viernes, 19 de abril de 2013

La lluvia que caló

Recuerdo con vivida y cristalina exactitud el día en el que me convertí en un cinéfilo muy golpeable. De los que están convencidos que el cine en blanco y negro es el mejor. De los que idolatran a gente como Ernst Lubitsch, Fritz Lang, George Sanders, Gene Tierney o Jack Lemmon. De los que dicen que John Ford es uno de los grandes poetas americanos de siempre. De los que sólo creen en Billy Wilder. De los que piensan que la etapa que comprende desde principios de los 30 hasta mediados de los 60 es inalcanzable en términos de talento, profundidad y estética. Ya lo dije, muy golpeable. Aunque también soy de los que no necesitan gafas y ,efectivamente, no usan gafas como atrezzo diario.

Fue un jueves de marzo de hace siete años. Procedo a contextualizar mi relación con el cine en aquellos oscuros años previos a mi desencadenamiento y posterior huida de la caverna de los gustos cinematográficos masivos. Las dos primeras entregas de Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra (2003) y El cofre del hombre muerto 2006), Hitch, especialista en ligues (2006), Yo, Robot (2004) y Van Helsing (2004) conformaban mi particular videoteca. Mi película favorita era Armageddon (1998). La película que más veces había visto era Cara a cara (1997). Incluso leí el guión novelado, en un alarde de apasionamiento visceral absurdo. En una ocasión visioné Con faldas y a lo loco (1959). Mantuve mi rictus serio durante todo el metraje. ¿Eso era una comedia?, pensé. ¿Con esos chistes se reían hace 40 años? Pues ni puta gracia. 

Ciertamente era feliz en mi inopia. A decir verdad,hoy día también disfruto de muchas películas que muchos llaman - y con razón - comerciales. Me estoy yendo por otro vericueto. Ése era yo hace siete años.

En el último curso de la Secundaria escogí la optativa de Música. Ningún factor melómano me impulsó a ello. Para ilustrar mi relación académica con la música he de decir que en una ocasión, para evitar un examen de flauta - todos conocemos las bondades de saber tocar el Himno de la Alegría con la flauta dulce y su decisiva repercusión en el mercado laboral - comenté a la profesora de turno que sufría de afonía y, por tanto, me era imposible realizar dicho examen. Lo impactante fue que la profesora lo vio normal y me eximió. Y luego recortan en Educación.

Mis gustos musicales eran similares a los cinematográficos en ese momento. La pura vagancia me motivó a la hora de elegir esa asignatura. No había que realizar examen, no había que realizar trabajos de forma obligada. Sólo de forma voluntaria, ergo, a priori, era un aprobado regalado. El profesor era un apasionado de la música. Se notaba. Pero como profesor quizá flaqueaba. Alrededor de quince matriculados en su asignatura musical. La misma se impartía en un pequeño salón de actos que contaba con una pantalla de grandes dimensiones. La pantalla era fundamental porque las clases consistían en proyectar películas, en su mayoría musicales. El profesor paraba algunas escenas para explicar diversos conceptos. Esos conceptos eran absorbidos por tres de esos quince alumnos matriculados. Los que se colocaban en la fila de asientos de la izquierda. Los otros doce nos dedicábamos a hacer pasar la hora lo más rápido posible. Algunos hacían cítricos comentarios sobre las escenas proyectadas con el ingenio de una espumadera. Otros incluso llegaban a la particular aula provistos de todo tipo de víveres. Al profesor parecía no importarle demasiado. Durante las primeras dos semanas de la optativa formé parte de aquella patulea. Hasta que un jueves de marzo de hace siete años el profesor llegó a clase con una carátula roja. "Hoy veremos Cantando bajo la lluvia (1952), dirigida por Stanley Donen y protagonizada por el gran Gene Kelly". Mi reacción ante esa frase fue la habitual durante las dos semanas anteriores: pedir palomitas al de al lado.

La película empezó y algo cambió mi perspectiva. Posiblemente el hipotálamo tuviera algo que ver. Cada número musical era mejor que el anterior. Empecé a esbozar sonrisas. Mis pies se movían al son de aquellas canciones tan pegadizas. Mis compañeros  de bando me miraban con el ceño fruncido, probablemente. Yo sólo tenía ojos para la pantalla. Estaba disfrutando una película de los años 50. Aquello era un descubrimiento. Pero faltaba el remate, la puntilla final. Gene Kelly se despide de la joven aspirante a actriz en la puerta de su casa. Se acaban de enamorar. Llueve mucho. Un coche le espera. Llueve mucho pero él no quiere subirse al coche. Es feliz. En esos instantes podría destruirse el mundo pedazo a pedazo pero él reaccionaría igual. Es tan feliz que sólo quiere cantar y bailar. Llueve mucho y Gene Kelly chapotea como un infante rebelde. Es tan feliz que mientras veo su coreografía sólo puedo sonreír como un pánfilo.

 Algo hace que mantenga la sonrisa y el entusiasmo hasta que aparece sobreimpresionado el The End. Estoy engatusado. La clase de Música es la última del día. Abandono raudo el colegio, no me paro a hablar con nadie. Llego a casa, enciendo el ordenador y comienzo a buscar información sobre Gene Kelly. Esa misma tarde vuelvo a ver Cantando bajo la lluvia y termino la doble sesión con Un americano en París (1951). Desde ese día afronté la asignatura con verdadera devoción. West Side Story (1961), El violinista en el tejado (1971)... Disfrutaba con cada película proyectada en clase. Me sumé al grupo de los tres. Me postulé para hacer aquel trabajo voluntario que jamás me planteé realizar. El compositor Henry Mancini fue el protagonista de mi trabajo. En un primer momento, me vino a la mente un futbolista de la Serie A italiana que tenía el mismo nombre. Una vez metido en materia, descubrí y, por supuesto, disfruté con sus trabajos cinematográficos: la célebre sintonía de La pantera rosa (1963)Moon River de Desayuno con diamantes (1961), bandas sonoras de otras películas como Charada (1963) o Días de vino y rosas (1961). Vi todas esas películas y otras más. Lo único que tenían en común era la firma de Henry Mancini en lo musical. 

Mi paladar cinematográfico se diversificó sobremanera. Comencé a explorar todo tipo de géneros, de épocas, de directores, de actores. Comencé a valorar el cine como arte. Debido a este este cambio de rumbo inesperado decidí volver a Con faldas y a lo loco. Desde el primer chiste hasta el Nadie es perfecto sentí una felicidad parecida a la de Gene Kelly bajo la lluvia. 

Y hasta hoy.

1 comentario:

  1. Varias cosas:
    1. Si lo de las gafas como atrezzo va por mí, que sepas que veo regular de lejos.
    2. Piratas del Caribe 1 mola.
    3. Eso de que saber tocar el Himno de la Alegría con la flauta no es una aptitud demandada en el mercado laboral se corresponde con una visión mercantilista de la educación que no me gusta. Aunque añado que tampoco nos aportó demasiado en ningún otro aspecto de la vida.
    4. Poner el año al lado de los títulos de las pelis es #postureo
    5. Pese a todo lo anterior, me gusta esta entrada. Es pisi :)

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