martes, 15 de abril de 2014

La vieja

Antes de todo, lamento el  espacio de tiempo que ha pasado desde mi última entrada. Lamento que haya sido tan corto, quiero decir.

He repasado someramente los contenidos de este blog y me he percatado, no sin sorpresa, que principalmente escribo historias absurdas sobre gatos y autobuses.  Y alguna cosa sobre religión. De ahora en adelante procuraré publicar sobre cine de forma continuada. El blog nació con esa idea,así que esa es mi intención firme. Incluso adelantaré el tema de la próxima entrada: Robert de Niro. Pero hoy vuelve a tocar religión.

No exactamente religión, pero subyace como trasfondo. El caso es que mi postura frente a los eventos religiosos es siempre la misma: sentado en el sofá de mi casa. No acudo a ellos si puedo evitarlo. Centrémonos en la Semana Santa. Soy de Sevilla y por lo tanto, en este asunto el maniqueísmo es radical. Digamos que yo soportaría bullas inhumanas con la mejor de las sonrisas si las imágenes portadas fueran las de Sinatra, Jack Lemmon o George Best.

Decía que si puedo evitarlo no acudo a eventos de este tipo. También es cierto que si la climatología lo permite y mi hastío vital alcanza cotas everstianas, suelo ir un día a ver alguna procesión. Pero como iría un sociólogo o un marchante de arte. Esa es mi actitud. Igualmente, como el fervoroso creyente, debo enfrentarme a la masa.

Hoy me encontraba en una concurrida calle hispalense, presto a divisar una procesión. La que fuera. El camino no fue fácil, la masa es así.  Sobre todo cuando es Sevilla y es martes santo (hacía 4 años que ninguna hermandad sevillana paseaba por Sevilla debido al clima). Empujones, insultos, codazos, pisotones, carritos como si los regalaran con el periódico bisemanalmente,  niños que tocan trompetas de jueguete, niños que tocan tambores de jueguete; niños que tocan cosas, en definitiva.

Después de mi particular via crucis, pero sin crucis, me posicioné en una zona que yo, oh iluso, pensaba sería óptima. Nada más lejos. Empezó el goteo de seres humanos que empezaban a salir de la nada, con sillas plegables, reclamando su "sitio" con una vehemencia fuera de lo lógico. Con vehemencia sí, pero con educación la mayoría de las veces, todo hay que decirlo. La mayoría,  que no todas. Poco a poco
 me iban desplazando hacia mi derecha. Hasta que llegó ella. La llamaremos la señora. Estaba parado durante unos segundos mientras decidía a contrarreloj dónde situarme. No fueron más de 8. Para la señora fue una eternidad. Señora no, era una vieja. Una vieja hija de puta. Tanto es así que al segundo 8 me espetó un dulce y amable: "de aquí te quitas que llevo una hora esperando".

Querida vieja hija de puta:
Mi excelsa educación,  acentuada debido a su venerable y decrépita edad, me impidieron responderle con la misma contundencia a su observación. Pude indicarle que quizá su devoción sea inútil ya que ahí arriba no hay  nadie. Que le reza a la nada, que le profesa amor al vacío absoluto. Que hace usted el subnormal, en definitiva. Pero no lo vi oportuno. Consideré que era injusto humillarla porque muy posiblemente la mayoría de sus hijos estén en la cárcel por méritos propios. Por eso, entre otras cosas, decidí no responder a su grosería,  estimada y adorada vieja hija de puta. Deseo que le vaya bien en la vida. Los 2, 3 meses que le restan a lo sumo.

Un saludo.

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