domingo, 7 de septiembre de 2014

Matemáticas y Shakira: Historia de un desencuentro

No seré yo el que critique la presencia de las matemáticas en la educación básica. Porque, seamos serios, ¿a quién no le ha solventado alguna vez la papeleta en la vida real saber realizar correctamente una raíz cuadrada? ¿Quién no resuelve sistemas de ecuaciones complejos cuando el aburrimiento llega  y dice Hola, qué tal? A pesar de la utilidad aplastante de la propiedad conmutativa en la vida amorosa o del mínimo común multiplo en general, nunca fui un gran amante de los números. Podríamos decir incluso que durante mi época estudiantil elemental era un conocido de vista de las matemáticas. Un "vamos a llevarnos bien" de libro. No con pocas dificultades fui aprobando la asignatura a lo largo de aquellos años. Pero, efectivamente, con casi nula vocación. La asignatura para mí era un Elche-Córdoba; aburrida, complicada de ver, fatigosa. Hasta que llegaron los logaritmos. No diré que me gustaba hacer logaritmos porque entraríamos en una filia muy bizarra, pero se me daban sorpresivamente bien. Los solventaba con facilidad. Había cierta satisfacción absurda en ello. La chispa comenzaba a surgir, pero algo pasó. Un factor externo y repentino puso fin este breve espejismo de amor y números.

La historia que voy a narrar a continuación tiene un protagonista accidental que puede que lea esto y haga que se sienta mal de algún modo, así que optaremos por mencionarle como Constantinopla. Bien, el caso es que Constantinopla y servidor formamos pareja eventual para realizar un trabajo de estadística. No recuerdo el tema exacto. Para realizar dicho trabajo Constantinopla puso a mi disposición su hogar, así que fui. Una habitación, dos sillas, un ordenador. Todo conforme. Justo antes de empezar a entrar en materia, decidimos amenizar el rabajo con música, concretamente con el éxito del momento: Hips don't lie, Shakira feat Wyclef. Sí, amigos. El pasado siempre vuelve. Son muchos los comentarios al respecto que se me ocurren, pero para flagelarse en público siempre hay tiempo. Comenzó a sonar la canción, comenzamos a elaborar el trabajo. Una vez finalizó el último acorde comprobé con gozo que volvía a empezar. Cuando llegó al triplete de reproducciones asimilé que Constantinopla había fijado el bucle como sistema. Seguimos trabajando un rato más, pero la canción comenzaba a hacerse áspera al oído. Una vez afianzada en ese estado, empezó a sonar en mi cabeza como un atasco en hora punta. Después como una actuación particularmente desafinada de Yoko Ono. Un rato más tarde como una cabra que se atraganta (quizá estas dos últimas referencias sean el mismo sonido) de forma violenta. Y así...

TRES HORAS. 180 minutos tardamos en realizar el trabajo. 180 minutos de dolor, de odio que se acumulaba, de rencor. Aquello pasó factura. Desde entonces mi relación con las matemática y Shakira no es la misma. Y no quiero ser cruel con Wyclef, pero si bien no le deseo la muerte, tampoco sería desproporcionado que estuviera siempre con gripe.

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