jueves, 17 de enero de 2013

El tonto y la bicicleta

Era por la mañana. Era temprano. Era indecentemente temprano. Madrugar es obsceno. Caminaba por inercia. Un cuerpo que avanzaba pero sin rastro de humanidad.  El piloto automático encendido. La nave no estaba tripulada. ¿Quién conduce ese coche? Muy temprano.

Tenía unos menesteres que realizar. Un par de menesteres, concretamente. Crucé por el descampado. Antes sobre aquella explanada se levantaba una tienda. De algo, no recuerdo. Hace muchos años que se sacó las oposiciones a solar. Algunos dicen que pronto se construirá allí un centro comercial. Quizá sean aparcamientos. No existe negocio en el mundo que no haya salido a colación cuando en la zona se habla del descampado. Ninguno. Piense usted el que quiera. No. Ese no. Ese tampoco. Mire, eso no es ni legal, ni moral y seguramente los Testigos de Jehová se sentirían halagados.

Decía que crucé aquel descampado. Tenía cierta prisa, pero tampoco mucha. No me importaba ser impuntual. Atravesé la verja que rodea el solar. Unos 200 metros me separaban de mi destino: la parada del autobús. La superficie del descampado es - era, será - agreste. Mucha piedra, algún matorral, más piedras, alguna hondura y piedras. Habría sido más civilizado rodear el descampado por la acera. Más comprensivo con mis tobillos. Pero la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta. O eso dicen los que portan gafas. Conforme me aproximaba al destino, divisé a lo lejos que el autobús se escondía tímido detrás de la esquina de una manzana próxima. A falta de unos 30 metros, el autobús arrancó. No pensaba correr. Ni siquiera trotar para agarrar aquel transporte. Tenía cierta prisa, pero tampoco mucha.

El autobús pasó de largo. Me juré no llorar. Estaba a punto de salir del descampado. A lo lejos, junto a la parada, unos gritos. Algunos viandantes increpaban a un joven. Un joven ciclista. Tendría unos 16 años. Circulaba a gran velocidad. No sólo eso, también realizaba extremas cabriolas mientras saludaba al respetable que no le respetaba. Llevaba ambos manos en en los bolsillos.Esquivando ciudadanos como entretenimiento. Cuando vio que tenía público, comenzó a elevar la rueda delantera durante varios metros consecutivos. Exclamaba algo así como: ¡AMO LOCO! Quiero creer que estaba en lista de espera para un trasplante neuronal. Un tonto era.

Tonto es el que hace tonterías. Alguien carente de sentido común. Como el joven que circulaba en bicicleta. Sólo alguien carente de sentido de común no repararía en que durante las noches más frías del invierno, el suelo se reviste de rocío durante las primeras horas de la mañana. Ergo, resbala. Resbala bastante. Hay que ir con cuidado para no resbalar. Pero el tonto lo es por algo. 

Sí. En plenas piruetas ciclistas, el tonto resbaló y se precipitó con estrépito al suelo. No quiero decir que me alegré. Pero sí. Me alegré bastante.

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