sábado, 6 de abril de 2013

Exceso de galantería

Me gusta escribir sobre autobuses. Paso muchas horas en sus adentros a lo largo de cada año.

Percibo muchas fragancias. Algunas sugerentes, otras indeseables. Algunas indeseables que intentan ocultarse con otras sugerentes y la mezcla provoca el terror de las pituitarias sensibles. 

Pero ésto no va de fragancias; ojo, que podría, perfectamente, pero hoy no.

Una mañana me encontraba en una parada de autobús. No eran las 10 de la mañana aún. El frío era atroz. Las manos en los bolsillos, el cuello de la chaqueta hacia arriba tapando lo que podía. Dos personas me escoltaban en los asientos de la marquesina. A mi izquierda, un señor robusto, de constitución fuerte, tendente a la redondez. Leía el periódico con gran amplitud brazal. Su codo rozaba mi faz. En otras circunstancias habría interpelado al caballero. Un "oiga, ese codito" de manual. Pero es que hacía mucho frío y su codo estaba muy abrigado. Toleré el delito proxémico por pura supervivencia térmica. A mi derecha, una mujer muy robusta. El exceso de abrigo sumado a su perímetro le proporcionaban una apariencia contundente. Durante un instante, creí ver un pequeño satélite orbitar alrededor de la mujer muy robusta. Pero no. Fue una mera ilusión que acabó cuando el autobús hizo su aparición estelar.

Intenté levantarme pero fue imposible. Estaba atrapado. Las voluptuosas formas de mis dos compañeros de asiento impedían que pudiera ponerme en pie. Desistí. Con mucho esfuerzo, alzaron sus respectivos tonelajes. Me recompuse como pude y enfilé la puerta del autobús. 

El hombre puso un pie en el vehículo pero, de forma súbita, reparó en algo. Bajó el pie y, diligentemente, cedió el paso a la mujer. Metí la mano en mi bolsillo, en busca de mi (teléfono) móvil. Horror, no estaba. Tras unas milésimas de segundo, pensé en que quizá estuviera  en el otro bolsillo. Occam al rescate. Saqué el teléfono, miré la hora y algo me sobrecogió. Un grito:

¡QUE SUBA USTED PRIMERO LE DIGO, HÁGAME EL FAVOR!

La señora profería el grito. La situación era confusa. Los dos interfectos tenían un pie, derecho e izquierdo respectivamente, apoyados en el primer escalón que da acceso al vehículo. Ambos señalando el interior del autobús. El hombre quería ser galante. Pero la mujer también. Se estaba produciendo una batalla hercúlea por ver quién era más amable. Los gritos empezaron a sucederse pero nunca perdieron la sonrisa. El tono era de trifulca pero el mensaje era dócil, diligente y amable. La Masa contra Pantagruel. Goliath contra Goliath. La honestidad contra la clase política. Ninguno daba su brazo a torcer. Si bien es cierto que para torcer cualquier de esos cuatro brazos haría falta un escuadrón formado por hombres valientes y preparados para la peor de las batallas. Hubiera sido muy apropiado que la escena estuviera ambientada con Carmina Burana a gran volumen.

Mientras que por una parte Godzilla y King Kong seguían batallando, literalmente, por ver quién era más  cívico, yo me encontraba en una situación peliaguda. El camino hacia el autobús estaba bloqueado por la lucha de los dos Snorlax. Resultaba imposible acceder sin poner en peligro mi vida. El conductor me miraba con pavor, incluso pude leer en sus ojos: "sálvate muchacho, sálvate tú que puedes".

En un momento de descuido de los dos contendientes, aproveché un hueco y me colé como pude en el autobús. El conductor leyó mi movimiento, cerró las compuertas y arrancó al autobús. Mientras dejábamos atrás a los dos titanes, comprobé que la lucha cesó. La mujer llamó a un taxi y se fue. El hombre procedía a cruzar un paso de cebra, semáforo en ámbar. La conductora del coche más próximo le indicaba con la mano que pasara, el hombre insistía en lo contrario. Tras unos segundos, la mujer bajó la ventanilla. Otra batalla para Polifemo.

Todos los excesos son perniciosos. Hasta los de galantería.

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