miércoles, 18 de marzo de 2015

Cortejo interruptus

Las mejores historias de amor de mi vida han sido cortas. De siete, ocho minutos. Han sido intensas, cómplices, honestas. Sobre todo honestas. Si se terminaron fue porque llega un momento en la vida en el que los caminos se separan. Cada debe tomar su propio rumbo. Y, sobre todo, debe bajarse porque es su parada. Esta es una historia de amor (fallida) en un autobus. 

Ella subió con unas amigas. Era un grupo pizpireto. Pizpireto por no decir que parecía un grupo de guacamayos acelerados. Me encontraba asido a la barra colocada para tal fin, con los auriculares escuchando música, absorto. El grupo se situó a mi lado. No oía sus risas estridentes, pero los cristales vibraban. Sería por algo, pensé. Seguí absorto. Estoy muy a favor del absortismo como forma de estar, por cierto. Un cambio en un semáforo provocó un frenazo en seco. Todos los pasajeros que estaban de pie cogieron complejo de bolo y se tambalearon. Tuve suerte porque como si fuera un orangután estaba usando las dos manos para sostenerme. En ese tambaleo una de las chicas chocó conmigo y en un acto reflejo la sostuve. Levantó la mirada para agradecer mi hidalgo gesto y se paró el tiempo, amigos. Otra vez el reloj sin pila. Puto relojero usurero. El caso es que surgió la chispa. Quizá fuera ese frenazo el que hizo que de los neumáticos surgieran chiribitas. Nuestras miradas se cruzaron y empezó a sonar "What the world needs now is love", de Jackie DeShannon. La había descargado, no sé cuando. Nos miramos.

Era agradable. Dije un "de nada" con voz de locutor nocturno de radio. Era bonita. Ella no era de las que chillaba, como sus amigas. Estaba pendiente de las noticias culturales de la pantalla del autobus. Era guapa. Las miradas se sucedían, las sonrisas leves, pero cargadas de intención. Era para casarse con ella un miércoles por la mañana habiéndola conocido un martes noche. 

Fue un amor puro. Con fecha de caducidad. Dos paradas concretamente. Pero puro. Hasta que se truncó. Lo bueno de los amores de autobus es que no se habla. No se puede meter la pata hablando de política. O de religión. O del partido de fútbol con los colegas o de lo que le ha pasado a Pili con su novio. Por eso son tan perfectos. Pero sí, se truncó.

Resulta que subió una parada antes de mi bajada "el Cabesa". No me pude contener. "Iyo cabesa, ¿qué dise?" Me di cuenta en el momento. Ella no lo aprobó. Pasé de hidalgo a gualtrapa en décimas de segundo. Se nos rompió el amor. Venía defectuoso.

Puedes sacar a un chaval de barrio del barrio, pero nunca puedes sacar el barrio de un chaval de barrio.

jueves, 12 de marzo de 2015

Una tarde aburida, un experimento cultural.

El humor es una cosa muy seria.

Hace unos días realicé un experimento. Quería comprobar si una persona cuyo referente último del humor es un vídeo de Youtube de ancianos resbalando y cayendo al suelo, podía apreciar otro tipo de humor. Mejor dicho: si podía apreciar el humor. Una empresa complicada, ardua. Seleccioné a un individuo al azar (una visita a casa) que cumplía perfectamente el perfil: unos 22 años, la consideración de antediluviana a cualquier película previa a los 90, chándal como uniforme. Para tener una reacción más natural no comenté nada previamente, sólo apunté que iba a revisar unas escenas "que te partes, iyo".

La película en cuestión era Una noche en la ópera. Rock duro para empezar. En primer lugar la escena de presentación de Groucho Marx como Otis B. Driftwood. La señora Claypool (Margaret Dumond) espera para la cena. La típica situación en la que Groucho "desfasa tela, hermano" a Dumond. Tenía puestas muchas esperanzas ahí. Otis está cenando con una joven justo en la mesa situada frente a la de Claypool disculparse opta por un razonamiento racional puro:

(Otis B. Driftwood) - ¿Esa mujer? ¿Sabes por qué estaba sentado con ella? Porque me recuerda a ti.
(Señora Claypool) - ¿De verdad?
(Otis B. Driftwood) - Por supuesto, por eso estoy ahora sentado contigo. Porque tú me recuerdas a ti. Tus ojos, tu garganta, tus labios...Todo sobre ti me recuerda a ti. Menos tú. 

No hubo una buena acogida. El muchacho sólo rió levemente con un bailoteo de Groucho a final de la escena. Humor físico, slapstck puro. No me interesaba. Pasé al plato fuerte. Metí al 10 en el campo a falta de media hora para que decidiera. La escena del camarote. 

Estaba casi seguro del éxito, pero tenía mis reticencias. El rival era duro. Pero las frases brilantes empezaron a sucederse. El mozo tiene problemas para introducir un gran baúl en el camarote, dice Groucho "¿No le sería más fácil meter el camarote en el baúl?". Primera risa. Leve pero computable. Luego el gag de "¡Y dos huevos duros!". No tuvo tanto éxito, pero siguió el rictus rijoso. Entonces empezó lo bueno. Conforme entraba gente en el camarote sus defensas desaparecieron definitivamente. Las asistentas que vienen a adecentar el camarote, el fontanero, la chica de la manicura ("Déjeme las uñas cortas que aquí va faltando sitio"), las chicas de la limpieza ("Empiecen a limpiar por el techo")...

Carcajada tras carcajada cada vez me iba sintiendo más satisfecho. Prácticamente se estaba deshaciendo de la risa. "¿Iyo pero cuánta gente va a entrar? Vaya locura".  El experimento tenía sentido. Por un momento me creí Oskar Schindler.

Pero la realidad llegó. Se quitó la chaqueta, se arremangó y me plantó un bofetón. Merecido, por supuesto. Fue mi castigo por jugar a ser dios.

Cuando el protagonista del experimento se disponía a abandonar mi domicilio su móvil sonó. "Hola bebé" fueron las primeras palabras de la melodía,  "¡Qué dise, loco!" fue su saludo.

N.B.
Ningún amante de reguetón fue lastimado durante este experimento.