martes, 4 de junio de 2013

Matías y el fallo técnico

El 36 llegó puntual. Matías subió y comprobó gozoso, mientras pagaba el importe del viaje, que dos asientos a mitad del vehículo estaban libres. Se dirigió raudo hacia el final del autobús y ocupó los dos asientos. Matías no era un hombre grueso. El final de su espalda no era tan grande como para ocupar el espacio habilitado para dos individuos sanos. Matías llevaba una mochila. Llevaba un ordenador portátil en la misma. Un asiento para Matías y otro para el ordenador y su continente. 

Una vez sentado, Matías esperaba que la presencia de la mochila en el asiento contiguo ahuyentara a los usuarios deseosos de abandonar la verticalidad. Matías prefería sentarse solo. Esa era la verdad. ¿Misantropía? Quizá. O también era factible que su portátil fuera extremadamente delicado y necesitara un asiento para él. Son muchas las teorías probables y factibles. Servidor está en 1º de narrador omnisciente, pero no puede estar en todo, ustedes me disculparán. El caso es que se sentó solo e intento con aquella artimaña que su viaje transcurriera tal y cómo empezó.

En la primera parada hubo un momento de tensión. Un hombre que sudaba demasiado para ser las ocho de la mañana de un 17 de enero vaciló al llegar a la zona en la que Matías y su mochila estaban asentados. Pero fue una falsa alarma. El hombre pareció luchar por su vida durante algunos segundos y luego prosiguió.

Hasta tres paradas de alivio tuvo Matías. Tres victorias. Algunas holgadas, otras sobre la bocina. Pero victorias al fin y al cabo. Disfrutables, gozables, degustables.
.
Pero en la siguiente parada, la que hacía cuatro... Comenzó el horror. Matías vio a su némesis nada más entrar. Una señora que no cumplía los 56. Pelo cardado de un color sólo comparable con el caqui. Plusmarquista mundial en el uso de laca. Gafas aparentes y picudas. Una nariz que provocaría estremecimientos varios en Hansel y Gretel. Ojos vivarachos. Vestimenta ceñida de forma tan indebida que el Código Civil debería contemplar la punición. Cara de llamarse Lourdes.

Lourdes se detuvo al lado de Matías. Mascando un chicle de forma compulsiva. Como si lo fueran a prohibir. Como si no hubiera Dios ni mañana. Como si hubiera hecho una promesa. Como si un excéntrico millonario pagara un euro por mascada. Algo muy raro. Casi inhumano. Grotesco. Monstruoso. Lourdes.

"¿Puedo pasar, guapo?"

Todas las alarmas se encendieron. ¿Por qué a mí?, pensó Matías. 

Matías puso su media sonrisa de "pase usted, señora, aunque preferiría ir sentado al lado de un jabalí particularmente arisco". Antes, cogió su mochila, la colocó en su regazo y apartó las piernas para que Lourdes y su excesivo aroma pasaran al asiento de al lado. Faltaban dos paradas para llegar al destino. Sólo debía aguantar dos paradas la conversación irritante que Lourdes ofrecía. Y sus miradas picaronas de soslayo. Pero algo terrible sucedió. Un fallo técnico. A 500 metros de la última parada, Matías percibió horrorizado que una de las tiras que regulaban la altura de las asas de la mochila había quedado olvidada en el asiento en el que ahora se sentaba Lourdes. El pandero interminable de la susodicha aprisionaba la tira, la condenaba.

450 metros. Matías no podía dar un tirón de la mochila confiando en que la tira saldría. Era algo improcedente y no sabía si resultaría efectivo. Sobre todo pesaba el segundo factor en la decisión.

400 metros. Pensó en comentarle la situación, muy sucintamente, a Lourdes. Lo descartó. Lourdes era de esas mujeres que sólo necesitaban un poco de brisa para desatar un huracán. En este caso de estrógenos.

Se acercaba la parada de forma frenética. Matías sufría. Lourdes seguía a lo suyo, desplegando sus dotes seductoras. O al menos lo intentaba. 300 metros. ¿Cuántas atmósferas debía soportar aquella tira? 200 metros. No había solución. 150 metros. Lourdes no paraba de hablar. 100 metros. 50 metros. No había solución. El 36 llegó a la parada. Matías no veía el final de aquella pesadilla. Sí de su trayecto. Pero Lourdes no daba su brazo a torcer. Ni su culo a levantar.

Los más viejos del lugar dicen que Matías y Lourdes siguen en aquel autobús. La mochila, el ordenador y la tira también.

No hay comentarios:

Publicar un comentario