jueves, 12 de septiembre de 2013

Scaried cleaner

Hay personas asustadizas. Sí. Personas que tienen la guardia baja la mayoría del tiempo y, por lo tanto, tienden a impresionarse y sobresaltarse cuando algo anómalo sucede a su alrededor. Luego están las personas muy asustadizas. Las que oyen un murmullo o intuyen un movimiento inusual y del salto lograrían diploma olímpico, cuanto menos. Y luego está Amparito.

Amparito es una mujer que viene un par de veces a la semana a mi casa para limpiar. Amparito está en plena treintena. No cumple ya los 37. A simple vista es una mujer sana, sin grandes problemas aparentemente. Pero algo falla. Amparito vive en un susto permanente. En un sobresalto perenne. Vive en una película de terror de las malas.

Amparito lleva en torno a un año viniendo a mi casa a limpiar. Es simpática, hacendosa al parecer. Pero se asusta mucho. Por cualquier cosa. Pero sobre todo conmigo. Recuerdo el primer día que vino a casa. Me levanté temprano - temprano según mis parámetros - y me dispuse a tomar el pasillo rumbo a la cocina. Justo al llegar al cuarto de baño, ella salía. Encontronazo. Yo no sabía que ella estaba en casa, ella no sabía que yo estaba en casa. Hubo un susto inicial, seguido de desconcierto, continuado por una explicación y culminado por mí con un "bueno, me voy a desayunar". Esta situación es normal.

Lo que no es normal es que durante este año, todos y absolutamente todos los días que ha venido a limpiar y yo he salido de mi habitación a desayunar se asuste cuando me ve. Siempre. Como si tuviera una promesa. "Ay, qué susto me has dado". "Ay, no te esperaba". "Ay, que no te he oído venir". Yo no he hecho ningún módulo superior de ninja. El sigilo no es mi virtud. Pero si todo el mundo tuviera la misma caraja vital que tiene Amparito, me podría ganar la vida como espía. Y en pijama.

No soy ningún adonis pero dudo que mi presencia física sea tan grotesca como para asustar a una persona humana con salud dos veces en semana durante un año.

Hace tiempo que intento poner remedio a esta situación. Cuando abro la puerta de mi habitación y sé que Amparito está en algún rincón de la casa hago ruido. Que sepa que hay alguien. Enciendo varias veces las luces para que se oiga el sonido del interruptor. Hago como que me choco con los cuadros. Enciendo el grifo del agua del lavabo. A veces exclamo "¡QUE VOY!". Pero es inútil. Amparito siempre se asusta.

Creo que compraré un cencerro. 

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