martes, 25 de diciembre de 2012

Amarás a Quentin sobre todas las cosas

El cinéfilo se hace. Los hay que tienen la suerte de contar con familiares o allegados que son aficionados a esto de ver películas que o bien  hacen grandes y certeras recomendaciones fílmicas o bien acompañan esas recomendaciones con préstamos de películas de su propia colección personal. Por otra parte, tenemos a los curiosos. Los que se buscan la vida e investigan por su cuenta en busca de más películas de ese director que les ha fascinado. Luego enlazan con otro director y así sucesivamente, dándose cuenta, con el tiempo, de la terrible maldición del amante del cine - del arte -,  esa terrible realidad: "nunca, jamás de los jamases,  verás todo lo que quieres ver".

Hablemos del segundo caso. Suele haber un punto de inflexíón en la vida de ese cinéfilo to be. El autodidacta no ve con 12 años películas de Murnau. No. Salvo una bizarra casualidad, no suele ocurrir. Lo lógico es comenzar viendo películas tipo Disney (Pixar desde hace algunos años), pasar por grandes blockbusters como Los Cazafantasmas (1984). La rutina habitual. De pronto, comienza a percatarse de los múltiples homenajes fílmicos que se realizan en Los Simpson. Hasta que un día, se topa con Él.

Él se llama Quentin. Se apellida Tarantino. El contacto con su cine tiene lugar a una edad temprana. Con el criterio aún en pañales. El joven cinéfilo se acerca naif y despreocupado. Reservoir Dogs (1992),  lee con curiosidad. A ver de qué va. Música sugerente, sus oídos se ensanchan como los del Grinch cuando oye los primeros villancicos. Una cafetería. Unos tipos vestidos con traje negro, camisa blanca y corbata. Uno de ellos va con un chándal que define la estética del ciudadano medio que lava su coche los domingos en los 90. Hablan mientras desayunan. Hablan de canciones. De pollas y de Madonna. ¡Hablan de pollas! Los ojos del joven cinéfilo no pueden mirar a otra parte. Están viendo algo diferente en aquella pantalla. Se ríe con las ocurrencias fuera de tono de esos personajes. Se siente adulto. Nunca vería esa película con su padre. Deja atrás una etapa. Empieza a abrazar el tarantinismo.

La misma escena. No hay que avanzar más. Aquellos acaban el desayuno y se levantan. Pero ya no se les oye. La radio toma la iniciativa. Comienza un progresivo fundido a negro. Se sobreimpresiona en naranja (¿casualidad?) el A film by Quentin Tarantino. Suena Little green bag. Y ocurre lo mágico. A paso ralentizado, aquellos trajeados comienzan a andar. La música es perfecta. Esa pequeña escena sirve como presentación de los actores que intervienen en el film, pero es algo más. Es parte del rito. Tarantino va abrumando al joven cinéfilo. Dejándole sin aliento. Pero no se queda ahí. Sigue su tarea, minando, derrotando al espectador con su, nunca lo suficientemente elogiada, selección musical. Y llega la escena de la oreja. De nuevo la música. En este caso Stuck in the middle with you. El baile. La acción sádica. Michael Madsen. Estos casi 120 segundos reflejan el potencial desmedido, brillante y ciertamente lunático de Quentin Tarantino. El imán de su cine. No quieres mirar, pero acabas mirando. En esas está el joven cinéfilo que ya por estos momentos de la película es un miembro más de los Tarantinianos del Cuarto Camino.

Después, Pulp Fiction (1994). Mission accomplished. Este joven cinéfilo defenderá a su nuevo líder ante todo y ante a todos. El amor y la razón, ya saben. El mejor director es Tarantino. Las mejores películas son las de Tarantino. ¿Pero has visto el montaje de Pulp Fiction? ¡Tarantino es Dios!

Yo estuve allí. Viví la experiencia. Sufrí la abducción. Pero me liberé. E incluso una vez que mis ojos se acostumbraron al fulgor de la diversidad cinematográfica, comencé a amar a otros creadores de cine. Esto no quiere decir que abandonar el Club de Fans Amamos a Quentin signifique forzosamente denostarlo. O minusvalorarlo. Más bien al contrario. Conforme uno visiona cine, de todos los tipos, géneros y épocas, comienza a adivinar y descubrir los resortes de Tarantino. Qué cine le gusta, cuáles son sus referentes. Al fin y al cabo, Tarantino no ha inventado la Coca-cola. Es uno de nosotros. Tiene sus héroes y sus debilidades. Pero también tiene talento. Mucho talento. E inteligencia. De ahí su éxito, exacerbado para muchos. Justo para otros.

Pasada esa primera fase de idolatría irredenta, e iniciada la etapa de la curiosidad empedernida, el espectador novel se percata de que el montaje de Pulp Fiction es tremendamente parecido al de Atraco perfecto (1955). ¿La mutilación de Reservoir Dogs? Recuerda mucho a una escena de Django (1966). Y así sucesivamente, el afán indagativo va retomando el rol principal. Si es inteligente, sabrá que no son plagios sino homenajes sinceros. De este modo, se pasa del empecinamiento absurdo a la universalidad más maravillosa. Este cinéfilo por formar comienza a darse cuenta de que lo fantástico de esta afición no es tener un ídolo destacado. Lo fantástico es disfrutar con ese director/actor predilecto, pero también gozar con otro estilo completamente opuesto pero igualmente brillante. Todo vuelve a su cauce.

Quentin Tarantino no es el mejor director de todos los tiempos. No es el mejor director de la época moderna. No es el mejor director actual. Sí es uno de los directores más exitosos, personales y talentosos de los últimos veinte años. Sí es uno de esos pocos creadores - escasos, absurdamente escasos - que son reconocibles desde el minuto 1.

Sí es un gran enamorado del cine que con sus películas devuelve lo que aprendió.





1 comentario:

  1. Sublime. Tal como lo describes al principio es como todos hemos ido admirando su obra. Es cierto, puede que no sea el mejor director de la historia pero tiene algo que muchos no tienen: su cine es reconocible al instante y no deja indiferente a nadie.

    Fíjate que el otro día me dijeron que Malditos Bastardos era una puta mierda de película. Me sentó peor que si se lo dices al mismo Tarantino. Pero eso es lo bueno, que te hace implicarte y opinar, para bien o para mal.

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