sábado, 22 de diciembre de 2012

Y Matt Groening lo volvió a hacer: Seymour, el amigo fiel

Matt Groening es el creador de Los Simpson. La serie de TV más carismática e icónica de la historia. Su grandeza reside en que no existe ningún aspecto trascendental de la existencia del hombre occidental contemporáneo que no sea brillantemente satirizado por estos individuos amarillos. Homer J. Simpson es un filósofo atípico. Como lo era Groucho Marx.

Diez años después del estreno del primer capítulo de Los Simpson, Groening creó otra serie de TV. También de animación. La tituló Futurama. La historia de un repartidor de pizzas neoyorquino que, en la noche del 31 de diciembre de 1999, cae accidentalmente dentro de una cámara criogénica - ¿a quién no le ha pasado? - y despierta mil años después, en pleno siglo XXXI. En esta serie encontramos robots soeces, jamaicanos campeones olímpicos de limbo, una revisión del éxito ochentero de Coz pero añadiendo el concepto  "cíclope", etcétera.

Como ocurre con Los Simpson, Futurama es una serie profundamente gamberra en su visión de su particular mundo - y universo -, así como absurda en ocasiones.Encuentra su contrapunto con breves momentos nostálgicos, incluso tiernos en ocasiones, que epatan profundamente al espectador. Como muestra un botón. En este caso, la secuencia de un episodio concreto que es lo más emotivo que estos ojos, que se ha de comer la tierra, han visto en un producto televisivo.

El capítulo en cuestión se titula Ladrido jurásico. Cuenta el hallazgo, por parte de Fry - protagonista de la serie -, del fósil de su perro en el siglo XX, Seymour. A lo largo del capítulo se estudia la posibilidad de resucitar a Seymour gracias a una máquina de clonación. También se suceden diversas muestras de celos hechos chips y cables en la chapa de Bender - el robot humanoide que bebe, fuma y lo otro; en definitiva, la chispa del show -, que aportan el tono de chanza que todo capítulo de la serie requiere.

Finalmente, Fry opta por no hacer uso de la prodigiosa máquina pensando que probablemente Seymour le habría olvidado. Se despide de su amigo, en lo que parece el final del capítulo, pero nada más lejos. Falta el punto de vista del propio Seymour. Y aquí es cuando surge la magia. Una serie de animación, que en ocasiones hace gala de un sentido del humor sólo catalogable como demoledor, se transforma en un dulce y triste poema. Un canto a la lealtad.

La secuencia en cuestión nos muestra a Seymour esperando a Fry tras su accidentada criogenización. No hace falta más. Ni menos. Todo es preciso. Un minuto de sensibilidad y emoción, musicado por la maravillosa e idónea hasta el paroxismo, I will wait for you, de Connie Francis. Un perro que espera a su amo. A su amigo. Le espera en la puerta de la pizzeria en la que trabaja. La del señor Panucci. Haga frío o calor. Allí espera. Fry estaba equivocado. Los amigos de verdad nunca olvidan.

Ya puede ser usted el fundador de Enemigos de los perros S.A. o ser un habitual de los restaurantes chinos más inhóspitos. Si no experimenta un escalofrío en los últimos 67 segundos de este episodio, si no siente como una lágrima se hace hueco a golpes; enhorabuena: es usted un dolmen.

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