que, si bien no alcanzaba la maestría de Ledger/Joker no desmerecía en absoluto. Pero llegó su final y el savoir faire de Nolan fue a por tabaco. Fugaz, aparatoso, incluso chafardero. No era digno del hombre que rompió al murciélago, parecía más propio de un secuaz raso al principio de la película. Mal.

Por supuesto hay ejemplos positivos y destacables. Hay esperanza. Vamos con casos de finales villánicos (?) acordes a la envergadura del sujeto. A destacar tres tipos de finales, tres tonalidades: el sutil (pero magistral), el modo Tarantino y el insuperable.

Vamos con la sutileza. Alexander Sebastian es the bad guy de Encadenados. Esta película de Hitchcock - qué sorpresa - es una maravilla fílmica. Podríamos comentar largo y tendido cómo el orondo director se paseó la censura puritana por su británica masculinidad en la célebre escena del beso entre Ingrid Bergman y Cary Grant (pocas escenas más erotizantes se me ocurren, muy pocas), pero no lo haremos. Lo que sí haremos es bosquejar a Sebastian. No sería hasta muchas décadas después  cuando conoceríamos la nomenclatura que engloba a los hombres como el personaje al que da vida Claude Rains. Sebastian es un pagafantas, amigos. También es nazi. Un nazi pagafantas con cierto edipismo incipiente y con querencia al uso de plutonio. Es malo pero también da cierta ternura. Ese contrapunto de "pobre hombre nazi" cristaliza en el final. Cary Grant se lleva a la Bergman en un coche pero Sebastian, sabiendo que está perdido, pide auxilio a su manera. Ante la negativa se produce el momento clave. "Sebastian", le reclaman sus colegas nazis. Es malo pero se ha equivocado. Sabe que no hay escapatoria. Y sube las escaleras agachando la cabeza, asumiendo su final, cada escalón más cerca de la perdición. Y acaba su historia. No nos hace falta ver lo que le ocurre. Leve pero genial.

Otra cosa no, pero los villanos carismáticos es una de las marcas de la casa Tarantino: el sádico y bailarín señor Rubio, el temible Marsellus Wallace, el inolvidable Bill... Y Hans Landa. Malditos bastardos tendrá sus detractores y sus admiradores, pero pocos podrán salvar la magnificencia del temible coronel de las SS interpretado por el magnífico Christoph Waltz (posiblemente el actor que mejor come en una pantalla, véase en esta película o en Un dios salvaje). Un cazajudíos frío y temible que posee cierto horrendo magnetismo. El carisma define, en este caso sobre todo. Es un cabrón sin escrúpulos (recordemos su analogía ratas-judíos) pero tiene don. Su personaje es el gran aliciente de la película conforme avanza el metraje y, por supuesto, Tarantino sabe que debía darle un final acorde a su peso específico. Y así lo hizo. Justo después de la vorágine de muerte y destrucción en el cine con Hitler como pim-pam-pum de excepción, llega la escena que cierra la película. Landa ha sido capturado por los bastardos. Pide clemencia como un buen cobarde y le es concedida. No morirá pero obtendrá el distintivo bastardo. Tarantino se gusta en esta escena. Es una travesura muy suya, plena de sadismo y fuegos artificiales. Aquí si vemos, y en primerísimo plano, el sufrimiento del villano. Cae simpático en cierto modo, pero oye, es un nazi hijo de mil padres. Se lo buscó.

Cerramos con Roy Batty. El (aún más) moderno Prometeo. Poco se puede añadir. Uno de los mejores discursos de la historia del cine. Los rayos-C, la puerta de Tannhäuser. El héroe derrotado, el villano ante la eternidad. La lluvia, las lágrimas. Dudo profundamente que pueda haber mejor final.

sábado, 16 de agosto de 2014

El embrujo de Hooked on a feeling

Butaca de un cine cualquiera, quieres ver la película húngara subtitulada por la que has pagado. Tráilers de turno, una de Marvel: Los Guardianes de la Galaxia. En lo que parece una rueda de reconocimiento aparecen un hombre-árbol, la hermana pequeña de Picolo, un mapache erguido que luego dispara con una metralleta, Batista el del wrestling (que sí, que estuvo en El Hormiguero) y un guaperas desconocido made in Hollywood.

 "No la veo, ni de broma. Me tienen que pagar para que la vea. Pagarme mucho y en billetes pequeños y sin marcar. Que no, que no la veo. Será la adaptación de un cómic olvidado que algún lumbreras ha pensado que podría funcionar en taquilla. Que no. Miremos Twitter mientras tanto... un momento. ¿Qué es eso que suena? ¿Es Hooked:on a feeling - también aparece en Reservoir Dogs, por ejemplo - ? Bueno, pensando en profundidad, estamos en verano, es el tipo de película que puede entretener, si quitamos las de Thor y las de Capitán América (si a alguien le gusta este personaje en concreto, por favor, que cierre bien al salir) Marvel sabe hacer buenos blockbusters. Además Hooked on a feeling. Tendré que quebrar mi norma personal de no ver películas en las que mapaches sepan usar armas de fuego . ¿Cuándo la estrenan?"

Y la viste. Quiero decir que la he visto (referencia sutil pero potente para la gente de bien). Acierto total. No voy a decir dinero bien empleado porque lo que queda de mes no podré alimentarme (pedí palomitas y, claro, hoy en día estamos hablando de un montante total del PIB del Benelux). Pero me gustó todo lo que me puede gustar una película de su género. Como blockbuster es muy eficaz. Esto es: entretenimiento descarnado, píldoras de humor justas y bien colocadas, acción trabajada, millones bien empleados. No la habría visto en ningún caso si el tráiler hubiera tenido otro soundtrack, así de sencillo. De entre todos los aspectos positivos de la película, que son muchos, la música destaca soberana. Blue Swede, The Jackson Five, Marvin Gaye... 70's en plenitud. Ambrosía hecha notas. Puede ser incluso una película de Almodóvar (un saludo, almodovaliebers). Incluso. Si tiene una banda sonora de la misma temática y gusto, la vería sin duda - realme te nunca iría al cine a ver nada de este director -. Aunque luego me arrepintiera -nunca es nunca-. No fue el caso. Sí es el caso de película disfrutable que además tiene un acompañamiento musical excelso. Pongo otro ejemplo de otra tipología fílmica: Intocable 

Ya lo dijo el filósofo: "la vida sin música es una puta mierda, chavales".

Bonus track

Añado dos canciones más presentes en Los Guardianes de la Galaxia a modo de motivos para ir al cine, o verla. Una es un clásico y la otra es un gratísimo descubrimiento personal

miércoles, 13 de agosto de 2014

Bacall

Hubo una época en la que el cine era el Olimpo en la Tierra. En un mismo año se estrenaban películas de Lang, de Hitchcock, de Hawks, de Huston. Durante los primeros treinta años del cine sonoro se sublimó el arte de filmar historias. No hay más allá,  se tocó el cielo. Más que eso, hubo un espacio de tiempo en el que se residió en la excelencia de forma habitual. Pero el declive llega. Los años no perdonan, las enfermedades tampoco. En 1957 Humphrey Bogart murió tras no superar un cáncer.  No llegaba a los 60. Fue el principio del fin. Luego fueron desapareciendo Gary Cooper, Clark Gable... Al lado de una de las mayores estrellas del cine de todos los tiempos -hablo de Bogart- siempre estuvo en sus últimos momentos una mujer, una actriz colosal, otro icono que ha vuelto al Olimpo; Lauren Bacall ha muerto y con ella se cierra un círculo - con permiso de Kirk Douglas -, un ciclo. Lauren Bacall pertenecía a esa estirpe de irrepetibles que durante algunas décadas prodigiosas convirtió al cine en el arte que es. Con Bogart formó una de las parejas más legendarias de siempre.

Apenas instalada en la veintena conoció a Bogart y se enamoraron. Primero vino Tener y no tener, luego El sueño eterno, después La senda tenebrosa y finalmente Cayo Largo. Cuatro películas con su marido, con el padre de sus hijos, con la leyenda, con Rick. Si quieren saber de química no estudien a Pasteur o Lavoisier, es más sencillo. Vean estas películas.  Observen cómo miraba Bacall a Bogart. Pocas veces se ha filmado un enamoramiento doble en el cine, ficción y realidad se dan la mano en Tener y no tener. 

Lauren Bacall hizo grande al cine.

martes, 12 de agosto de 2014

Robin Williams y Pagliacci

El triste final de Robin Williams recuerda al chiste contado por Rorsach en esa maravilla gráfica que se titula Watchmen: Un hombre va al médico y le cuenta qe está deprimido. Le dice que la vida le parece dura y cruel. Dice que se siente muy solo en este mundo lleno de amenazas donde lo que nos espera es vago e incierto. El doctor responde que el tratamiento es sencillo. "El gran payaso Pagliacci se encuentra esta noche en la ciudad. Vaya a verlo. Eso le animará." El hombre se echa a llorar. Entonces dice: "Pero doctor, yo soy Pagliacci".

Me enteré ayer por la noche. No quise creerlo. Supuse en un primer momento que se trataba de algún tipo de broma macabra y estúpida made in Twitter. Mejor dicho: quise creer que era una broma. Me negué a aceptarlo, no porque fuera un gran actor, que lo era. Hace meses murió Philipp Seymour Hoffman, puede que el mejor actor de su generación, una gran pérdida sin duda, pero no fue lo mismo. Escribo esto como un niño adulto que ve que se ha esfumado un pilar de su infancia; así de tópico, así de manido, así de rotundo.

La pérdida es tremenda a todos los niveles. Se ha ido un actorazo brillante en todos los registros, se va un magnífico stand up comedian, un icono del cine de entretenimiento de los años 90. Un hacedor de risas, un artesano emocional que no volverá pero siempre estará. Uno de los más grandes que hubo y probablemente habrá. Uno de mis entretenimientos- confesables - predilectos es disfrutar en diferido de las entrevistas hechas por David Letterman en el Late Show. Letterman lleva haciendo reír a Norteamérica desde hace más de 30 años. Era el mejor en lo suyo. Un maestro capaz de desbaratar a cualquiera, de hacer sonreír a un paraguas. Pero todo era diferente cuando anunciaba al "always entertaining Robin Williams". Sólo el paseíllo previo - siempre con su propia sintonía: Rockin' Robin - antes de llegar al sofá ya causaba hilaridad. Sus gestos, su forma de vacilar al público, a todos. Luego comenzaba a hablar y el gran Letterman sólo podía acomodarse en su asiento y disfrutar del espectáculo. El hombre más gracioso de Estados Unidos era un niño incapaz de aguantar la risa ante el despliegue de habilidades del mago Williams: todo tipo de acentos, brillantes ocurrencias, fantásticos arranques de locura. Aquí un botón de muestra. Aquí va otro. Tan simple como lo que sigue: Robin Williams era incapaz de no entretener, simplemente incapaz. Sin embargo, la historia detrás del maquillaje, los focos y las bambalinas era bien distinta.
Hemos hablado de su faceta improvisada en entrevistas (por cierto, tampoco pueden ni deben perderse esta brillante intervención en el Actor's Studio) porque hablar de su faceta actoral sería interminable y repetitivo para todos. Sólo quiero destacar un par de asuntos. En primer lugar hablemos de diletancia. Haber visto cinco veces Jumanji y tres veces Hook  no legitima en ningún caso a nadie para opinar sobre el Robin Williams actor. Digo esto porque en el elogiable intento por vanagloriar a un actor, como en este caso, se incurre en el gravísimo error del reduccionismo. Y sigo y concluyo con el segundo apunte. Desde la bonhomía que me caracteriza quiero recomendar a todos aquellos que sólo hayan visto sus películas de tinte cómico que vean Retratos de una obsesión. Les dará una nueva - y estremecedora - impresión de la apabullante capacidad actoral de Robin Williams. En esta película estremecía, en Good morning, Vietnam y El club de los poetas muertos inspiraba, en Jumanji y Hook entretenía, en El rey pescador emocionaba. Incido en esta último, para mí uno de sus mejores papeles gracias a su inolvidable declaración de amor aquí presente.

Muchos creen que es exagerada la atención que ha recibido la trágica muerte de Robin Williams. "Era sólo un actor", aducen. Temo disentir. No sólo se ha ido un gran actor, se ha ido alguien cuyo oficio era entretener y que durante décadas ha hecho felices a millones de personas. Eso es intangible, le hace inmortal.


sábado, 21 de junio de 2014

Ronaldo no es un gordito

Escribo estas líneas indignado. Ofendido, molesto. Hace unas horas Klose ha empatado a Ronaldo como máximo goleador de la historia de los Mundiales (Actualización: en semifinales, ante Brasil, quedó como máximo goleador en solitario). Me alegro por Miroslav, pertenece a esa estirpe de futbolistas que ni saben jugar al fútbol, ni les interesa hacerlo. Su vida es el gol.

Decía que estoy indignado, ofendido; incluso molesto. Leyendo algunas reflexiones sobre esta hazaña absoluta he advertido varias referencias al futbolista brasileño que me han tocado la moral. "El entrañable gordito". Negro sobre blanco en un medio deportivo leído por millones de personas. ¿Entrañable gordito? Mire usted, no.

Ronaldo Nazario da Lima es el mejor delantero centro que estos ojitos que ustedes no ven han visto. La perfección jugó con el 9 en el FC Barcelona en la temporada 96/97. El Dios del fútbol se encontraba ocioso tras el declive de Diego Armando. Eligió como nuevo representante en la Tierra a un jovencísimo brasileño todo fibra, todo potencia, todo fantasía.

El gol ante el Compostela representa a Ronaldo. Pero me quedo con otro. Camp Nou, Valencia CF como rival. Ronaldo es Houdini. Arranca con espacio, como le gusta. Conforme se acerca al área el portero tiembla. Es normal. ¿No tiembla un antílope cuando ve al guepardo llegar? Los centrales del Valencia entienden que la mejor opción para frenar a semejante prodigio de la naturaleza es bloquearle el paso. Comienzan la maniobra, tratando interponerse entre la portería y el genio de incisivos afilados. Como si de la puerta de un ascensor se tratase, el espacio por el que Ronaldo puede pasar se hace cada vez más mínimo. Tras juntar hombro con hombro parece que la acción ha sido satisfactoria. Pero Ronaldo es un Looney Toon. No es real, no lo parece al menos. Con una punta de velocidad inhumana se había colado entre los dos defensores. Pero, ¿cómo lo había hecho? Los genios son así de inexplicables. Ya ante el portero, se pueden hacer una idea de qué sucedió: un día más en la oficina.

Una lesión atroz le hizo perderse dos años de fútbol. Cuando era el mejor. Una lesión que destruiría psicológicamente a cualquiera. Pero se recuperó, volvió a ser el mejor. En 2002, en un Mundial, hizo su reaparición. Había vuelto. Al menos su talento, su capacidad de dominar el área a su antojo, su apabullante superioridad, la sonrojante comparación con el resto de compañeros de oficio. Tras su "Tranquilos, he vuelto" en tierras asiáticas comprobamos que su físico sí había cambiado. Nunca más fue ese junco inalterable de Barcelona. Pero el talento no se olvida. Su tendencia a la redondez en los siguientes años de su trayectoría unida a la irrupción de un fantástico futbolista porugués con el mismo nombre ha provocado, inexplicablemente, una falta de respeto puntual y muy desagradable para servidor hacia O Fenomeno.Insisto, mire usted, no.

Podría enumerar sus cifras goleadoras, sus títulos, sus apariciones en Mundiales. Pero no hace falta; el talento no tiene abdominales.

martes, 17 de junio de 2014

1944: Black Power en el cine (no exactamente, pero tiene que ver)

En 1994 Quentin Tarantino se presentó en Cannes con un película llamada Pulp Fiction. Se respiraba antes del estreno un aire enrarecido por una mezcla de expectación (dos años después del estreno de Reservoir Dogs el listón estaba alto) y precaución (¿John Travolta? Este hombre ha perdido el contacto con la realidad). Lo que ocurrió después es historia: la película ganó la Palma de Oro - no sin polémica - y Quentin Tarantino terminó de convencer a los escépticos; había llegado para quedarse. Veinte años después, el director, acompañado de Travolta, el peluquín de éste y Uma Thurman, volvió a Cannes para conmemorar el vigésimo aniversario de la que para muchos es su obra maestra. Y tampoco se equivocan mucho.

Más allá de Pulp Fiction, 1994 fue un gran año para el cine: Forrest Gump, Cadena Perpetua, Balas sobre Broadway, Ed Wood, El rey león. Entre otras. Es decir, la mejor película de Robert Zemeckis (al menos la más premiada) con permiso de Michael J. Fox, una auténtica obra maestra del cine de siempre, perfectamente estructurada e interpretada con la firma de Frank Darabont, una magnífica y por (muchos) momentos hilarante reflexión sobre la naturaleza del talento - con una Dianne  apabullante en su brillante trasunto de Norma Desmond - de Woody Allen, una gran (gran, gran) y poco reconocida película de Tim Burton sobre el peor director de la historia y, quizá,  el último gran clásico de Disney: Hamlet + leones + vozarrón de Mufasa + Hakuna Matata + Rafiki = Me Gusta. Como decía,  muy buenas películas. Pero pese a esta concurrencia incontestable de ejercicios fílmicos muy recomendables y de exigible visionado, 1994 no es el año en el que cantidad y calidad resultan insuperables.


1944. Un año negro, pero en el mejor de los sentidos. El año más prolífico de la historia del cine. Al menos para servidor de ustedes. El blog es mío y me lo... Nos estamos desviando. Hace 70 años calidad y cantidad se dieron la mano para regocijo de amantes del cine contemporáneos y futuros. Cuatro obras maestra se estrenaron a lo largo de esos irrepetibles 365 días: tres representantes del más puro cine negro y una siniestra screwball comedy.

1. Perdición (Double indemnity)



Billy Wilder, el mejor director de comedias que hubo y habrá (ex aequo con su maestro Lubitsch) filmó una de las mejores películas de cine negro. No es tan extraño si tenemos en cuenta que también estamos hablando del mejor guionista (no sólo de comedias) que hubo y habrá.

La película arranca por el final. Conocemos a Walter Neff, un trabajador de una compañía de seguros que ha cometido un crimen. Crimen que confiesa a su dictáfono y cuyo relato centra el argumento. "Yo maté a ese hombre. Lo hice por dinero y por una mujer. No conseguí el dinero, ni a la mujer. Estupendo, ¿verdad?".

El coguionista que adaptó la novela original de James M. Cain fue Raymond Chandler. Como si Miguel Ángel hubiera retocado La escuela de Atenas. Semejante suma de talentos a la hora de confeccionar el guión sólo podía tener como resultado la gloria. Y así fue. La historia es la típica (pelín de spoilers ahora): chico que trabaja en compañía de seguros conoce a chica, chica está casada, chica tampoco es que beba los vientos por su marido, chico se enamora muy carnalmente de chica, chica decide matar a su marido y cobrar seguro de vida y para ello pide ayuda de chico, chico dice "venga va, te ayudo". Lo típico.

Los protagonistas masculinos son el totémico Edward G. Robinson y el por entonces habitual actor de comedias, Fred MacMurray. Pero el motor de la película es Barbara Stanwick. Prototipo absoluto de femme fatale. Astucia, maldad y atractivo. Una femme fatale puede ser guapa, como añadidura. Pero debe ser atractiva, misteriosa, turbulenta. Walter Neff sabe que lo que hace no está bien, pero está embriagado por un perfume y obnubilado por una pulsera que adorna un fino tobillo.

La maldad en Perdición se llama Phyllis y se apellida Dietrichson. Una escena, en ella un momento, un plano que se cierra, una mirada. Lujuria, perversión y el sadismo más crudo en un instante.

"El asesinato huele a madreselva".


2. Laura



La fascinación por un retrato. El detective (Dana Andrews) comienza a investigar el asesinato de Laura Hunt (podrían hacer una serie que se basará en un detective que busca al asesino de un tal Laura, Palmer de apellido quizá por cambiar; un momento...) y queda apabullado por la presencia enmarcada de la difunta. ¿Puede uno enamorarse de un difunto? La respuesta la pueden encontrar en una película de Hitchcock  del 57, con James Stewart y Kim Novak. Y en ésta, por supuesto. La respuesta es sí, claro. Todo ser humano se enamora siempre de una imagen. Ya sea mental o física. ¿Por qué no de un cuadro? Sobre todo cuando la retratada es Gene Tierney.

Si hablamos de escultura el Moisés es incontestable. Pero ahí están El rapto de Proserpina o La Piedad. Si debatimos sobre belleza femenina, el plano que puede ver más arriba no admite réplica ni pega. Lo siento. No se admite. Primero Gene Tierney, luego otras. Nunca una mujer resultó más deslumbrante, dulce, idílica, casi onírica; hermosa. Es una hermosura sutil, delicada, inasible. Los adjetivos parecen fosfatina insuficiente para definir su encanto. Habría que crear un nuevo término , sólo aplicable a ella. Situación: Afrodita y Gene Tierney salen de copas; Afrodita sería la simpática.

Pues sí, puedo entender que el detective se enamore de su imagen. No diga perfección, diga el rostro de Gene Tierney en Laura cuando es enfocada por una lamparita en pleno interrogatorio durante la mitad aproximada de la película.

Laura es un noir atípico. No hay femme fatale. Pero si hay femme a la que ponerle un piso en el Upper East Side de Manhattan (mismamente).

N. B. 
No debiera parecer que el autor de esta pieza siente predilección alguna por la actriz Gene Tierney. En lo posible se busca lo aséptico al analizar. ¿Fascinación por Gene Tierney? Nada más cerca de la realidad.

Más allá de lo atrayente de Gene Tierney como mujer, cabe destacar su pericia interpretativa (El diablo dijo no, Que el cielo la juzgue, El fantasma y la señora Muir). Su forma de enamorar al espectador tanto como a los personajes. Su candidez adorable y su rotundidad cuando el momento lo exige. Bajo las órdenes de Otto Preminger todos los actores se lucen. Sobre todo Clifton Webb.

Interpreta a uno de los hombres de la vida de Laura. Una suerte de pigmalión condescendiente con un amor propio que roza con Saturno. Para el recuerdo la escena en la que se presenta su personaje. El detective le hace algunas preguntas sobre la finada mientras toma un baño. Cada respuesta es más cínica y descreída que la anterior, culminando en su master piece, una de las frases más demoledoras que pueda usted encontrar en un ejercicio fílmico. Cuestionado por su peculiar y egoísta estilo de la vida, defiende su particular visión de la vida contestando: "Digamos que lamentaría profundamente que los hijos de mis vecinos furan devorados por los lobos".


3. Arsénico por compasión (Arsenic and old lace)


Cambiamos de género pero no de tono cromático. Es una comedia como el hollín. Como el alma de un banquero. Dirigida por Frank Capra (Qué bello es vivir, Caballero sin espada, Sucedió una noche) esta película es, quizá junto a La fiera de mi niña (Howard Hawks, 1938), el referente más claro de screwball comedy. El más efectivo. Se basó en una obra de teatro particularmente atinada y con chispa, pero el remate del guión adaptado por los hermanos Epstein fue definitivo. El humor negro necesita cierta virulencia irónica, cierta maldad en pos del espectáculo. Es decir, chistes que cuando se dicen provocan en el espectador sonrisas/risas acompañadas de un "pero qué cabrón" o incluso un "what a bastard", dependiendo de la latitud. Ese toque ya lo dieron los univitelinos Epstein en la semi desconocida Casablanca (Michael Curtiz, 1943). Recordarán ese diálogo breve pero demoledor entre Rick y el dudoso Ugarte en el que el segundo le pregunta al primero si le desprecia y la respuesta es lo más parecido a un uppercut sin manos: "si pensara en ti, probablemente".

El protagonista es Cary Grant. No hay que decir nada más.

¿Cuál es el argumento? El tono ciertamente es lúgubre, todo se desencandena en pleno Halloween en una casa cerca de un cementerio, las acciones que provocan el caótico devenir de los acontecimientos puede ser cuestionable. Que sí. Pero el fondo de estas acciones es una maravilla. Son actos tremendamente hermosos. Muestras de un altruísmo, pelín siniestro sí, pero altruísmo al fin y al cabo. Un amor al prójimo fuera de toda duda. Las adorables/maléficas tías del sobrepasado Mortimer Brewster son los cimientos inamovibles de la película. La normalización y cotidianeidad del horror. Ayudan al acomodo en la locura desde el primer momento. Y esto es muy importante en una screwball comedy. No hay respiro, conviene adaptarse cuanto antes. Si no lo haces, si quieres imponer la cordura, te pasará lo mismo que al protagonista. Esto es, perder los papeles de tal forma que nunca más los encuentres.

Nunca verán a un Cary Grant más sobrepasado, más sobreactuado. De forma deliberada además. Ese es el concepto. Hace mucho que no hablo con Cary, nuestros motivos tenemos, pero dudo que haya disfrutado en otra película tanto como en ésta. Eso se respira en cada minuto del metraje. Es nuestro representante como persona cuerda. Vemos como cada mueca es más exagerada que la anterior, cada reacción inesperada más graciosa que la anterior. Y no es para menos. Los tres frentes abiertos que se le plantean abruman a cualquiera: la peculiar afición de sus tías, Teddy Roosevelt (este personaje es portentoso) y, por si fuera poco, una amenazadora presencia  fraternal boriskarloffesca.

También es la confirmación de que la vida sigue igual. Mortimer Brewster es un escritor que ha basado su obra en el rechazo más flagrante del matrimonio. ¿Cómo empieza la película?

4. Tener y no tener (To have and Have Not)




Un hombre con un misterioso y turbio pasada se gana la vida en un exótico lugar apartado del mundanal ruido. Su apacible vida se ve perturbada por una mujer y una peligrosa misión en favor de la Resistencia; estamos en plena II Guerra Mundial.

¿Casablanca decís? En parte sí. Tener y no tener bien pudiera ser la segunda parte de la película más mitológica que existe. Cuando Rick, acompañado de Renault, atravesó la brumosa pista de aterrizaje de aquel aeropuerto bien podría haber dicho "a ver, que te aprecio mucho, Renault, pero amigos, ¿vale?" Y justo después, preguntado por a qué dedicaría su vida a partir de ese momento, perfectamente podría haber comentado "me han hablado maravillas de la isla de Martinica".

En esa caribeña isla tiene lugar la trama arriba avanzada. No me gusta dogmatizar (risas enlatadas) pero esta película es una maravilla. Puede ser que alguien que lea estas líneas piense lo contrario, en ese caso le insto que me lo diga en la calle. Y es que desde el arranque el proyecto tenía visos de ser algo irrepetible. Dicho arranque tiene lugar en un día de pesca que el director, Howard Hawks, compartió con su amigo Ernest Hemingway. Entre siluros y percas de río (?), la conversación derivó en reto. "Soy capaz de hacer una gran película con tu peor novela", aventuró Hawks. "¿Con Tener y no tener?", replicó Hemingway. Y sentenció "sólo hice esa (se conoce que dijo una expresión malsonante inglesa que empieza por p y termina por iece of shit) porque necesitaba el dinero". Así arrancó el proyecto que unió a una de las parejas más legendarias del cine clásico. Y de todos los otros cines.

Bogart y Bacall. Apellidos que significan cine.

Él se había consagrado definitivamente con Casablanca un año antes, ella debutaba en el cine. Cuando él se alistó en la Marina en la I Guerra Mundial faltaban 6 años para que ella llegara al mundo. Él no sabía que se podía ser plenamente feliz, ella no conocía el amor. El romance estalló en pleno rodaje. Nada importaba los años de diferencia. Cada secuencia compartida desprendía fuego. Y envidia. La elección de la chica que compartiría romance fílmico con Bogart corrió a cargo del director. Howard Hawks se empeñó en apostar por la joven  inexperta Lauren Bacall. ¿Vio en ella un potencial fuera de lo común? Nada más lejos. Lo que quería Hawks era explorar sus adentros. Desentrañar su misterio. Cotejar sus visicitudes. Calibrar su repertorio. Evaluar su elasticidad. Quería bailar con ella la danza horizontal del amor de forma desesperada. Pero el intento salió mal. El amor surgió entre los dos actores y Hawks se apartó. Perdió una oportunidad pero apadrinó el nacimiento de una nueva estrella del cine. Sospecho que eso no le consolaba en exceso.

Además sale Walter Brennan. El Michael Jordan de los actores secundarios.

jueves, 17 de abril de 2014

El día que Robert De Niro decidió dejar el cine

Nueva York. 14 de noviembre de 1995. Es casi madrugada y Robert de Niro entra en su apartamento. Deja las llaves, se quita la chaqueta, se descalza y se encamina al cuarto de baño. El estreno de Casino ha sido positivo. Su binomio con Joe Pesci permanece incólume. Incluso a pesar del exceso de violencia que algunos afean a Martin Scorsese en la película, parece que ha agradado al público. Sharon está estupenda, Pesci borda como siempre el papel de bajito agresivo con tendencias psicópatas, él mismo sabe que ha vuelto a hacerlo; es el mejor.

Bob - hay confianza - empieza a cepillarse los dientes. Y también empieza a reflexionar. Piensa en el joven Vito Corleone, en el reciente Sam Rothstein, en Jake LaMotta, en Jimmy Conway, en Travis Bickle. En tantos y tantos personajes. Quizá la pasta de dientes estuviera contaminada, quizá el catering del estreno habría hecho vomitar a una cabra particularmente promiscua a la hora de comer, quizá se dio algún golpe en la cabeza con el marco de la puerta. El percance, el motivo, la causa lo desconozco. Pero sí sé la determinación que tomó Robert de Niro al salir de ese cuarto de baño. Muy probablemente - esto es conjetural - mientras se desabrochaba la camisa, con la mirada gacha, se dirigió su mujer y le dijo "Grace, he decidido algo. Hablemos claro. Soy el mejor actor del mundo. Ni Dustin Hoffman, ni Jack Nicholson ni su puta madre. Brando está viejo y gordo. No tengo nada que demostrar a nadie. Piensa en las mejores películas desde los 70 hasta hoy, Grace. ¿En cuáles no trabajo? Pues fíjate lo que te voy a decir: no pienso hacer ninguna gran película hasta que me retire. No, no. Te hablo en serio. Estoy aburrido."

Quizá no fueran sus palabras exactas, pero mi tesis particular gira en torno a ese concepto que subyace: Robert De Niro se propuso en su momento "retirarse" del cine y empezar a ganar dinero con las películas. Decisión loable, por supuesto. Pero me interesa más lo artístico en este caso (sólo en este caso). Advertencia: no debe confundirse buena película con gran película. Sobre todo si hablamos de una leyenda viva.

En este lapso de casi 20 años desde el estreno de Casino, y siendo justos, sí es cierto que ha participado en alguna película interesante como Hombres de honor o Sleepers. También comedias entretenidas como Una terapia peligrosa o Los padres de ella Pero ninguna de ellas es una película que esté al nivel de De Niro. Por supuesto que ningún actor (salvando a John Cazale y James Deen por motivos obvios) a lo largo de la historia del cine es capaz de mantener una trayectoria que en su ocaso cuente por obras maestra cada uno de sus trabajos. Pero 18 años sin una gran película son muchos para uno de los actores más carismáticos, talentosos e imprescindibles que hubo y habrá.

Existen otros casos parecidos pero no iguales. Actores de su generación como Dustin Hoffman, Jack Nicholson o Gene Hackman también pueden ser acusados de la misma herejía. Pero con salvedades. Unos han ido espaciando muy mucho sus apariciones fílmicas y otros simplemente se han retirado. Pero el caso que nos ocupa es especial porque De Niro realiza varias películas por año y por tanto su imagen se va degradando porque ninguna, insisto, será recordada cuando pasen las décadas. Para muestra un botón. Mejor dicho, cinco. Cinco películas en las que ha trabajado Robert De Niro que ilustran el declive artístico de uno de los mejores.

                                   
1. Las aventuras de Rocky y Bullwinkle (2000)

Lógicamente no voy a comentar nada. No merece la pena.











2. Un golpe maestro (2001)

Si una película se midiera por la categoría de sus intérpretes hablaríamos ahora de una maravilla del celuloide. Marlon Brando, Robert De Niro y Edward Norton.Tres épocas, los tres máximos exponentes de todas ellas (lástima que el último no supiera o pudiera sostener el pulso en los siguientes años). Puede ser que influyera que Frank Oz estuviera más acostumbrado a las comedias (se recomienda encarecidamente el visionado de Un par de seductores, In&Out o La pequeña tienda de los horrores) que al thriller como en este caso. Un loable y ambicioso intento que finalmente no logró el resultado esperado, a pesar de las grandes expectativas iniciales.


3. Showtime (2002)

Quiero creer que fue un apuesta o algo parecido. Un "No hay lo que hay que tener para hacer una película con Eddy Murphy. ¿Cómo que no? Ya verás". No cabe otra explicación posible. En ocasiones uno lee un guión y puede creer que aquello puede funcionar. Eso es comprensible. Luego será una catástrofe pero no todo pueden ser aciertos. A veces se acierta, a veces se yerra. Pero con Eddy Murphy sólo hay una opción y no es la primera. Todo tiene un límite. Una vez De Niro supo que el príncipe de Zamunda iba a ser su compañero sólo debió contemplar la negativa. Por él, por los suyos, por la sociedad en definitiva. Simplemente dí No a Eddy Murphy.


4. El puente de San Luis Rey (2004)

No te suena y con razón, porque no la ha visto nadie. Película mala de solemnidad, a pesar de contar con un reparto estelar con nombres como Harvey Keitel, Kathy Bates o F. Murray Abraham. La trama no es nada apetecible, los actores parece que han sido engañados para estar allí. Si el cine es entretenimiento, aquí tenemos un antónimo de manual. Un ejemplo muy ilustrativo sobre cómo no hacer cine. Carne de Antena 3 sábados y domingos en la sobremesa. ¡124! minutos de sopor, hastío y meditación para intentar adivinar por qué De Niro dio el Ok a semejante bodrio. Desde aquí una pregunta a su directora y guionista, Mary McGuckian: ¿Por qué?





5. Machete (2010)
Me gustan los desvaríos filmados de Robert Rodríguez. De verdad que sí. Su episodio de Four Rooms es hilarante, Sin City es un prodigio técnico. Hasta la película que nos ocupa es simpática a pesar de su trasnochado punto de partida y lo casi circense que es en general. Pero no. Un Kurt Russell o un Don Johnson habrían agradecido el papel mucho más sin duda. Actores ya instalados en el olvido que agradecen las oportunidades con avidez y voluntad. Los ataques de "culo veo, culo quiero" que Rodríguez sufre con Tarantino volvieron a aparecer. De Niro trabajó con Quentin en Jackie Brown y ya se sabe.  Son como niños. Niños algo tarados, claro. Pero niños.

* Se han quedado fuera películas ciertamente difíciles de clasificar como la reciente La Gran Revancha. Con Stallone. Ambos boxeando. O la decididamente excesiva - sobre todo en el número de películas estrenadas - trilogía de Los padres de... Siendo más rotundo: el día que De Niro empezó a cogerle afición a aparecer en comedias de forma continuada el cine perdió mucho.

Hasta aquí mi alegato. Aún así no quiero terminar sin dejar algo de esperanza. No todo va a ser debacle. Está previsto que en 2017  estrene The Irishman. Una película sobre el mundo de la mafia, dirigida por Martin Scorsese, con Al Pacino y Joe Pesci como compañeros. Muy mal se tiene que dar...

martes, 15 de abril de 2014

La vieja

Antes de todo, lamento el  espacio de tiempo que ha pasado desde mi última entrada. Lamento que haya sido tan corto, quiero decir.

He repasado someramente los contenidos de este blog y me he percatado, no sin sorpresa, que principalmente escribo historias absurdas sobre gatos y autobuses.  Y alguna cosa sobre religión. De ahora en adelante procuraré publicar sobre cine de forma continuada. El blog nació con esa idea,así que esa es mi intención firme. Incluso adelantaré el tema de la próxima entrada: Robert de Niro. Pero hoy vuelve a tocar religión.

No exactamente religión, pero subyace como trasfondo. El caso es que mi postura frente a los eventos religiosos es siempre la misma: sentado en el sofá de mi casa. No acudo a ellos si puedo evitarlo. Centrémonos en la Semana Santa. Soy de Sevilla y por lo tanto, en este asunto el maniqueísmo es radical. Digamos que yo soportaría bullas inhumanas con la mejor de las sonrisas si las imágenes portadas fueran las de Sinatra, Jack Lemmon o George Best.

Decía que si puedo evitarlo no acudo a eventos de este tipo. También es cierto que si la climatología lo permite y mi hastío vital alcanza cotas everstianas, suelo ir un día a ver alguna procesión. Pero como iría un sociólogo o un marchante de arte. Esa es mi actitud. Igualmente, como el fervoroso creyente, debo enfrentarme a la masa.

Hoy me encontraba en una concurrida calle hispalense, presto a divisar una procesión. La que fuera. El camino no fue fácil, la masa es así.  Sobre todo cuando es Sevilla y es martes santo (hacía 4 años que ninguna hermandad sevillana paseaba por Sevilla debido al clima). Empujones, insultos, codazos, pisotones, carritos como si los regalaran con el periódico bisemanalmente,  niños que tocan trompetas de jueguete, niños que tocan tambores de jueguete; niños que tocan cosas, en definitiva.

Después de mi particular via crucis, pero sin crucis, me posicioné en una zona que yo, oh iluso, pensaba sería óptima. Nada más lejos. Empezó el goteo de seres humanos que empezaban a salir de la nada, con sillas plegables, reclamando su "sitio" con una vehemencia fuera de lo lógico. Con vehemencia sí, pero con educación la mayoría de las veces, todo hay que decirlo. La mayoría,  que no todas. Poco a poco
 me iban desplazando hacia mi derecha. Hasta que llegó ella. La llamaremos la señora. Estaba parado durante unos segundos mientras decidía a contrarreloj dónde situarme. No fueron más de 8. Para la señora fue una eternidad. Señora no, era una vieja. Una vieja hija de puta. Tanto es así que al segundo 8 me espetó un dulce y amable: "de aquí te quitas que llevo una hora esperando".

Querida vieja hija de puta:
Mi excelsa educación,  acentuada debido a su venerable y decrépita edad, me impidieron responderle con la misma contundencia a su observación. Pude indicarle que quizá su devoción sea inútil ya que ahí arriba no hay  nadie. Que le reza a la nada, que le profesa amor al vacío absoluto. Que hace usted el subnormal, en definitiva. Pero no lo vi oportuno. Consideré que era injusto humillarla porque muy posiblemente la mayoría de sus hijos estén en la cárcel por méritos propios. Por eso, entre otras cosas, decidí no responder a su grosería,  estimada y adorada vieja hija de puta. Deseo que le vaya bien en la vida. Los 2, 3 meses que le restan a lo sumo.

Un saludo.

domingo, 16 de febrero de 2014

Madrugar es el mal

Suponiendo que Dios exista (y es mucho suponer) encontramos dos opciones muy definidas sobre su naturaleza. Sólo dos. O es cruel o es incompetente. No hay más. E incluso puede que sea completito y aúne los dos conceptos. Una mezcla ponderada de Sid, el niño sádico de Toy Story, y el Inspector Closeau (Peter Sellers, por supuesto). 

Nos centramos en la crueldad para hablar de uno de las creaciones más diabólicas del de barbas: madrugar. Lo de las plagas bíblicas estuvo feo, la Inquisición sobraba un poco, pero, ¿madrugar? Hay que ser cabrón.

Prefiero decirle a Vlad el empalador  en sus mismos bigotes que eso no es empalar ni es nada antes que madrugar. La consecuencia de esta provocación sería un rato de sufrimiento; madrugar es una condena eterna. Ya sea por la falta de costumbre y el consecuente shock que el organismo poco adaptado padece o por lo absurdo e incomprensible de la práctica, en mi último madrugón pasaron cosas extrañas.

Corría el año 2007. La hora era indecente. No me gusta el café, así que supongo que no era persona. O eso dicen. Era menos persona que normalmente, se entiende. No llevaba recorridos ni 200 metros cuando pasé por una plaza de forma triangular. El sol no había salido aún, sólo se asomaba levemente. Como cotilleando. En la plaza, un hombre, definitivamente de ascendencia asiática, realizaba Tai Chi. Lo que yo creo que es Tai Chi. Siendo sincero, no sé ni si está bien escrito. Apenas pasaban coches, por lo que la música espiritual que sonaba en el radio cassette de José Luis (ese será su nombre) se escuchaba de forma aceptable. Vestía un pijama (eso era un pijama y punto) de un tono comprendido entre el blanco y el amarillo. Más blanco que amarillo. Durante unos instantes observé a José Luis en su tarea. Daba cierta paz. Súbitamente el sol dijo hola, qué tal. Pepelu apagó la música, saludó al astro y emprendió la recogida. En pleno saludo, unos chavales pasaron por su lado y realizaron algún comentario que no alcancé a oír. Este hombre que hacía Tai Chi sólo unos segundos antes empezó a vociferar en un perfecto castellano "Te vas a reír de tu madre la coja, bastardo". Y más cosas que por virulentas y, por qué no decirlo, por falta de memoria, no puedo reproducir. Incluso aunque hagas Tai Chi, madrugar agria el carácter.

Después del arranque de ira de José Luis proseguí mi camino. En el césped de un bloque de pisos había tres gatos. Uno negro, muy rolliz, apostado sobre sus patas traseras, de espaldas a mí. Miraba hacia los otros dos. Otro, más bien de color pardo, parecía tener problemas a la hora de subirse en el lomo de un tercero (más bien tercera). O eso o estaban practicando la danza del amor gatuno. Me inclinó por lo segundo. El gato pardo también. La actitud de los dos primeros no me habría hecho parar mis pasos. No he desarrollado esa filia aún. Lo que destruyó mi realidad e hizo que asimilara que madrugando sólo se ven cosas propias de una pesadilla de Terry Gilliam fue el proceder del gato negro. Todo fue muy bizarro. Mientras los otros dos llevaban a cabo sus asuntos, el gato negro parecía supervisar el acto en sí. Si veía que algo se hacía mal, emitía un gruñido como diciendo "No hombre, no, así no se hace. No me jodas que esto lo hemos ensayado mil veces". El gato negro era el profesor, el gato montador era el alumno. Todo encajaba. El que supervisaba estaba de buen año, de contundencia robusta. Se le veía ajado por los años. El gato pardo era más ágil, más dicharachero. No diré que el gato negro llevaba una libreta para apuntar los errores y luego evaluar porque es una locura. Pero que eso era un examen sexual felino no lo pongo en duda en  absoluto.

Madrugar afecta a todos. Para muy mal.

domingo, 26 de enero de 2014

Venganza hirviendo

Cinco minutos en la parada. Esperando. Llega el autobús,  sube una señora.  Después voy yo. Fruto de la abstracción en la que me  suelo hallar inmerso intento pagar con DNI. Al cuarto intento desisto. Risas de algún pasajero observador y cotilla. Me disculpo ante el conductor,  con una leve sonrisa. El bonobus está juguetón y no aparece. Al fin doy con él,  pero antes de sacarlo,  este hombre profiere un hosco - e innecesario - "venga ya, coño, que no tengo todo el día".

Mis conocimientos tecnológicos son escasos. Como todos los demás.  Pero aún así creo que para que un autobús estándar arranque no es condición sine qua non que yo pase mi bonobus por el bonobusador (?). Eso tengo entendido, luego cuando ese conductor espetó lo que espetó demostró que pertenece a ese tipo de personas que es conocido por el nombre del macho de la cabra. Los imbéciles.

En el momento del comentario no se me ocurrió niguna respuesta apropiada. Después sí, pero era muy tarde. No pude vengarme. O eso pensaba.

Aún aturdido por lo bronco del comentario y las miradas de todos los allí congregados me senté justo a la espalda de la cabina del conductor. Las paradas llegaron, los usuarios bajaban progresivamente.  La mía era la última. En la penúltima sólo quedamos el conductor y yo. Resulta que esa información era desconocida para él dado que mi ubicación era indivisable desde su asiento. Y entonces llegó lo maravilloso de esta historia.

Al minuto de lo ocurrido al principio del trayecto me olvidé de ello. No le dí importancia.  Un individuo maleducado más. Pero justo antes de llegar a mi parada, descubrí que además de impertinente,  el tipo tenia un dudoso gusto musical y una desaforada pasión a la hora de interpretar sus canciones favoritas. Como pensaba que se hallaba en soledad encendió la radio. Sonaba Melendi. Empezó tarareando. En la segunda estrofa se envalentonó. Sentía la canción muy en sus adentros. Melendi, insisto. Directamente se puso a berrear. Yo justo detrás,  relamiéndome.

Antes de llegar a la parada y dado que había gente esperando, apagó la radio y dejó de cantar.  O lo que fuera esa demostración casi gutural. Después de casi dos minutosde concierto. Como queriendo aparentar normalidad. Pero no contaba conmigo. El autobús frenó y me propuse hacer todo el ruido posible a la hora de ponerme en pie. Cuando aparecí en su ángulo de visión vi muchos sentimientos en su rostro. Vergüenza, miedo, bochorno, odio. Sus ojos decían "no me lo puedo creer", los míos decían "hay que ser muy tonto...".

Bajé del autobús apellidándome Dantes.