jueves, 21 de agosto de 2014

Tratado de cómo acabar con un buen malo

Hablemos de villanos. De los cinematográficos. De Ana Botella podemos hablar otro día. En su momento analizamos aquí que la fugacidad en pantalla de la némesis favorecía a la película como conjunto, siempre que que el malévolo personaje tuviera empaque por sí mismo y que el actor estuviera a la - diabólica - altura. Hoy hablamos del fin de trayecto, del hasta aquí hemos llegado, del "es que me obligas a que te mate". Y es que tan importante es el listado de fechorías y el cúmulo de frases categóricas acumuladas por el malo de turno como la manera en que aparece por última vez. Porque sí, admitamos que hay villanos que ya sea por un carisma arrollador o por una odiabilidad fuera de lo común merecen un final acorde a su malignidad. En algunos casos sí, en otros todo lo contrario. Huelga decir que la cascada de spoilers que viene es importante.

Los Guardianes de la Galaxia es un claro ejemplo de final acorde al villano. Final mejorable en epicidad para un villano muy mejorable en epicidad. Ronan no sólo parece más propio de la saga Blade sino que nunca muestra ápice alguno de identidad propia y, por supuesto, está muy lejos de igualar siquiera estar cerca del magnífico quinteto protagonista. Su final no podría ser adjetivado como fú, ni mucho menos como fá. Hay cierta coherencia. No así ocurre en El caballero oscuro: La leyenda renace. No era fácil ser villano principal de una película de Batman después del estratosférico Joker de Heath Ledger. Cuando los rumores apuntaron a Bane muchos se rasgaron las vestiduras. No les culpo. El bochornoso antecedente del personaje en la aún más bochornosa Batman y Robin (Joel Schumacher, ni perdono ni olvido) era motivo suficiente para pensar en la catástrofe. Pero, oh sorpresa, no fue así en absoluto. Tom Hardy dio vida a un Bane sacado del cómic original, compendio de músculo sobrehumano e intelecto portentoso que causó una grata impresión y que, si bien no alcanzaba la maestría de Ledger/Joker no desmerecía en absoluto. Pero llegó su final y el savoir faire de Nolan fue a por tabaco. Fugaz, aparatoso, incluso chafardero. No era digno del hombre que rompió al murciélago, parecía más propio de un secuaz raso al principio de la película. Mal.

Por supuesto hay ejemplos positivos y destacables. Hay esperanza. Vamos con casos de finales villánicos (?) acordes a la envergadura del sujeto. A destacar tres tipos de finales, tres tonalidades: el sutil (pero magistral), el modo Tarantino y el insuperable.

Vamos con la sutileza. Alexander Sebastian es the bad guy de Encadenados. Esta película de Hitchcock - qué sorpresa - es una maravilla fílmica. Podríamos comentar largo y tendido cómo el orondo director se paseó la censura puritana por su británica masculinidad en la célebre escena del beso entre Ingrid Bergman y Cary Grant (pocas escenas más erotizantes se me ocurren, muy pocas), pero no lo haremos. Lo que sí haremos es bosquejar a Sebastian. No sería hasta muchas décadas después  cuando conoceríamos la nomenclatura que engloba a los hombres como el personaje al que da vida Claude Rains. Sebastian es un pagafantas, amigos. También es nazi. Un nazi pagafantas con cierto edipismo incipiente y con querencia al uso de plutonio. Es malo pero también da cierta ternura. Ese contrapunto de "pobre hombre nazi" cristaliza en el final. Cary Grant se lleva a la Bergman en un coche pero Sebastian, sabiendo que está perdido, pide auxilio a su manera. Ante la negativa se produce el momento clave. "Sebastian", le reclaman sus colegas nazis. Es malo pero se ha equivocado. Sabe que no hay escapatoria. Y sube las escaleras agachando la cabeza, asumiendo su final, cada escalón más cerca de la perdición. Y acaba su historia. No nos hace falta ver lo que le ocurre. Leve pero genial.

Otra cosa no, pero los villanos carismáticos es una de las marcas de la casa Tarantino: el sádico y bailarín señor Rubio, el temible Marsellus Wallace, el inolvidable Bill... Y Hans Landa. Malditos bastardos tendrá sus detractores y sus admiradores, pero pocos podrán salvar la magnificencia del temible coronel de las SS interpretado por el magnífico Christoph Waltz (posiblemente el actor que mejor come en una pantalla, véase en esta película o en Un dios salvaje). Un cazajudíos frío y temible que posee cierto horrendo magnetismo. El carisma define, en este caso sobre todo. Es un cabrón sin escrúpulos (recordemos su analogía ratas-judíos) pero tiene don. Su personaje es el gran aliciente de la película conforme avanza el metraje y, por supuesto, Tarantino sabe que debía darle un final acorde a su peso específico. Y así lo hizo. Justo después de la vorágine de muerte y destrucción en el cine con Hitler como pim-pam-pum de excepción, llega la escena que cierra la película. Landa ha sido capturado por los bastardos. Pide clemencia como un buen cobarde y le es concedida. No morirá pero obtendrá el distintivo bastardo. Tarantino se gusta en esta escena. Es una travesura muy suya, plena de sadismo y fuegos artificiales. Aquí si vemos, y en primerísimo plano, el sufrimiento del villano. Cae simpático en cierto modo, pero oye, es un nazi hijo de mil padres. Se lo buscó.

Cerramos con Roy Batty. El (aún más) moderno Prometeo. Poco se puede añadir. Uno de los mejores discursos de la historia del cine. Los rayos-C, la puerta de Tannhäuser. El héroe derrotado, el villano ante la eternidad. La lluvia, las lágrimas. Dudo profundamente que pueda haber mejor final.

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