martes, 12 de agosto de 2014

Robin Williams y Pagliacci

El triste final de Robin Williams recuerda al chiste contado por Rorsach en esa maravilla gráfica que se titula Watchmen: Un hombre va al médico y le cuenta qe está deprimido. Le dice que la vida le parece dura y cruel. Dice que se siente muy solo en este mundo lleno de amenazas donde lo que nos espera es vago e incierto. El doctor responde que el tratamiento es sencillo. "El gran payaso Pagliacci se encuentra esta noche en la ciudad. Vaya a verlo. Eso le animará." El hombre se echa a llorar. Entonces dice: "Pero doctor, yo soy Pagliacci".

Me enteré ayer por la noche. No quise creerlo. Supuse en un primer momento que se trataba de algún tipo de broma macabra y estúpida made in Twitter. Mejor dicho: quise creer que era una broma. Me negué a aceptarlo, no porque fuera un gran actor, que lo era. Hace meses murió Philipp Seymour Hoffman, puede que el mejor actor de su generación, una gran pérdida sin duda, pero no fue lo mismo. Escribo esto como un niño adulto que ve que se ha esfumado un pilar de su infancia; así de tópico, así de manido, así de rotundo.

La pérdida es tremenda a todos los niveles. Se ha ido un actorazo brillante en todos los registros, se va un magnífico stand up comedian, un icono del cine de entretenimiento de los años 90. Un hacedor de risas, un artesano emocional que no volverá pero siempre estará. Uno de los más grandes que hubo y probablemente habrá. Uno de mis entretenimientos- confesables - predilectos es disfrutar en diferido de las entrevistas hechas por David Letterman en el Late Show. Letterman lleva haciendo reír a Norteamérica desde hace más de 30 años. Era el mejor en lo suyo. Un maestro capaz de desbaratar a cualquiera, de hacer sonreír a un paraguas. Pero todo era diferente cuando anunciaba al "always entertaining Robin Williams". Sólo el paseíllo previo - siempre con su propia sintonía: Rockin' Robin - antes de llegar al sofá ya causaba hilaridad. Sus gestos, su forma de vacilar al público, a todos. Luego comenzaba a hablar y el gran Letterman sólo podía acomodarse en su asiento y disfrutar del espectáculo. El hombre más gracioso de Estados Unidos era un niño incapaz de aguantar la risa ante el despliegue de habilidades del mago Williams: todo tipo de acentos, brillantes ocurrencias, fantásticos arranques de locura. Aquí un botón de muestra. Aquí va otro. Tan simple como lo que sigue: Robin Williams era incapaz de no entretener, simplemente incapaz. Sin embargo, la historia detrás del maquillaje, los focos y las bambalinas era bien distinta.
Hemos hablado de su faceta improvisada en entrevistas (por cierto, tampoco pueden ni deben perderse esta brillante intervención en el Actor's Studio) porque hablar de su faceta actoral sería interminable y repetitivo para todos. Sólo quiero destacar un par de asuntos. En primer lugar hablemos de diletancia. Haber visto cinco veces Jumanji y tres veces Hook  no legitima en ningún caso a nadie para opinar sobre el Robin Williams actor. Digo esto porque en el elogiable intento por vanagloriar a un actor, como en este caso, se incurre en el gravísimo error del reduccionismo. Y sigo y concluyo con el segundo apunte. Desde la bonhomía que me caracteriza quiero recomendar a todos aquellos que sólo hayan visto sus películas de tinte cómico que vean Retratos de una obsesión. Les dará una nueva - y estremecedora - impresión de la apabullante capacidad actoral de Robin Williams. En esta película estremecía, en Good morning, Vietnam y El club de los poetas muertos inspiraba, en Jumanji y Hook entretenía, en El rey pescador emocionaba. Incido en esta último, para mí uno de sus mejores papeles gracias a su inolvidable declaración de amor aquí presente.

Muchos creen que es exagerada la atención que ha recibido la trágica muerte de Robin Williams. "Era sólo un actor", aducen. Temo disentir. No sólo se ha ido un gran actor, se ha ido alguien cuyo oficio era entretener y que durante décadas ha hecho felices a millones de personas. Eso es intangible, le hace inmortal.


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