viernes, 16 de agosto de 2013

El gatito feo

Había una vez un bar. Con sus parroquianos pintorescos. Un bar normal, con su correspondiente baño en el que la salubridad no es bien recibida ni se le espera. Con sus intensos debates estériles pero profundos sobre cómo acabar con la crisis: "¿Es mejor estrangular o lapidar a políticos y banqueros?" "Un buen lapidamiento... y fuera tonterías" "No hombre, no. El estrangulamiento es más limpio". Un bar; lo que es un bar.

Un bar normal, salvo por un detalle. En las puertas de los bares suelen quedarse atados los perros de algunos clientes. Una parada rápida en pleno paseo de la criatura y a seguir. En el bar que nos ocupa encontramos perros en la puerta. Unos grandes, otros pequeños, unos ladradores, otros mordedores. Perros, en general. Pero uno destaca. Destaca mucho. Destaca tanto que merece la posteridad. Es un caso único en el mundo. Es maravilloso, es espectacular: es un perro que quiere ser gato.

Es tan simple como la frase que precede al inicio de este párrafo. Es un perro pequeño, no tanto para llevarlo en brazos, pero pequeño. De color blanco, ojos poco expresivos, nombre desconocido. Le llamaremos Sinno a partir de ahora. Sinno, aparentemente, es un perro normal. Pero cuando abre la boca, enseña los dientes y toma aire de los pulmones presto para ladrar... Sinno no ladra. Sinno maúlla. Es difícil de creer, pero la realidad es tozuda. El perro maúlla. Es tal la similitud con el sonido gatuno que no es posible que se trate de un ladrido de baja intensidad y cierto amaneramiento; no. Sinno maúlla. Sinno es un gato atrapado en el cuerpo de un perro. 

Querido dueño de Sinno:
Si lees este documento no te hagas el loco. No puede haber otro perro igual y lo sabes. Oye su lamento. Comprende su angustia. Atiende a tu perro, hombre. Gato, mejor gato. Él se siente gato.



No hay comentarios:

Publicar un comentario