viernes, 30 de noviembre de 2012

Frenchip

Dos borrachos en la calle. A las 4 de la mañana. Hace mucho frío. Vociferan. Vociferan mucho.

Muy borrachos. Apenas se tienen en pie mientras se gritan con un odio desaforado. Algo ha ocurrido. Algo gravísimo. Se oyen golpes en la valla que rodea un pequeño jardín. Los vecinos se asoman curiosos. Algunos quieren silencio porque son las 4 de la mañana. Otros, como les han despertado con gritos a las 4 de la mañana, quieren sangre.

Las exhortaciones de los borrachos son apenas inteligibles. Pero sí muy audibles. Parece que uno le reprocha al otro que no ha sido generoso con él al no invitarle a una cerveza más. El reprochado no está de acuerdo. Piensa durante unos segundos la respuesta ingeniosa que derrumbe los argumentos de su oponente, pero no la encuentra. Decide aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid para preocuparse del estado de los familiares finados del otro borracho. No hay entendimiento.

Round two. El que reprocha falta de generosidad en el otro, tras recibir el agravio, se quita la chaqueta. Expectación. Los vecinos cotillas comienzan a agitarse en sus ventanas. El borracho despojado se arremanga sólo un brazo. El bueno. El de los uppercuts contundentes. Se acerca a su rival y, mientras le espeta con voz rasgada que - según su criterio - es un homosexual de gran tamaño, emprende un movimiento rápido y repleto de rabia con su puño hacia el rostro del otro. Curiosamente, el puño ejecutor pertenecía al brazo cuya manga está extendida. Quizá fuera una estrategia. No hay éxito en la empresa. El puñetazo se queda corto. ¡Agua! El agresor no logra completar con éxito su misión y cae al suelo.

Tras este intento fallido de agresión, el otro borracho vuelve a recurrir a la descalificación. En este caso, la señora madre del borracho recibe la injuria. Algo sobre una profesión ejercida en una esquina. Sin embargo, conforme avanza la disputa entre los dos borrachos, su estado de embriaguez - de ambos - va menguando. Exponencialmente. Cada vez están más serenos.

La disputa llega a un punto muerto ante la desilusión del respetable. Los borrachos han perdido esa chispa del inicio. Ya no conectan con su público como antes. Ahora hablan, de forma realmente inaudible. Sin dar voces. ¿Qué se dirán? ¿Qué harán ahora? ¿Tendremos que esperar hasta el próximo capítulo? De pronto, ante el júbilo de los asomados, uno de ellos echa el brazo por encima del otro. Por fin algo de acción, pensaron todos. Pero, en lugar de una llave de judo se encuentran con un par de inocentes palmadas que uno propina amistosamente a otro. Se acabó la disputa.

Justo antes de doblar la esquina y romper el corazón definitivamente a los que durante sus buenos cinco minutos han seguido sus venturas y desventuras, uno de los - ya no - borrachos le dice al otro:

- ¿Mañana dónde siempre?

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