viernes, 13 de septiembre de 2013

Oda al caño

El fútbol consiste en conseguir que un balón reglamentario se aloje en unas redes fijadas en tres maderos. Es el objetivo principal. La razón de ser de este deporte. Para conseguir esta circunstancia 22 individuos - o 14 o 10, según el tipo de fútbol que se practique - corren detrás de un balón, se lo pasan y le propinan puntapiés para marcar un gol. Los pragmáticos definirían así el balompié, olvidándose de todos esos maravillosos complementos accesorios que enamoran a millones de personas en todo el mundo. La habilidad técnica es uno de esos añadidos que hacen especial al fútbol. Digo añadido porque no surgió con el origen mismo del fútbol: los ingleses no pensaron en el regate cuando crearon este deporte. Con el tiempo, y afortunadamente, se ha hecho un fijo. Dentro del amplio abanico que el repertorio técnico futbolístico ofrece destaca un gesto, una maniobra, una acción; en su pináculo, mirando desde lo alto al resto, se encuentra el caño.

Cachas, cachitas, túnel... Son muchas las maneras de mencionarlo pero sólo una de definirlo: pasar el balón entre las piernas del contrario. A ver, no desprecio al resto de gestos técnicos que hacen que el fútbol sea tan espectacular. Pero el caño es especial. Cuando se consigue hacer efectivo, la sensación es que la jugada ya está salvada. La satisfacción del ejecutor es directamente proporcional a la humillación del castigado. Que tu novia te deje por tu amigo el feo el día de tu cumpleaños no debe sentir especialmente bien o descubrir que tu padre no es tu padre en una lectura aleatoria del contador del gas pero un caño de esos que se llevan a cabo con una pisadita sutil y leve, de esos que te esperan y te la dan de una forma casi poética, que parece que no han tocado el esférico, de esos que hunden moralmente. Eso es devastador. 

Servidor es un jugador mediocre. Técnicamente aceptable, pero con un fondo físico y una falta de carácter que siempre han lastrado mi proceder futbolístico. Aún así, siempre he sido y seré de caños. He perdido partidos, muchos, pero ganado muchas batallas particulares dentro de esas derrotas. No existe mayor placer que no sea horizontal que efectuarle un caño al bueno del otro equipo. Oír como su orgullo, pese a haber marcado 3 goles, se queda ahí, en ese medio metro cuadrado y se despedaza al chocar contra el suelo. Billie Holiday cantaba muy bien, pero el murmullo de admiración que se produce después de un caño especialmente espectacular es toda la música que necesito. Ese murmullo nutre el ego, alimenta el alma, hace feliz.

Lo que quiero decir es que marcar un gol es una sensación bonita. Pero hay caños que deberían valer exactamente lo mismo que un gol.

El fútbol sin caños no es fútbol.


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