lunes, 17 de septiembre de 2012

Zacarías

Zacarías es conductor de autobús. El número 24 es el suyo. Década y media de dedicación. Le gusta su trabajo tanto como a alguien le puede gustar ser conductor de autobús. Es un hombre afable. De los que abren la puerta para que las señoras y señoritas pasen. Siempre lo hace. Lo tiene interiorizado. Además es agradable en el trato. La típica persona que siempre te gustaría encontrarte en un ascensor. Siempre sabe que decir para distender el ambiente. Zacarías es buena persona. No hay duda.

Un martes a las 12.30 Zacarías llegó a la parada del 24. Comenzaba su turno. Camisa azul de manga corta, pantalón negro con la raya perfectamente perfilada, bien engominado, una sonrisa en la boca.

Empezaba su jornada laboral y mientras Zacarías esperaba que su compañero llegara con el autobús, se puso a entonar la melodía publicitaria de moda. Al poco tiempo, llegaba el 24. Zacarías cogió el relevo y abrió las puertas. Una decena de personas subieron ¿a bordo?. Una señora de edad venerable fue la última.
Sonrió a Zacarías, hubo un intercambio de buenos días y abrió su bolso buscando su abono de transporte. La empresa parecía complicada. El abono se había escondido. Pero Zacarías no perdió la sonrisa en ningún momento. A los dos minutos, la señora espetó un "por fin" entre risas y procedió a pasarla tarjeta por la banda magnética. Pero algo fallaba, el sonido que la máquina devolvía no era el correcto. Un intento, dos, tres. Zacarías se hizo cargo de la situación. Le indicó a la señora que cejara en su empeño y le aconsejó como tenía que pasar el abono de forma correcta.

- Señora, suavidad. ¿Está usted casada? ¿Hace mucho? 50 años, qué maravilla. Recuerde usted la primera caricia de su marido. Esa ternura. Ahora pase el abono. ¿Ve usted? De nada, señora. Un placer.

Zacarías cerró las puertas del 24 y comenzó la ruta. De pronto, problema. Atasco descomunal tras sólo 200 metros de recorrido. El centro de la ciudad ruge. Entre sonidos de claxon y gritos de conductores desaforados a Zacarías comienza a guiñar un ojo de forma no intencionada. El agobio crece. El tamaño y la situación de su autobús provoca que los demás conductores acribillen a Zcarías. Al que hace 10, Zacarías, el que 3 minutos antes hablaba de la suavidad y la ternura, sacó la cabeza por la ventana y soltó una ristra de insultos e improperios que ,por desgracia, no fueron cronometrados por alguien del Libro Guiness. Hablaríamos de récord absoluto. El afable Zacarías gritó cosas que harían escandalizarse al mismísimo Nicky Santoro.

La jungla de asfalto - más allá de una obra maestra del cine negro - trastorna y disloca. Hasta a alguien como el bueno de Zacarías. 

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