domingo, 12 de marzo de 2017

Manuel Jabois y la sonrisa de Cecilia

Manuel Jabois es mala persona.
Lo es sin duda. Lo es porque cada vez que escribe me hace sentir aún más mediocre de lo que soy juntando letras. Que ya es bastante de por sí. Hace unos días escribió una (merecidísima) loa a Warren Beatty y a Faye Dunaway después del archiconocido incidente de los Oscar. La sonrisa de Bonnie tiene por título. Es una maravilla. Si uno es cinéfilo lo disfruta. Si además de cinéfilo tiene cierta querencia al Hollywood Dorado es un regalo de cumpleaños. Podría desmenuzar su contenido pero no le haría justicia. Además, ya puestos a osar, osaré a lo grande y hablaré de la sonrisa de Cecilia.
Hablemos de La Rosa Púrpura del Cairo. No diré aquello tan manido de "A partir de aquí spoilers" porque de alguna forma subrepticia es deducible que, diciendo que no lo voy a decir pero a la vez formulándolo, va implícito que, efectivamente, los habrá, y como pirámides me atrevo a decir. No me atrevo a decir que La Rosa Púrpura del Cairo es la mejor película de Woody Allen. Pero sí es su mejor final, o como poco, el más emotivo; ya es decir bastante.
Cecilia está llegando a las puertas del cine. Está devastada. Absolutamente rota. Lo está por culpa de tres hombres. Monk, su marido, es un vago borracho (o viceversa) que se gasta el dinero que su mujer trae a casa apostando con sus amigotes, que le es infiel por sistema y que la maltrata físicamente de forma eventual aduciendo que es por su bien. Un hijo de puta de manual. Monk es uno de los tres hombres por los que Cecilia está pagando una entrada con una maleta y un ukelele
"He conocido a un hombre maravilloso. No es real pero no puedes tenerlo todo". Esto dice Cecilia de Tom Baxter, otro de los tres hombres por los que está sentándose en su butaca mientras acomoda sus pertenencias entre lágrimas. Tom Baxter es el protagonista de "La Rosa Púrpura del Cairo", la película en la que Cecilia se refugia una y otra vez porque su vida parece odiarla. Tantas veces va al cine que Tom se enamora de ella y sale de la pantalla.
El tercero de los hombres culpables de que Cecilia esté viendo una película desconsoladamente desconsolada es Gil Sheperd. Es el actor que da a vida a Tom Baxter. Acude al pueblo de Cecilia porque la espantada de su creación ha originado un peligroso precedente y el resto de Tom Baxter de otros cines también han huido de sus respectivas pantallas - ocasionando un perjuicio económico importante para Gil. Cecilia se encuentra con Gil y es encantador. Incluso duda con quién debería quedarse: Tom o Gil. Se produce una confrontación entre ambos. Tom dice a Cecilia que la quiere. Que es sincero, una persona en la que se puede confiar, valiente, romántico y que besa muy bien. "Y yo soy real", replica Gil.
Cecilia decide poner los pies en la tierra. Rechaza a Tom - que vuelve a la película -, decide fugarse con Gil, pero antes debe ir a casa a recoger sus cosas y ver a Monk por última vez. Cecilia abandona la casa. Monk le grita que volverá, que el mundo real podrá con ella, que puede que tarde una hora o una semana, pero volverá. Pero Cecilia es feliz. Ha dejado atrás a un hombre monstruoso y le espera uno maravilloso. Cecilia es feliz.
Cecilia llega al cine, donde debería estar él. Pero él, Gil Sheperd, famoso actor, no está. Está en un avión. "La Rosa Púrpura del Cairo" ha sido retirada por los productores. Cecilia piensa en las palabras de Monk. Piensa que volverá más cerca de la hora que de la semana. Piensa en lo miserable que seguirá siendo su vida. Piensa, mientras camina por la calle con una maleta y un ukelele, en Tom, en cómo le rechazo porque no podía ser verdad que estuviera enamorado de ella, porque a ella nunca podría pasarle algo tan bonito, tan puro. Piensa en que se equivocó eligiendo a Gil. En todo eso pienso cuando vuelve a pasar por la puerta del cine. "Sombrero de copa". Entra.
El hijo de puta de su marido tenía razón. La vida real pudo con ella. Cecilia no tiene consuelo. Pero empieza la película. Fred Astaire y Ginger Rogers, los dos vestidos de gala, bailan y cantan Cheek to cheek en un fastuoso salón. Cecilia, cuya vida es un páramo yermo, que ha perdido la oportunidad de ser feliz, observa con los ojos como platos. Su gesto empieza a cambiar. De pronto, sonríe. No es una sonrisa exuberante. Es la sonrisa de Cecilia, sólo eso.
Qué hostiable me hace esto que voy a escribir ahora, pero qué bonito es el cine.