viernes, 14 de diciembre de 2012

El efecto pez abisal

El Melanocetus johnsonii es un bicho extremadamente horrendo. Un morador de las profundidades abisales. Ergo, un pez abisal (Aplausos). Esta criatura se caracteriza por una fina protuberancia que nace en su nariz y cuya punta se ilumina, de tal modo que sirve de reclamo para los infortunados peces que al percibir una luz en medio de la oscuridad se aproximan, encontrando así su fin. Ya saben aquello de "la curiosidad mató al pez abisal".
Melanocetus, aquí unos amigos; amigos, el Melanocetus

El arte es muy Melanocetus johnsonii en ocasiones. Un reclamo llamativo que luego acaba de forma desafortunada.

 Hay casos en la música de individuos que comenzaron su carrera de forma estruendosa pero al final se quedaron en tierra de nadie. Muchas historias al respecto. Como la leyenda del visionario que quiso publicar un recopilatorio de Europe con más de una canción. En este caso el síndrome Melanocetus johnsonii es sinónimo de suerte y falta de talento para refrendar el éxito.

Yo pregunto: alguien conoce una novela de Herman Melville, que no sea Moby Dick? Sin mirar en ningún buscador de internet, claro. ¿Nadie? No me extraña. Yo tampoco sé ninguna. Esta es otra de las variantes de este fenómeno: la literatura abisal. El exceso de talento opaca el resto de la obra. Moby Dick es una novela tan brillante (que sí, que más de 1000 páginas, que sí) que las otras novelas de su autor parecen olvidables. También contamos con casos opuestos, claro. Robert L. Stevenson publicó La Isla del Tesoro y tres años después, El extraño caso del Dr Jekyll y Mr Hyde.

The Simpsons meet The Sopranos
Lost y Los Simpson son dos series de TV abisales. La primera tiene tres temporadas vertiginosas que abruman al espectador a base de recursos espectaculares - véase osos en islas tropicales, humos eléctricos -, sin embargo, la bajada de nivel en las tres siguientes es palpable. Llegando a un final ciertamente estrambótico que no dio el cierre ansiado por los seguidores. Difícil empresa, por otra parte. Hablemos de Los Simpson. No hay ningún aspecto de la vida del hombre occidental actual que no sea satirizado, desgranado y criticado por Homer y cía. Dicho de otra forma, no me fío de esas personas que dicen que no le encuentran la gracia en la serie. Porque es imposible, a no ser que tu alma esté hueca. El hipsterismo llega a niveles ridículos en ocasiones. Sin embargo, Los Simpson es una serie abisal por contraste. Sus doce primeras temporadas son genialidad en dosis de 20 minutos. Más geniales si cabe si realizamos la comparación con sus predecesoras. En Los Simpson sobran demasiadas temporadas.

En el cine nos encontramos con un fenómeno parecido. Minutos deslumbrantes que luego desembocan en hastío. Amagar para no dar.  Engatusar para desilusionar. Prometer para olvidar. Mucho lirili y poco larala.

Las películas abisales existen. Pero aquí no mencionaré trayectorias abisales. Sino casos concretos. Dos películas con inicios francamente brillantes pero que se diluyen.


Caso 1: Up (2009)
La historia de amor - muda - que tiene lugar en los primeros compases de esta película es emocionante, gloriosa, hermosa y necesaria. Si ese fragmento de la película fuera un cortometraje independiente, sería El Apartamento de los cortometrajes. Si las películas de animación son sólo para niños, que los adultos se queden con sus mediocridades en carne y hueso.

Una vida entera en pocos minutos. Una narración prodigiosa, plena de sensibilidad. Imagino a los creadores de esta secuencia como unos funambulistas.  Sería muy sencillo caer en lo fácil. Buscar la lágrima con recursos burdos y desgastados. Pero no. Hay un equilibrio perfecto. Perfecto es un buen adjetivo para definir esta maravilla del cine contemporáneo. Y no quiero ni hablar de la melodía que acompaña estos minutos porque no quiero emocionarme otra vez.

Lo que precede a esta secuencia está bien. Es buena película, ojo. Cualquier homenaje a Spencer Tracy es necesario. Pero nunca logra alcanzar el nivel de esos minutos mudos. Es imposible. También es injusto exigirlo. Up es una película muy recomendable. Pero también es abisal.

Caso 2 : Granujas de medio pelo (2000)
Woody Allen había firmado con Dreamworks ese año. Por lo tanto, debía suavizar sus conceptos. Adaptarlos para todos los públicos. ¿Consecuencia? Cierta mediocridad en comparación con sus magníficos 90 - exceptuando Alice (1990) y Sombras y niebla (1991). Desmontando a Harry (1997) es un buen ejemplo de un Allen desatado pero genial. Con Dreamworks, vimos una versión más light de su talento pero con momentos impagables por supuesto. Small Times Crooks - en inglés - es una película sobre un pobre diablo, más listillo que listo, que se rodea de un grupo variopinto de delincuentes como él para perpetrar un atraco. La idea es simple: abrir una tienda de galletas en el local contiguo a un banco para excavar un túnel en el sótano y así llegar los billetes. Es un homenaje sincero y maravilloso a Rufufú (1958), de Monicelli. La película dura 95 minutos, de los cuales 30, son comedia en estado de gracia.

En un descanso de la esperpéntica excavación, los lumbreras, que son cuatro, discuten sobre cómo repartir el botín con la mujer del personaje de Allen.

- ¿Qué tal si nosotros cobramos 1/4 y ella, digamos, 1/3?
- ¡Entonces ella cobraría más que nosotros!
- ¿Cómo lo sabes?
- Además, ¿de dónde sacas 4/4 y 1/3? ¿No sabes sumar?
- Mira, yo en quebrados no me meto.

Media hora que navega entre los "qué bueno" y los "puto Woody, ¡ha vuelto a hacerlo!" Luego llega otra película diferente sobre los nuevos ricos y el snobismo ilustrado. Con Hugh Grant. Con un mensaje latente de gran interés, pero pobre en la factura si tenemos en cuenta el primer tercio de la película.

Otro día hablaremos de las mujeres abisales.

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