martes, 30 de octubre de 2012

Fritz Lang: mejorando a Renoir

Fritz Lang es el gran olvidado cuando se habla de los más grandes directores de la historia del cine. En esa terna no fallan nombres como Hitchcock - el maestro del suspense (pronúnciese en francés) -, Wilder - el más brillante y prolífico escritor de obras maestras -, Hawks - brillante en todos los géneros habidos - o Ford - el western como obra de arte-.

Peter Lorre en su debut cinematográfico
Fritz Lang no sólo no desmerece a estos gigantes del cine sino que les iguala. En el cine mudo o en el sonoro. Dos etapas bien diferenciadas. Igualmente brillantes. La primera en su Alemania natal. Entre otros logros, creó a uno de los villanos más terribles del cine: El Doctor Mabuse, sentó las bases de la ciencia ficción como género cinematográfico con Metrópolis, sirvió de inspiración para el director de oronda silueta con Spione, rodó una fábula sobre el amor y la muerte: Las tres luces o permitió a Peter Lorre ser inmortal con su villano de M, el vampiro de Düsseldorf - el silbido más aterrador jamás oído -.

Con el auge del nazismo, Lang se instaló en Hollywood y siguió a lo suyo: hacer obras de arte e influir en jóvenes aspirantes a director, véase Billy Wilder.

Jean Renoir era hijo de artista. Su padre, Pierre-Auguste es uno de los inmortales de la pintura. El impresionismo llegó a sus cotas más altas con su obra. Su hijo también fue artista. Pero prefirió la claqueta a la paleta de colores. Incomprendido como todos los artistas, Jean Renoir no recibió la importancia merecida hasta la llegada de la nouvelle vague. Como tantos otros. La regla del juego es una de esas películas que recompensan eternamente.

La relación entre Renoir y Lang se basa en la admiración. La del alemán por el hijo del genial pintor.

Perversidad (1945)
En 1931, Jean Renoir realizó su segunda película: La chienne (La golfa), basándose en la novela de Georges de la Fouchardiere. La historia de un infeliz cajero con infulas de pintor que es engañado y ridiculizado por una cruel fémina y su amante. Magnífica película. En 1945, y ya asentado y respetado en la industria norteamericana, Fritz Lang se propone rehacer la película de Renoir. Cambia el título: Scarlet Street. Aunque en este caso, y sin que sirva de precedente, prefiero el título en español: Perversidad. Pero Lang, continúo,  no quiere hacer un drama al uso. Emplea la misma trama pero oscurece el tono. Cine negro en su máximo esplendor. Para los papeles protagonistas se rodea de ambrosía actoral: Edward G. Robinson y Joan Bennett. La escena que cierra la película es escalofriante e inolvidable. En todos los sentidos. Mención especial a la femme fatale que compone Bennett. La maldad con curvas y melena lujuriosa. Tal sintonía tenían ambos actores que era su segunda intervención conjunta - y seguida - en un film de Lang. La primera tuvo lugar el año anterior, 1944: La mujer del cuadro. En dos años, dos imprescindibles del cine negro.

Años más tarde, en 1954, Fritz Lang volvió a las andadas y realizó su versión de La bestia humana, de Emile Zola. Dieciséis años antes, Renoir había hecho lo propio. Para su película, Lang volvió a repetir pareja de actores. En este caso, los elegidos eran Glenn Ford y Gloria Grahame, que un año antes protagonizaron la inapelable y perdidamente magistral Los sobornados. De nuevo una gran película, de nuevo eternidad.

Fritz Lang no conocía el término mediocridad.

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