viernes, 7 de septiembre de 2012

Historia de Billy Wilder, Cary Grant y un gramófono

Cary Grant y Billy Wilder. Billy Wilder y Cary Grant. Uno es el galán clásico norteamericano por excelencia.   El otro es el director más brillante y caústico que Hollywood jamás vio. Decía William Holden que tenía cuchillas en el cerebro. Ese era Billy Wilder.

No se entiende el cine sin estos dos nombres como tampoco se entiende el hippismo sin opiáceos.
Cary Grant con un admirador

 Por separado han hecho gran parte de las películas que figuran en las favoritas de todo aquel aficionado al cine que no diga que Quentin Tarantino es dios. Este es un tema bastante espinoso. Algún día se hablará en este blog sobre ese extraño fenómeno que yo suelo llamar "el síndrome de esas personas que suelen ver Jungla de Cristal, Armageddon, Men in Black o sucedáneos, un día ven Pulp Fiction o Reservoir Dogs y comienzan a predicar la palabra de Quentin".

Hablaba de Billy Wilder y Cary Grant. La providencia quiso que en ese turbio y a la vez prodigioso sistema de facturación de obras maestras que era el Hollywod clásico, el camino de estos dos hombres nunca se cruzará. Wilder dirigió a Ray Milland, Humphrey Bogart, James Stewart o Jack Lemmon, mientras que el inolvidable seductor del hoyuelo cincelado se puso a las órdenes de Hitchcock, Hawks, McCarey o Capra.

Sus caminos nunca se cruzaron. Pero no fue por ninguna enemistad. Más bien era al contrario. Eran bastante amigos, se caían bien. Era difícil que alguien no adorara y envidiara - de forma coordinada - al protagonista de Con la muerte en los talones. Precisamente por ese atractivo y ese carisma en pantalla, Wilder siempre quiso contar con Grant para varias de sus películas. Primero en su etapa de guionista, en la brillante y ácida Ninotchka, dirigida por Lubitsch. Negativa por respuesta. Fue Melvyn Douglas el encargado de hacer reír por primera vez en pantalla a Greta Garbo.

 N.B. No uso el coloquialismo "la Garbo" porque no tuve el trato suficiente.

La siguiente intentona del mejor escritor de películas de la Historia del Cine fue años más tarde, antes de empezar el rodaje de Ariane. No hubo mejor suerte que en la anterior ocasión. Gary Cooper fue el sustituto elegido por Wilder, con la consiguiente modificación en el guión . El galán inicial pensado para Cary Grant recibió una pátina de otoñalidad. Wilder fracasó otra vez en su empeño.

Sin embargo, la relación, hay que insistir, era bastante cordial. De hecho, el actor telefoneó a Wilder tras el estreno de Con faldas y a lo loco para felicitarle por la brillante actuación de Tony Curtis. La imitación del ladies man que simboliza Grant realizada por Curtis así lo merecía.

Billy Wilder, de profesión, genio del cine
´Tan cordial era la relación que una noche Billy Wilder invitó a Cary Grant y a su señora esposa a cenar a su casa. En la escena, Grant era el tipo perfecto. El prototipo de hombre al que las mujeres aman y los hombres envidian y admiran. Ese tipo de hombre. El reverso de Cañita Brava. Pero, hete aquí una cruda realidad. Cuando no estaba delante de una pantalla el titán conocido como Cary Grant, era simplemente Archibald Alexander Leach. Uno de nosotros (léase esta frase con cierto tono fantasmagórico, como del juego de mesa Atmosfear), en definitiva.

En el año en que tuvo lugar la cena, la esposa de Cary, perdón, de Archibald era Barbara Hutton, una de las cinco que tuvo el actor británico. También compartió piso durante más de una década con Randolph Scott. Todo indica a que Cary Grant, aparte de uno de los mejores intérpretes jamás vistos en pantalla, también, como se diría en términos futbolísticos "le pegaba con las dos piernas". Como Brando, como Clift, como Dietrich.

Pero no nos desviemos (ninguna connotación aquí), hablábamos de la humanidad del mito de Grant. Era un hombre como otro cualquiera, con sus virtudes y sus defectos. Uno de éstos últimos se manifestó de forma sonrojante en la anteriormente citada cena en casa del director vienés - y señora - y fue relatado por un ya anciano Billy a Cameron Crowe en una de mis Biblias particulares: Conversaciones con Billy Wilder. 

Cary Grant era muy tacaño. Excesivamente tacaño. Patológicamente casi. Terminada la cena, las dos parejas pasaron al cuarto de estar. Wilder puso música. Empezó a sonar Carmina Burana, haciendo retumbar la casa y provocando la curiosidad de Grant.

- ¿Cuánto cuesta tu altavoz? ¿Cuánto cuesta tu gramófono?

Sabedor de la absurda tacañería del actor y con su habitual sorna y picardía, Wilder respondió:

- Ciento once dólares.

Cary Grant, la estrella más destacada del universo de las grandes productoras norteamericanas, el ídolo, el hombre más envidiado, el millonario, bramó dirigiéndose a su mujer:

- ¡Bárbara! ¡Este aparato! Estamos locos, estamos locos. Nosotros ¡hemos pagado doscientos quince!

Nadie es perfecto.

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