martes, 4 de agosto de 2015

Consecuencias de no tener el carné de conducir

Pueblo indeterminado de la provincia de Cádiz, 17:55.

El autobús sale a las 18:00. He llegado con cierta premura. Contemplemos cinco minutos como premura. Después de unos instantes de desconcierto, me sitúo. El bus 1 es que el que tiene un cartel en el frontal que reza "BUS 1". Es el mío. La cola para subir es desproporcionada, absurda, tremenda. El reloj marca la hora de salida pero yo sigoen el mismo sitio. En la cola. Al final. Hay un problema justo en la entrada. Dos problemas.

Dos problemas que tenían una niña de unos tres años. El reverso exacto del matrimonio Curie. Evidentemente, él ha salido de la cárcel hace poco. Si es que no ha escapado violentamente. Cabeza rapada, tatuajes múltiples de temática futbolera y un rictus muy "yo te clavo el punzón primero y luego si quieres me argumentas lo que sea". Chanclas. calzonas de un equipo de Sevilla que no es el Betis y torso al descubierto. Ella, en cambio, tiene clase. Más bien aula. Una de un colegio abandonado en el Bronx profundo a punto de ser derruida. Coleta rubia bien tirante, raíces que harían palidecer a Kunta Kinte, muy amante del leopardo - un amor que es casi devoción - y una nena pequeña en brazos a la que no pongo un pero. Sólo le deseo suerte en el futuro.

Él está berreando. Mucho. Está fuera de sí. Y de fa. Y de la. No hay tono que pueda calibrar el cabreo que tiene. Ignoro su problema porque me pilla lejos, pero por la intensidad de sus gritos, por lo acusado de sus gesticulaciones, por el ancho de la vena de su cuello, yo diría que el conductor ha torturado y ejecutado a su madre, ha hecho fotos del proceso, se las ha mostrado y, mientras lo hacía, ha realizado algún comentario jocoso muy hiriente sobre su exceso de peso. Y aún así me parece que está sobreactuando.  

En un momento dado, ella abandona su posición a la cabeza de la cola y se coloca justo detrás de mí. Su pareja sigue gritando. Ella se muestra compungida, contrariada con la actitud de su compañero. Por sus quejas en voz (muy) alta deduzco que no desea que su hija vea a su padre en esa actitud. También deduzco que la niña, a su corta de edad, sabe palabras que harían escandalizarse a un parroquiano veterano de una taberna portuaria particularmente portuaria. 

La madre ejerce de madre, pero a su manera. Deja a la niña en el suelo. Ésta sólo observa. Se produce un intento de calmar a la criatura. No dudo que la intención fuer la mejor. De verdad que no. Y no soy un experto en psicología infantil, ojo. Pero, honestamente, no creo que gritar NO ME SALE DEL COÑO QUE ESTE TÍO TE ALTERE, sea la mejor opción. Misteriosamente la niña encajó bien el grito y realizó una breve, pero interesante disertación sobre Pocoyó..

Finalmente él atiende a razones y sube al autobús. Cuando lo hace, ella, en los dos minutos que tardamos en llegar a la puerta, afirma no menos de una docena de veces su firme voluntad de divorciarse. Iluso de mí, pensé que el viaje sería sencillo y menos tenso. Aquel deseo se difuminó como una pompa de jabón en un tornado. Quedaban cuatro asientos libres en todo el autobús. CUATRO ASIENTOS JUNTOS. Pegaditos. Mi sueño hecho realidad. 

La pareja, que se había reconciliado prodigiosamente nada más encontrarse arriba, había decidido usar uno de sus asientos para dejar allí sus bártulos. Ella ocupa el asiento contiguo al de las pertenencias. A mí me toca experimentar el infierno en la Tierra durante hora y media.

Haré una elipsis de una hora y cinco minutos. La haré porque no quiero traumatizarme de nuevo. Porque quiero recuperar la alegría de vivir. Ahora bien, lo que ocurrió en los últimos quince minutos lo quiero relatar. Por catarsis y porque, hombre, posiblemente haya presenciado un récord Guiness y quiero dejar constancia.

La niña no estaba llorando. Nada. Ni una mueca. Absolutamente nada. Tampoco estaba aburrida. Es más, estaba embobada, entretenida, viendo los coches, el paisaje, lo que sea. No era necesario pero el padre pensó que estaría bien sacar un juguete para interactuar un poco. Era un juguete chillón, de esos que aprietas y suena, como el pingüino afónico de Toy Story 2. Si en quince minutos no hizo sonar el juguete un número de veces tal que en Guantánamo considerarían esa práctica como cruel, yo soy una ciudadana anciana y viuda recientemente, de La Rioja rural, con pasión exacerbada por el macramé. Hay que ser hijo de puta. Me vi tentado varias veces de pedirle por favor que parara. Que parara de respirar por el bien de la humanidad. 

No me atreví. 

Valoré más vivir.

Debo sacarme el carné de conducir.

Más pronto que tarde.

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