lunes, 10 de diciembre de 2012

Jasón sin argonautas

Caminaba yo por el acerado de una calle poco transitada un jueves tarde. En pleno centro de una ciudad que rima con Sevilla y es, efectivamente,Sevilla. Horario de invierno. Frío polar. Regresaba a mi hogar después de adquirir un ejemplar de una novela. De Hammett, Dashiell. Fui a lo seguro y compré el libro en una tienda de libros. Me gusta arriesgar. Pero hay momentos y momentos. Los libros, en las tiendas de libros. Estoy de acuerdo. Lógico, coherente, directo. Como debe ser.

Enfilaba el final de aquella calle poco transitada. De pronto, sin previo aviso salieron de un portal cuatro individuos de intimidatoria apariencia y chillona expresión. Todos encapuchados. Por el frío, pensé en primer momento. Pero no. Eran de ese tipo de personas pack. Sólo operan en grupo. Si se encuentran solos ante el peligro, primero palidecen, luego se tambalean y finalmente acaban perdiendo la verticalidad. Es un fenómeno físico comprobado y testado por las más brillantes mentes. O no.

El pack de encapuchados reparó en mi presencia. Empezaron a proferir gritos hacia alguien. Miré hacia atrás. Nadie. Era mi guerra. No estaba particularmente preparado, porque era jueves. Pero quería llegar a casa. Tenía que pasar entre aquellos individuos para lograrlo. Sobre la marcha, dí con el plan perfecto. Arriesgado tal vez. Pero era algo sólido.

Proyecté en mi mente L'arena de Ennio Morricone y me aproximé al portal donde los pandilleros aguardaban para hacer quién sabe qué. Pisaba con aplomo. Quería que vieran que mi apostura no se veía alterada en ningún momento. Pero mi plan falló. Intentar acelerar al pasar por su lado para evitarles y salir a la calle contigua no fue una buena idea. El escuadrón de la capucha cerró filas, haciendo imposible el paso. Noté que algunas persianas se alzaban y algunas ventanas se abrían. Oí algún "pobre muchacho, tan joven".
Tenía que recurrir al plan B.

Abrí la bolsa que llevaba en mi mano derecha. Soy mucho de llevar las bolsas en la mano derecha, pero no es momento de airear mis parafilias. Una vez abierta la bolsa introduje la mano izquierda en su interior y agarré la novela de Dashiell Hammett sacándola al exterior. Toda esta operación transcurrió en décimas de segundos. Menos incluso. "Atrás, insensatos", exclamé. "Tengo un libro". Alcé el ejemplar y los encapuchados comenzaron a retroceder. Algunos se taparon los ojos. Como si una luz les cegase. Otros silbaban en un tono muy de reptil endémico del Amazonas. Conforme les acercaba el libro, los encapuchados retrocedían mientras hacían poses que recordaban al Nosferatu de Murnau. Finalmente acabaron volviendo a la oscuridad - portal 15, creo recordar - de la que procedían.

Guardé el libro y me fui. Sin apenas darle importancia a mi hazaña, pese al vitoreo general de los vecinos.

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