jueves, 12 de marzo de 2015

Una tarde aburida, un experimento cultural.

El humor es una cosa muy seria.

Hace unos días realicé un experimento. Quería comprobar si una persona cuyo referente último del humor es un vídeo de Youtube de ancianos resbalando y cayendo al suelo, podía apreciar otro tipo de humor. Mejor dicho: si podía apreciar el humor. Una empresa complicada, ardua. Seleccioné a un individuo al azar (una visita a casa) que cumplía perfectamente el perfil: unos 22 años, la consideración de antediluviana a cualquier película previa a los 90, chándal como uniforme. Para tener una reacción más natural no comenté nada previamente, sólo apunté que iba a revisar unas escenas "que te partes, iyo".

La película en cuestión era Una noche en la ópera. Rock duro para empezar. En primer lugar la escena de presentación de Groucho Marx como Otis B. Driftwood. La señora Claypool (Margaret Dumond) espera para la cena. La típica situación en la que Groucho "desfasa tela, hermano" a Dumond. Tenía puestas muchas esperanzas ahí. Otis está cenando con una joven justo en la mesa situada frente a la de Claypool disculparse opta por un razonamiento racional puro:

(Otis B. Driftwood) - ¿Esa mujer? ¿Sabes por qué estaba sentado con ella? Porque me recuerda a ti.
(Señora Claypool) - ¿De verdad?
(Otis B. Driftwood) - Por supuesto, por eso estoy ahora sentado contigo. Porque tú me recuerdas a ti. Tus ojos, tu garganta, tus labios...Todo sobre ti me recuerda a ti. Menos tú. 

No hubo una buena acogida. El muchacho sólo rió levemente con un bailoteo de Groucho a final de la escena. Humor físico, slapstck puro. No me interesaba. Pasé al plato fuerte. Metí al 10 en el campo a falta de media hora para que decidiera. La escena del camarote. 

Estaba casi seguro del éxito, pero tenía mis reticencias. El rival era duro. Pero las frases brilantes empezaron a sucederse. El mozo tiene problemas para introducir un gran baúl en el camarote, dice Groucho "¿No le sería más fácil meter el camarote en el baúl?". Primera risa. Leve pero computable. Luego el gag de "¡Y dos huevos duros!". No tuvo tanto éxito, pero siguió el rictus rijoso. Entonces empezó lo bueno. Conforme entraba gente en el camarote sus defensas desaparecieron definitivamente. Las asistentas que vienen a adecentar el camarote, el fontanero, la chica de la manicura ("Déjeme las uñas cortas que aquí va faltando sitio"), las chicas de la limpieza ("Empiecen a limpiar por el techo")...

Carcajada tras carcajada cada vez me iba sintiendo más satisfecho. Prácticamente se estaba deshaciendo de la risa. "¿Iyo pero cuánta gente va a entrar? Vaya locura".  El experimento tenía sentido. Por un momento me creí Oskar Schindler.

Pero la realidad llegó. Se quitó la chaqueta, se arremangó y me plantó un bofetón. Merecido, por supuesto. Fue mi castigo por jugar a ser dios.

Cuando el protagonista del experimento se disponía a abandonar mi domicilio su móvil sonó. "Hola bebé" fueron las primeras palabras de la melodía,  "¡Qué dise, loco!" fue su saludo.

N.B.
Ningún amante de reguetón fue lastimado durante este experimento.

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